Es un hasta pronto. Un hasta pronto que digo con el corazón en un puño porque no ha sido fácil decidirme a dar el paso. Confieso que la idea se me había cruzado antes por la cabeza, pero siempre había acabado por desestimarla y obligarme a aguantar un poco más. Hasta hoy. Porque he sentido que tocaba fondo.
El último año y medio ha sido agotador para mí, el más agotador de mi vida. Con el peque dando vueltas por la casa, la falta de horas de sueño que se acumula noche tras noche y una carga de trabajo extra para la que tengo que robarle horas al día, apenas si tengo tiempo para nada. Casi no puedo ni leer, siendo esta una de mis mayores pasiones, y ya no hablemos de escribir. Hace siglos que no escribo una historia. Bueno, siglos no, solo dieciocho meses, pero parecen siglos porque quizás sea lo que más echo de menos y lo que mas necesito para mantener la cordura. Incluir el blog y el taller en medio de toda esta dinámica es como intentar hacer malabares con demasiadas bolas.
A comienzos de este año traté de recuperar la energía de antaño en el blog y me hice un pequeño plan para volver a publicar entradas con asiduidad. Al final la realidad se impuso y de ese plan solo quedaron las anotaciones en mi agenda, que nunca llegué a cumplir. Los pocos días que logro sacar algo de tiempo para dedicar a un post, me veo sin fuerzas o sin ideas y noto que me apetece más dedicar ese ratito a adelantar algo de trabajo pendiente, descansar o leer algo. Así que pronto me di cuenta de que iba a ser un plan fallido.