Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

El robo - por lunaclara

Web: http://mhelengm.blogspot.com.es

—¡No! ¡Me han robado! ¡No puede ser! ¡No!— Massimo se asomaba, aterrado, por babor y estribor, repetidas veces, intentando distinguir algo a través de la enorme masa de líquido azul.

—¿Qué dices, hombre? ¡Estate quieto!— le dijo Paolo, notando cómo su estómago decidía revolverse a la vez que el vaivén de la barca.

Paolo soltó los remos, se levantó con cuidado, agarró a Massimo por los hombros y le obligó a sentarse.

—Pero Massimo, ¿tú eres torpe o te lo haces? ¿Dónde lo tenías? ¡Contéstame!— le preguntó, excitado, sin dejar de soltarlo. La angustia siguió apoderándose de su pobre estómago.

—¡Estaba aquí, en mi bolsillo! ¿Dónde si no?— Massimo, lloriqueando, metía las manos una y otra vez en los bolsillos de sus vaqueros—. ¿Qué vamos a hacer ahora? ¡Malditos para siempre!… ¡Esa vieja furcia se va a enterar! Debió quitármelo anoche mientras bebíamos…

—¡No digas tonterías! ¡Yo te he visto esta mañana jugueteando con él! ¡No te lo ha robado ella! ¡Así que piensa, piensa dónde está, si no quieres que me enfade!
— Chilló Paolo, sacudiendo a su colega con fuerza.

—¡No lo sé! ¡No lo sé!… ¡En el fondo del mar estará!— gimoteó Massimo, balanceándose sobre su asiento. Se levantó bruscamente. Recorrió la pequeña barca de proa a popa a grandes zancadas, como un pobre loco recorrería su celda, buscando una insignificante paja en un gran pajar.

—¡Para ya, estúpido! ¡Vamos a volcar por tu culpa!

Massimo se tiró al suelo. Adoptó la posición fetal, cubriéndose la cabeza con ambos brazos.

En el otro extremo, Paolo volvió a coger los remos.

—¡Escúchame, desgraciado! ¡Escúchame, si no quieres ser carnaza para los tiburones!… Ayer realizamos el robo del siglo, ¿verdad? —Massimo, sin dejar su postura, afirmaba con la cabeza—. Nos dimos una buena comilona en ese precioso yate a cuenta del estúpido de Don Leone… Y sus chicas están que se salen… Lo pasamos bien, ¿eh?

El cielo se estaba poniendo gris. Las nubes eran atraídas por un viento helado. El mar comenzó a agitarse. Gotas de agua salpicaban sus rostros cansados.

Massimo saltó de nuevo, hecho un mar de nervios.

—¿Ves? Ya está llegando… La maldición… ¡La maldición viene a por nosotros! ¡No hay nada que hacer! —se lamentó, arreciando en sus lloriqueos.

—¡Déjate de tonterías! ¿Me has oído? ¡Eso son cuentos de viejas! ¡Ni una palabra más o te mato aquí mismo!

A Paolo le estaba costando mucho manejar los remos. Si aquel colgante les podía traer o no mala suerte le importaba muy poco. Su vida no iba a depender de un vulgar trozo de madera. ¿Se habría caído al mar? ¿Estaría en el fondo del océano ejerciendo su malvado poder de atracción? Más les valía que no fuera así. El tipo aquel les iba a soltar una pasta gansa por ese colgante antiguo: seguramente nunca más iban a volver a ver tanto dinero junto. En caso contrario, lo había dejado bastante claro: no era posible volver sin las manos vacías.

Paolo decidió volver al yate. No hacía mucho tiempo de su escapada. Ya vería qué excusa le contaban a Don Leone y sus hombres.

—¿Volver?—gritó Massimo—. ¡Estás loco! ¡Nos van a matar! ¡No quiero volver!— Massimo se enderezó; lo miraba furioso.

—¿Y qué quieres que hagamos? ¡Si no le llevamos el colgante al viejo nos matará él! ¡Seguramente te lo dejaste allí, zopenco!… ¿Qué haces, Massimo?

—He dicho que no quiero volver y no voy a volver.— Massimo agarró a Paolo por el cuello con el fin de estrangularlo. Paolo, sorprendido, forcejeó con él, pero no le sirvió de nada. Massimo era el más fuerte.

Tras breves instantes, solo quedaba uno en la barca. Massimo apartó el cuerpo de Paolo y cogió los remos. No sabía hacia dónde tenía que dirigirse. Tras darse unas palmaditas sobre lo que colgaba a la altura de su pecho, se concentró únicamente en remar con todas sus fuerzas; dejando alguna para reírse de lo perfecto que le había quedado su papel de “loco obsesionado con la maldición del colgante”.

“Quien ríe el último, ríe mejor”, podría decirle el colgante a Massimo, si hablara… Massimo fue a parar directamente a las inmediaciones del yate de Don Leone. ¿La maldición? Con lo agitado que estaba el mar y lo cansado que estaba él de tanto remar no le dio tiempo a pensar. Únicamente le dio tiempo a sentir la bala que muy hábilmente le atravesó la frente.