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SUSANA ESPERABA - por Fefa Martín

Susana esperaba ansiosa verle aparecer como cada sábado, con su porte elegante, su barba blanca y aquel sencillo traje negro algo deslucido por el tiempo, pero impecablemente planchado. Una ola de emoción recorrió su cuerpo cuando al fin le vio llegar, con su ramo de lilas y su porte de galán.

Que el lugar de su cita fuese un cementerio, podría resultar inaudito, mas para ellos aquel era un sitio especial. Allí se conocieron, en un día lluvioso, en el que aquel amable señor le ofreció su paraguas.
Se había convertido en una costumbre, pasear por las amplias calles de aquel bello camposanto donde la esbeltez de los cipreses contrastaban con aquellos parterres cubiertos por hermosos rosales, margaritas y variadas flores que ponían la nota de color y daban al lugar el aspecto de un hermoso parque.
Caminaban despacio, cogidos de la mano. Iban deteniéndose en los nichos cuyas frías lápidas aparecían desnudas de flores, con apariencia de abandono, como si aquel difunto hubiera sido olvidado definitivamente por sus deudos. Entonces, depositaban con enorme ternura, una de las lilas silvestres que él había traído expresamente para ese fin. Ambos intercambiaban una mirada cómplice y comentaban como siempre:

__ ¡Morirse es triste, pero más triste aún es que te olviden!.

Así iban realizando su habitual recorrido, depositando sus lilas en las tumbas más abandonadas. Eran tantas, que no podía abarcarlas todas, pero cada semana cambiaban su ruta para llegar el mayor número de tumbas anónimas .
Mas no todo era tristeza y soledad en un cementerio. De vez en cuando solían leer algún epitafio que les producía sonrisa e hilaridad. Epitafios ingeniosos como el que rezaba:

“Aquí yace Juan García, que con un fósforo un día, fue a ver si gas había.. y había”

Tras el comentario jocoso, volvían a retomar el tema de la soledad de los vivos, pero también de los difuntos.
__¡Es bueno tener sentido del humor hasta para morirse!, dijo Manolo una vez más, mientras tímidamente la tomaba de la mano. Ella se estremecía con el suave contacto de la piel de aquel hombre que le había devuelto la ilusión a su corazón.

A ratos, permanecían sentados en aquel banco, bajo la sombra del laurel que les preservaba de las miradas de curiosos. Entonces, como dos chiquillos, se permitían alguna caricia furtiva que les hacía sonrojarse como si la manifestación de aquel amor fuese un pecado.

¿Acaso no tenían derecho a ser felices?. ¿Por qué no se decidían a enfrentarse a todos y emprender el último tramo de sus vidas juntos?.

Ambos suspiraban y ella volvía a desgranar los obstáculos que les impedía realizar sus sueños.

Susana tenía una hija y cinco nietos que vivían con ella. Toda la familia dependían de la exigua pensión que percibía. No podía dejarles abandonados. Además, sentía una vergüenza enorme de confesar a su familia que estaba enamorada. ¿Cómo iban a entender el amor de una octogenaria.?

Él tenía parecidos motivos, por eso su felicidad se reducía a aquellos encuentros de los sábados. Hablaban de todo, de lo acontecido durante la semana, de sus vidas, sus anhelos, sus inquietudes, pero también de la vida que sentían renacer en su interior, como si de los viejos troncos de sus sarmentosos cuerpos, brotaran retoños verdes de ilusión y de esperanzas. Ambos eran conscientes de que estaban en el ocaso de sus vidas, pero por ello les urgía exprimir aquella amistad que se había ido convertido en un amor profundo, rejuvenecedor y a la vez, sereno. Lo disfrutaban con un regalo de la vida, como un plus de felicidad que sin duda merecían.

Fefa Martín González

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4 comentarios

  1. 1. Yurisander dice:

    Es un tierno relato sobre la vejez, la mal llamada tercera edad (porque es una sola la que tenemos, va in crescendo hasta que se detiene de una vez). Me encantó el epitafio jocoso. Y la imagen de que el amor florece en cualquier parte, incluso en un cementerio.
    Creo que le falta un final. Y el punto de vista del narrador se entrecruza con los personajes, lo cual no es malo ni mucho menos, pero me habría funcionado más que ellos mismos contasen lo que merecen, a lo que aspiran, los obstáculos que les impiden su unión.
    Finalmente el guión largo de los diálogos no debe ser bajo.
    De forma general, me gustó mucho.

    Escrito el 18 abril 2017 a las 05:24
  2. 2. Josefa Martín González dice:

    Gracias por tu comentario Yurisander. Es la primera vez que participo y todavía estoy algo despistada.
    En cuanto al epitafio, no es original, lo copié de la red. Sin duda has captado la idea del mensaje. El amor en la tercera edad es posible y así quise reflejarlo. En cuanto al final, tienes razón, de todas formas quise dejarlo en el aire, porque también en la vida real, no existen siempre finales felices.
    Lo del guión lo llevo mal, pues no encuentro el guión largo. Tengo instalado Linux y no sé cómo localizar ese signo. Por eso en los diálogos puse un guión bajo.
    Un saludo,
    Fefa Martín

    Escrito el 18 abril 2017 a las 11:31
  3. 3. Matilde dice:

    Hola Josefa. El arranque del relato hace presagiar una buena lectura. Atraes al lector. Me parece un relato con el mismo ritmo. No hay cambios que en un momento hagan sobresaltar. El tema es novedoso “amor de viejos en un cementerio donde saben que relativamente pronto descansarán para siempre”, también es ingenioso el depositar una flor al que no la tiene.
    “¡Morirse es triste, pero más triste aún es que te olviden!”. No comparto esa idea: a los familiares queridos nunca se les olvida aunque no se les lleve flores.
    Quizás el final necesitó un poco más de emoción, pero en general muy buen relato.
    En cuanto a la forma tal vez debas mirar el sentido de algunas frases, la concordancia, guiones…
    Gracias por comentar mi relato

    Escrito el 20 abril 2017 a las 23:55
  4. 4. Josefa Martín González dice:

    Gracias a tí Matilde, por leerme y por esas recomendaciones que tanto me aportan. Ya sabes que solo soy una principiante y tengo mucho que aprender.
    Saludos,
    Fefa Martín

    Escrito el 21 abril 2017 a las 18:20

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