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P.A.L - por Lucas Trevisiol

El anciano encontró la llave en la habitación de su hijo; estaba vieja y oxidada. En ella, un grabado rezaba las iniciales P.A.L, aunque el viejo tuvo que forzar la vista para distinguirlas.
Ahora su hijo, Han, estaba muerto; se voló los sesos con un revolver .38 y nadie sabe por qué. Lo encontraron en su departamento en la ciudad sobre un gran charco de sangre en el cual nadaban varios trozos de cerebro, cráneo y materia gris. Pero su avejentado padre no debía saberlo; la familia le ocultó la verdad diciéndole que Han sufrió un terrible accidente de auto.
Pasaron unas semanas hasta que Andrew Billinger se animara a entrar a la habitación de su hijo. Tenía miedo de los recuerdos que pudieran aflorar entrando allí, como si fueran perjudiciales para su cordura. Puede resultar extraño que una persona como Han, ya en sus treinta, viva con su padre, pero a él no le daba vergüenza y hacía oídos sordos a los malos comentarios.
La ventana de la habitación daba al frondoso bosque donde el hijo de Billinger pasaba la mayor parte de su tiempo. Ambos adoraban ese lugar, y los recuerdos que brotaban al ver aquella postal hicieron que varias lágrimas humedezcan la arrugada cara del anciano. Reprimió sus pensamientos y se echó en la cama del difunto; algo raro le pinchó la espalda. Quitó las mantas y debajo se escondía una llave…

El hallazgo de la llave no tuvo mayor importancia para Andrew. Supuso que sería demasiado íntimo «debe pertenecer a algún cajón donde guardaba cartas de amor o cosas con algún valor sentimental» pensó, y la dejó donde la encontró.
Los días se hacían interminables para él, por lo que mirar televisión e inventar recetas de cocina no lo sustraía de su tristeza; entonces pensó que dar un paseo por las hectáreas de su propiedad no era mala idea para distraerse. Salió abrigado y se internó por entre los árboles. Hacía mucho que no salía porque Han se lo tenía prohibido: «no salgas, pa; estas muy frágil. Te caes y dejas de existir». Pensó que tal vez eso sea cierto, pero a esas alturas ya no tenía nada que perder.
En los azulados ojos de Andrew Billinger se reflejaba el sendero que atravesaba el bosque. Se dejó llevar por las miles de sensaciones que se deslizaban por su cuerpo.
Se hacía de noche cuando encontró una extraña estructura de piedra que, a juzgar por los musgos que crecían en su superficie, parecía muy antigua. El anciano dio una vuelta alrededor de ella y la estudió minuciosamente. Descubrió una puerta de madera que no pudo abrir ni forzar, era maciza, no tenía apariencia de ceder con facilidad. Pero había algo en ella… las siglas P.A.L.

Al día siguiente llovía, pero eso no fue un impedimento para la curiosidad de Andrew; se puso su piloto amarillo y se encaminó por el sendero hacia donde había llegado la tarde anterior. La llave oxidada pesaba en su bolsillo. Luego de un tiempo de luchar contra el viento y las gotas de lluvia, se encontraba empujando la pesada puerta.
El interior olía a moho y humedad. No había mucho para ver, o eso pensó él. Solo quería saber qué hacía Han en aquel escondrijo. No encontró ventanas por lo que estaba muy oscuro, pero iba equipado con una linterna la cual usó. Un débil halo de luz atravesaba el lugar, dejando al descubierto miles de motas de polvo que volaban de un lado a otro. Avanzó unos temblorosos pasos cuando un ruido metálico le interrumpió y encendió todas las alarmas de su cuerpo; se le tensaron los músculos y alumbró todas las esquinas del lugar. En una de ellas algo se movió. El ruido de metal arrastrándose por el piso se hizo más fuerte; y ahí estaba eso. El redondel de la linterna bailaba nerviosamente en el rostro deforme de aquel ser; el cabello pajoso de aquella cosa caía hasta el suelo y los dientes en punta no dejaban mucho a la imaginación a qué pasaría si se te clavaran en la carne.
La puerta se cerró. El viejo se paralizó y las cadenas le salvaron, de momento, de una muerte segura en manos de aquella criatura peluda, dientuda y deforme. Ojalá hubiera muerto rápido en La Puerta Al Infierno. Ojalá alguien le haya avisado que de allí nadie sale.

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8 comentarios

  1. 1. Lucas Trevisiol dice:

    ANTES DE COMENTAR 😛 : hay una inconsitencia en la historia, me equivoqué de archivo… en realidad escribi el texto dos veces y iba coopiando y pegando las partes que me parecian mejores de ambas versiones.
    Resulta que lo envié apurado y me equivoqué; en el primer parrafo que tendria que haber enviado, aclaro que el hijo se habia mudado a la ciudad hace poco tiempo! Se que vana comentar al respecto entonces lo aclaro jaja!!

    Escrito el 17 junio 2016 a las 20:25
  2. Hola Lucas, me ha parecido que escribes solo una parte de un relato más extenso, pues habría varias cosas por aclarar en la historia. A mí me gustaría conocer todos los pormenores del cuento: por ejemplo llegar a entender los motivos del suicidio, entender que era aquello con rostro deforme y cabello pajoso.
    En el relato hay algunos tiempos verbales que suenan raro:
    «y los recuerdos que brotaban al ver aquella postal hicieron que varias lágrimas humedezcan la arrugada cara del anciano.» Quizás sería mejor decir que: «varias lágrimas humedecieron».
    También donde dices: «Pensó que tal vez eso sea cierto,» Creo que es mejor: «Pensó que tal vez eso era cierto,».
    Hasta pronto Lucas.

    Escrito el 18 junio 2016 a las 00:55
  3. 3. Leonardo Ossa (Medellín - Antioquia) dice:

    Lucas, paso nuevamente por acá para agradecer tu visita y comentario sobre mi texto. Estoy de acuerdo contigo, pienso que mi relato debió tener algún otro suceso que lo hiciera más interesante.
    Espero volver a leerte.

    Escrito el 20 junio 2016 a las 00:43
  4. 4. Laura dice:

    Hola Lucas.
    En cuanto a lo formal, fíjate que en una misma oración tienes “aquel” ser y “aquella” cosa,dos adjetivos indeterminados muy semejantes, tal vez podrías haber modificado alguno de ellos.
    Pienso que tal vez Han tendría que haber dejado alguna advertencia al dejar la llave de la P.A.L. tan al alcance de la mano de cualquiera, en especial en un bosque de fácil acceso, incluso para su padre anciano, antes de su suicidio.
    En fin, un relato que no deja que te levantes del asiento fácilmente.
    Sigue escribiendo.

    Escrito el 20 junio 2016 a las 21:25
  5. 5. lunaclara dice:

    Hola! Te dejo aquí mi corrección de tu relato. Salvo algunos tiempos verbales el relato está bien escrito. El final me resulta un poco confuso, creo q deberías haber aclarado mejor lo relacionado con esa cueva.

    ***

    El anciano encontró la llave en la habitación de su hijo; estaba vieja y oxidada. En ella, un grabado rezaba las iniciales P.A.L, aunque el viejo tuvo que forzar la vista para distinguirlas.
    Ahora su hijo, Han, estaba muerto; se voló los sesos con un revolver .38 y nadie sabía por qué. Lo encontraron en su departamento en la ciudad sobre un gran charco de sangre en el cual nadaban varios trozos de cerebro, cráneo y materia gris. Pero su avejentado padre no debía saberlo; la familia le ocultó la verdad diciéndole que Han sufrió un terrible accidente de auto.
    Pasaron unas semanas hasta que Andrew Billinger se animara a entrar a la habitación de su hijo (en la habitación). Tenía miedo de los recuerdos que pudieran aflorar entrando allí, como si fueran perjudiciales para su cordura. Podría resultar extraño que una persona como Han, ya en sus treinta, viviera con su padre, pero a él no le daba vergüenza y hacía oídos sordos a los malos comentarios.
    La ventana de la habitación daba al frondoso bosque donde el hijo de Billinger pasaba la mayor parte de su tiempo. Ambos adoraban ese lugar, y los recuerdos que brotaban al ver aquella postal hicieron que varias lágrimas humedecieran la arrugada cara del anciano. Reprimió sus pensamientos y se echó en la cama del difunto; algo raro le pinchó la espalda. Quitó las mantas y debajo se escondía una llave… (Esta afirmación es redundante, ya lo dices al principio. ¿Alguna forma de unificar las dos afirmaciones?)
    El hallazgo de la llave no tuvo mayor importancia para Andrew. Supuso que sería demasiado íntimo: «Debe pertenecer a algún cajón donde guardaba cartas de amor o cosas con algún valor sentimental» pensó, y la dejó donde la encontró.
    Los días se hacían interminables para él, por lo que mirar televisión e inventar recetas de cocina no lo sustraía de su tristeza; entonces pensó que dar un paseo por las hectáreas de su propiedad no era mala idea para distraerse. Salió abrigado y se internó por entre los árboles. Hacía mucho que no salía porque Han se lo tenía prohibido: «No salgas, pa; estás muy frágil. Te caes y dejas de existir». Pensó que tal vez eso fuera cierto, pero a esas alturas ya no tenía nada que perder.
    En los azulados ojos de Andrew Billinger se reflejaba el sendero que atravesaba el bosque. Se dejó llevar por las miles de sensaciones que se deslizaban por su cuerpo.
    Se hacía de noche cuando encontró una extraña estructura de piedra que, a juzgar por los musgos que crecían en su superficie, parecía muy antigua. El anciano dio una vuelta alrededor de ella y la estudió minuciosamente. Descubrió una puerta de madera que no pudo abrir ni forzar, era maciza, no tenía apariencia de ceder con facilidad. Pero había algo en ella… las siglas P.A.L.
    Al día siguiente llovía, pero eso no fue un impedimento para la curiosidad de Andrew; se puso su piloto amarillo y se encaminó por el sendero hacia donde había llegado la tarde anterior. La llave oxidada pesaba en su bolsillo. Luego de un tiempo de luchar contra el viento y las gotas de lluvia, se encontraba empujando la pesada puerta.
    El interior olía a moho y humedad. No había mucho para ver, o eso pensó él. Solo quería saber qué hacía Han en aquel escondrijo. No encontró ventanas, por lo que estaba muy oscuro, pero iba equipado con una linterna, la cual usó. Un débil halo de luz atravesó el lugar, dejando al descubierto miles de motas de polvo que volaban de un lado a otro. Avanzó unos temblorosos pasos cuando un ruido metálico le interrumpió y encendió todas las alarmas de su cuerpo; se le tensaron los músculos y alumbró todas las esquinas del lugar. En una de ellas algo se movió. El ruido de metal arrastrándose por el piso se hizo más fuerte; y ahí estaba eso. El redondel de la linterna bailaba nerviosamente en el rostro deforme de aquel ser; el cabello pajoso de aquella cosa caía hasta el suelo y los dientes en punta no dejaban mucho a la imaginación a qué pasaría si se te clavaran en la carne.
    La puerta se cerró. El viejo se paralizó y las cadenas le salvaron, de momento, de una muerte segura en manos de aquella criatura peluda, dientuda y deforme. Ojalá hubiera muerto rápido en La Puerta Al Infierno. Ojalá alguien le hubiera avisado de que de allí nadie salía.

    Escrito el 21 junio 2016 a las 11:03
  6. 6. Tita dice:

    Hola, Lucas

    Hay una cosita en la que personalmente suelo fallar mucho y que comparto contigo porque cometes el mismo error.

    Hay una clausula(no se como llamarle) que usas bastante en el texto que es: “Se + el verbo”.

    Por ejemplo:
    Se encaminó
    Se puso
    Se movió
    Se encontraba
    Se hacía…

    Es algo que cuesta sacar de nuestra cabeza por la falta de vocabulario. Pero dichosamente para ti y para mi solo nos resta leer y leer.

    El fin de la historia me confundió un poco. ¿Qué era el monstruo? ¿Porqué estaba allí?

    Sigue escribiendo, compañero.

    Saludos
    Mi texto es el ochenta y algo(no recuerdo), por si te apetece revisarlo.

    Ansiosa de ver tus críticas

    Escrito el 26 junio 2016 a las 05:53
  7. 7. Lucas Trevisiol dice:

    Hola gente, estuve un poco ocupado estos dias, justo es fecha de parciales en la facultad y caen esta semana D:; cuando tenga un poco de tiempo libre voy a pasarme por sus relatos y los relatos de mis compañeros de abajo!!

    Escrito el 26 junio 2016 a las 20:29
  8. 8. MOT dice:

    Hola Lucas.

    Es la primera vez que te leo, y , al menos conmigo, has conseguido que no pudiera dejar de leer hasta el final, así, de un tirón… Buena historia, que engancha, y mejor final…

    Un saludo…

    Escrito el 28 junio 2016 a las 15:38

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