Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Tras la tormenta - por Predicador

Ricky y Sara se asomaron a la puerta de la pequeña habitación que llamaban “el cuarto del Capitán”; siempre les había gustado ese sitio, aunque no eran más que cuatro tablas que servían de refugio para esconderse del sol abrasador los días de verano y, en días de invierno como este, de las repentinas tormentas que se descargaban sin avisar. Al salir de allí, Ricky tropezó con el descascarillado timón, que comenzó a girar descontrolado, mientras Sara retorcía su falda para escurrir el agua que les había calado; unos minutos antes, las nubes habían convertido una promesa de lluvia en una cortina de gotas que golpearon la cubierta de madera,así que no les había quedado más remedio que refugiarse allí durante un buen rato. El aire hacía crujir el mástil y movía unos jirones de tela de lo que alguna vez habían sido velas; ese mismo viento dibujaba figuras en el agua que los rodeaba y hacía imposible saber si, bajo el casco del barco, se escondía una de las más profundas simas del mar, llena de extraños monstruos marinos, o si tal vez cualquier chiquillo podría chapotear tranquilamente en ellas sin más miedo que salpicar demasiado a su malhumorada madre.

Una vez que la lluvia había seguido su camino hacia lugares más secos, él miró hacia el Este y su gesto cambió, marcado con un reflejo extraño entre sorpresa y preocupación; dio unos pasos hacia la barandilla y se apoyo en ella. Silenciosamente, Sara se acercó a él y se sentó con las piernas colgando en el exterior, intentando buscar que era lo que llamaba su atención en el horizonte. El agua les devolvía la borrosa imagen de una cara preocupada y un par de pies cuando Ricky se giró hacia Sara y le señaló un punto cercano, ella torció el gesto contrariada y dijo:

-Ya no están… se las han llevado, ¿quién habrá podido ser?.

Él asintió con cara seria, dio un paso atrás mientras apretaba los puños:

-Será mejor que nos vayamos a casa- le dijo a Sara- y me parece que nos va a llevar un buen rato por que no creo que se les ocurra volver para traérnoslas

Sara le sonrió repentinamente, mostrando un par de dientes perdidos, y salió corriendo hacia el fondo del cuarto del Capitán; Ricky vio como se tiraba de cabeza por el agujero que había en el centro del cuarto: era una de las cosas que siempre le sorprendía de ella, podría estar calada hasta los huesos y enfadada por el robo de sus tesoros, pero nunca perdía una oportunidad de poder hacer cosas que podían partirle la crisma. Él se acercó a la borda, comenzó a bajar por la escalerilla de cuerda y, justo cuando estaba a punto de llegar al agua, estiró la punta del pie hasta rozar la superficie, provocando que se comenzaran a formar pequeñas ondas concéntricas que se alejaron de él. Suspiró y se dejo caer sobre el enorme charco, rodeó caminando la superficie de madera hasta la parte trasera del barco y encontró a su hermana de pie, en el barro, con su vestido de flores enfangado y la misma sonrisa con la que se había despedido en la parte de arriba del tobogán.

La agarró de la mano con ese aire protector con que todos los adolescentes cuidan de sus hermanas pequeñas y comenzaron a caminar hacia casa, mientras pensaban como explicarían a su madre la desaparición de sus bicis: seguramente no se creería que solamente las apoyaron en el parque para poder resguardarse de la repentina lluvia pero la verdad es que, para no acabar empapados de los pies a cabeza, no les había quedado otro remedio que cobijarse en aquella destartalada atracción infantil en la que los niños jugaban a ser piratas en las tardes de primavera; ese fue su escondite mientras duró la tormenta.