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El valor de los hombres - por Luis M. Rebollar

Gorm levantó su hacha, amenazante, y con el brusco gesto se desequilibró ligeramente sobre la cubierta de la embarcación, como si no fuese realmente un norteño.

—¡Te digo que has sido tú, ladrón, cagada de Troll! —Parecía tan terriblemente enfadado que pensé en decirle la verdad.

En respuesta, Skorri escondió su angustiado rostro tras el escudo sin realmente mucho éxito, abriendo y cerrando su boca patéticamente. El resto miraron sorprendidos, sin saber cómo reaccionar. Todos portábamos nuestras cotas de malla, cascos, hachas y escudos.

—¡No es cierto! ¡Te lo juro! —logró balbucear finalmente Skorri.

He dicho que Skorri estaba angustiado, pero no era realmente cierto. No, tratándose de un guerrero norteño. Incluso uno con sus creencias. Skorri no tenía miedo; su mente estaba preparada para el inminente combate, esperando enfrentarse al enemigo, saltar sobre él y matar. Y sin embargo quien repentinamente se le encaraba era uno de los suyos. Skorri estaba confuso, paralizado por la indecisión; como los demás, ante la violenta reacción de Gorm.

Me adelanté con firmeza, seguro del respeto —y temor— que aquellos hombres me profesaban por mi autoridad.

—¡Silencio, bastardos! ¿Acaso vamos a pelearnos justo ahora? ¡Quietos, malditos seáis!

Ambos se relajaron, visiblemente aliviados por mi forzosa intervención, que en su interior esperaban. Me interpuse fácilmente entre ellos, e incluso retrocedieron imperceptiblemente.

—¿Se puede saber qué pasa? —troné, dirigiendo de uno a otro la mirada más terrible de que fui capaz, hasta que la detuve sobre Gorm, que parecía el instigador del conflicto.

Me miró a los ojos un instante, antes de abrir la boca para responder.

—Es Skorri, Earl Ragnar. Me ha vuelto a robar mi martillo —dijo, ya más tranquilo.

—¡No es verdad…! —comenzó a decir Skorri con decisión, y más tímidamente cuando me giré. —No es cierto, Earl, yo no le he robado su baratija.

—¡Insolente rata! —gritó Gorm abalanzándose sobre Skorri, quien de nuevo levantaba su escudo. Le detuve, empujándole hacia atrás.

—¡He dicho basta! ¡Los dos! Basta de acusaciones sin fundamento e insultos. ¿O acaso puedes demostrar lo que dices, Gorm?

—Pero, Earl Ragnar —contestó—, fue él quien me lo robó la otra vez. ¡Lo ha codiciado desde siempre!

—¿Skorri? —contesté adelantándome al acusado—. Sólo porque te lo haya robado antes, no significa que lo haya vuelto a hacer. Además, la otra vez te lo devolvió, ¿verdad?

—No lo sé, quizás… —respondió Gorm dubitativo—. Pero Skorri es un guerrero inseguro, y sin duda querría la protección del amuleto para sí.

Miré a Skorri para darle la palabra.

—¿Tú qué dices?

—¿Que acaso no has ordenado que no nos insultemos? —contestó más enojado—. ¿Entonces por qué he de oír cómo se me acusa de cobarde, además de ladrón?

—Vamos, Skorri —dijo Gorm—, has perdido tu espíritu guerrero al abandonar a nuestros dioses para abrazar a ese nuevo y débil dios tuyo. ¡Por eso querías la protección de mi martillo de Thor!

—¡Así es, Skorri! —terció Olaf, entre los demás. —¡Tu dios te hace más débil!

—Mi dios es el único, y mi fe me da fuerza y valor —nos dijo Skorri solemnemente. —No necesito de ese inservible amuleto que, además, es un sacrilegio, la cruz de nuestro señor Jesucristo… ¡cabeza abajo!

Aquello provocó algunas risas en el resto de los hombres, y relajó los ánimos. Decidí aprovechar aquel respiro para resolver la situación.

—Eso es cierto, Gorm —dije—; Skorri no ha podido robarte tu amuleto. No cometería el error de hacerlo una segunda vez, y además ni siquiera le interesa…

—Entonces ha sido alguien más… todos saben que tengo un sueño muy pesado —dijo Gorm mirando al grupo de guerreros. Comprendí que era esclavo de su superstición, y ansiaba el amuleto.

Levanté la vista comprobando que la flotilla de barcos se aproximaba a tierra, en la que destacaba la fortaleza franca. La batalla era inminente y necesitaba acabar con aquella peligrosa situación.

—Escúchame, Gorm —le dije mirándole intensamente a los ojos—, la fuerza del guerrero debe salir de su interior, no de un amuleto. ¿Cómo si no seríamos dignos de entrar en el Valhalla?

Sostuvo mi mirada unos instantes antes de asentir.

Convencí a Gorm, como sólo un líder de hombres puede hacerlo. Ser un líder de hombres requiere tener mucha confianza en uno mismo, sacándola de donde sea necesario.

Justo antes de entrar en combate y sin que nadie lo advirtiera, tomando del escondite en mi cinturón el amuleto de Gorm, apreté contra mi pecho la reconfortante forma del martillo de Thor.