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Versos transcendentes - por Jada Beaumont

Unos pocos años atrás, en nuestro pueblo vivía un señor un tanto peculiar. Nunca nadie ha sabido explicar con pocas palabras quién era, ya que tampoco se dejó conocer demasiado hasta el último momento antes de su partida. Era un hombre que se pasaba los días observando todo su alrededor y escribiendo infinitas páginas en su pequeño cuaderno. Sin embargo, no era antipático ni mucho menos, siempre sonreía y saludaba a todo el mundo alzando su cabeza.

En el pueblo no vivía demasiada gente, así que se hablaba con todos sin ninguna traba; y, lo que más nos gustaba hacer era jugar a todo tipo de juegos de mesa y ir a tomar cañas. Un día pasaba el entrañable señor por ahí cuando estábamos en el bar y le invitamos. Por fin pudimos urgar un poco en su interior y descubrimos a una persona muy interesante. Resulta que era un poeta al que le encantaba captar realidades en sus versos y convertirlas en algo transcendente. Ahí fue cuando cobró sentido lo de ponerse solo a escribir en cualquier rincón.

A partir de ese día era mucho más abierto con todos nosotros, tanto hasta llegar al punto de irnos de campamento por las montañas. Trajimos todo lo necesario de casa para poder pasar dos noches. La primera noche hicimos fuego para hacernos de cenar y nos contamos los recuerdos más graciosos que teníamos cada uno de nuestra temprana edad. Fue una noche en la que predominaban las risas entre los sorbos de alcohol. Al día siguiente hicimos una gran caminata en la que tuvimos la suerte de admirar paisajes divinos; sin embargo, al atardecer ya volvimos a nuestras tiendas. Para entonces ya estábamos cansados, así que poco después de la cena nos fuimos a dormir.

Días después de volver al pueblo, vi una carta en la puerta de su casa dirigiéndose a los que fuimos al campamento. La cogí y reuní a todos al bar para poder leerla. Era un largo poema explicando como se había sentido en el pueblo durante los meses que estuvo y nos daba las gracias por haberle hecho sentir como en casa. Y, al final, nos dejó escrito el motivo de su partida. Se dedicaba a viajar por pequeños rincones del mundo buscando inspiración para sus poemas y, cuando un lugar ya no hacía caerle lluvias de ideas e imaginación, se iba para otro sitio. En corto tiempo todos los habitantes sabían el porqué de su ida y, como parte de esta pequeña familia, alzamos en la plaza una estátua de él escribiendo en su cuaderno para así siempre tenerle cerca.

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3 comentarios

  1. 1. ANGEL CLIMENT dice:

    Hola Jada: Felices Fiestas.
    Me ha gustado el relato, es intenso, lleno de amor, ese amor que nos falta a las personas y que solo sabemos sacar en Navidad. He disfrutado leyendo. ya es la segunda vez que te leo y seguire haciendolo

    Escrito el 17 diciembre 2016 a las 12:10
  2. 2. Ane dice:

    Hola Jada.

    Es un relato con sentido y bonito. Quizás me ha chirriado un poco alguna conjugación de algún verbo, pero en líneas generales me parece que es un texto correcto.

    Saludos.

    Escrito el 17 diciembre 2016 a las 20:15
  3. 3. Gastón Paredes dice:

    Hola Jada,

    Me gusta tu historia, fresca y fluida, a no ser porque no me acaba de cuadrar la idea de que hagan una estatua.

    Será que soy muy dramático, pero me quedé a la espera de un giro final. Llegué a pensar que se había ido justamente porque ya había logrado congeniar con el poblado, y por tanto ya no podría seguir ahí, necesitaba buscar nuevamente el aislamiento y distancia.

    Sigue adelante, felices fiestas!

    Escrito el 19 diciembre 2016 a las 04:20

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