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La pulsera enterrada - por Silvia Peregrina

La pulsera enterrada

Susana esperaba, tensa y ansiosa, la exhumación del cadáver de su abuela. Hacía frío en el cementerio, ese frío tan particular, andariego entre las tumbas. Ofendían a su alma el ruido de las palas, quitando terrones cada vez más secos. La lápida de nombres y fechas, permaneció impávida apoyada sobre otros mármoles con otras fechas. Un rectángulo desigual de tierra, parecía tragarse a los obreros, como si así castigara a sus profanadores.

Pero comienzo desde el principio. Me llaman José y soy sacerdote. Acompañé a Susana ocho años atrás, cuando el procedimiento mortuorio fue al revés. La cava, el descenso del ataúd, las lágrimas y la tierra que cayeron sobre ese féretro que cuidaría los despojos de la abuela materna de Susana. El dolor y el vacío de una pérdida esperada pero incomprensible. El cariño por la anciana no entendió ni entenderá a la imperturbable muerte. Ella había hecho de madre, la de Susana murió apenas nacida su única hija.

El tiempo siguió y si bien no curó esas penas, pudo arrinconarlas para que no demolieran el presente. Vi con regularidad a Susana y pude percibir ese alivio. Hasta hace pocos meses atrás.

Una artera misiva sin remitente ni presentaciones, le advirtió que su padre no era su padre. Que los bienes que heredó de él no le correspondían, que era una usurpadora, que había otros herederos auténticos. Que su madre murió trastornada por la carga mental de su propio pecado. Que la abuela siempre lo supo y que el verdadero nombre del padre estaba en la pulsera con que fue enterrada.

Si la carta descubría una verdad, Susana era millonaria, pero a costas de alguien que estaba perdiendo y quizás necesitando de lo que a ella le sobraba. Comenzó las averiguaciones. Nada en los documentos oficiales, sus papeles y los de su familia constataban lo conocido hasta la llegada del anónimo. Nada anormal, ningún indicio de sospecha. Sin embargo, la duda se inmiscuyó por el alma de Susana como una puntiaguda saeta.

Siguieron las preguntas a los conocidos, a los primos y tíos lejanos. Negaron con palabras, pero afirmaron con actitudes esquivas. Algunos fueron más insidiosos que otros, hasta que deslizaron un “Algo escuché”. Susana comprendió que querían ocultar un gran entresijo, a la vez que le gritaban en silencio que siguiera buscando. Pero al igual que al llegar a un grueso muro, los familiares la guiaron hasta el límite que no estaban dispuestos a traspasar: se ocultaba un pesado secreto, incómodo de descubrir.

Por más que traté de disuadirla, de explicarle que no era necesario zarandear el pasado, en pos de una posible difamación gratuita, no me hizo caso. Ni lo tétrico de volver al cuerpo de su abuela, pudo frenarla. Hice lo posible para mostrarle el desagrado de la Iglesia ante tamaña herejía, el sacrilegio de molestar el descanso eterno de la querida señora. Susana siguió adelante y superó la andanada burocrática de un trámite así. Me preocupé.

. . .

Trasladaron el polvoriento ataúd hasta un habitáculo con portalón, la única abertura que permitía el paso de la luz solar. Lo depositaron sobre una mesa, adonde llegaba esa luz, que se mostraba tan deslucida por su entorno macabro. Quitada la tapa, el hedor cundió por las entrañas de Susana. Cabello blanco larguísimo, uñas crecidas, restos ásperos de piel seca, mezclados con las ropas oscuras que aplastaban las migajas del cuerpo muerto.

Los funebreros, respetuosos pero apurados, instaron a Susana para que procediera y le alcanzaron guantes. Pude ver como aplacaba su horror, su náusea de repugnancia y de culpa. La sentí dudar, para luego tomar coraje. Se acercó lo suficiente y se ahogó en sollozos. La tomé por los hombros y le sugerí abandonar todo. Más lágrimas de tensión, pero se calzó los guantes. Fijando la mirada en la muñeca derecha de su abuela, se puso a hurgar entre hilachas de tela. Ahí estaba la pulsera, opaca, desprendida de los pequeños huesos. Volví a preocuparme, mejor dicho, a sentir miedo.

Susana huyó del lugar entre lloros y toses. Se detuvo a los pocos metros indecisa, limpiando la pulsera con un pañuelo blanco. Entonces huí yo, porque siempre supe y compartí el secreto de su madre y de su abuela. El nombre ahí escrito era el mío.

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13 comentarios

  1. 1. Elena dice:

    Hola Silvia!
    Me ha encantado leer tu relato.La forma en como está escrito y la originalidad del argumento son para quitarse el sombrero.
    Hay un equilibrio perfecto entre las descripciones del entorno y el interior de la protagonista.
    El final es fabuloso y nada predecible.
    Lo único que no me ha gustado mucho es la forma en como se presenta el narrador,se me hace un poco brusco.
    He disfrutado mucho con su lectura!!
    Un saludo

    Escrito el 18 abril 2017 a las 11:55
  2. 2. Anacinta M.T. dice:

    Hola Silvia:

    Me ha gustado mucho tu relato.

    Me ha tenido intrigada hasta el final.

    Muy lograda la descripción de la exhumación del cadáver.

    ENHORABUENA!!!!!

    Un saludo.

    Escrito el 18 abril 2017 a las 19:13
  3. 3. Silvia Peregrina dice:

    ¡Muchas gracias por tu comentario, Elena! Sí, tenés razón, la forma en que se presenta el narrador es medio cortante, lo voy a tener en cuenta.
    Paso por tu trabajo y te comento.
    ¡Saludos!!

    Escrito el 18 abril 2017 a las 21:43
  4. 4. Silvia Peregrina dice:

    ¡Muchas gracias por tu comentario, Anacinta, sos muy amable!!
    Ahora paso a leer el tuyo.
    ¡Saludos!!

    Escrito el 18 abril 2017 a las 21:46
  5. 5. Clau Cruz dice:

    Hola Silvia:

    Tu relato en verdad me ha encantado… una idea muy original y bien narrada, sobre todo el giro del final inesperado. ¡Genial!

    Sólo hay una frase que no le encuentro colocación, es decir, no me queda claro, ¿podrías ayudarme?

    “Si la carta descubría una verdad, Susana era millonaria, pero a costas de alguien que estaba perdiendo y quizás necesitando de lo que a ella le sobraba”

    El que Susuna fuese millonaria, ¿dependía de que la carta fuera verdad? mil disculpas, es ahí donde me perdí…

    ¡Felicidades! Muy buen trabajo.

    Bendiciones.

    Escrito el 20 abril 2017 a las 18:10
  6. 6. Silvia Peregrina dice:

    Hola, Clau Cruz, gracias por leer y comentar mi relato.

    Lo que quise decir con esa frase, es que si Susanan no era hija del que creía su padre, no tenía derecho a disfrutar de su herencia y que, posiblemente, en otra parte existiría el verdadero heredero. Una hipótesis que a Susana le preocupó y le hizo buscar la verdad.

    Esa fue mi idea, tal vez no la supe expresar bien.

    Pasaré por tu cuento.
    ¡Saludos!!

    Escrito el 20 abril 2017 a las 22:57
  7. 7. Clau Cruz dice:

    Gracias Silvia…

    Me ha quedado claro, mil disculpas ¡creo que yo sóla me enrede!

    Saludos.

    Escrito el 20 abril 2017 a las 23:43
  8. 8. Cesar Henen dice:

    Hola silvia, con gusto te devuelvo la vista a mi relato.

    Por lo general no me gustan los relatos con el narrador en primera persona; pero el tuyo tiene algo diferente y que he disfrutado. No diré que en lo personal no presentía que el sacerdote en realidad era el padre de susana, es muy notoria la cercanía, ya sea con ella o con toda la familia.

    Silvia, felicidades por tu relato espero leerte al próximo.
    Un saludo!

    Escrito el 23 abril 2017 a las 00:00
  9. 9. Silvia Peregrina dice:

    ¡Muchas gracias por tu comentario, Cesar Henen! Nos seguimos leyendo, saludos.

    Escrito el 23 abril 2017 a las 02:52
  10. 10. Laura dice:

    Hola Silvia.
    Me queda bastante confuso tu relato. ¿Todos sospechaban que su padre en realidad no lo era? ¿Hay una relación da familia-sacerdote por lo que él la acompaña o tiene alguna otra vinculación, dejando de lado que ella es su hija? ¿Él lo sabe, por lo visto, y conoce el contenido de la carta dado que no quiere que ella abra el ataúd?
    Disculpa, pero tengo más preguntas que certezas.
    Está muy bien manejadas las descripciones con la narrativa.
    Hasta el mes próximo

    Escrito el 23 abril 2017 a las 17:29
  11. 11. Silvia Peregrina dice:

    Laura:

    Gracias por tu comentario. Copio al lado de tu pregunta, las respuestas que están en el relato, sólo hace falta prestar más atención y leer un poquito entre líneas.

    ¿Todos sospechaban que su padre en realidad no lo era? “Negaron con palabras, pero afirmaron con actitudes esquivas. Algunos fueron más insidiosos que otros, hasta que deslizaron un “Algo escuché”. Susana comprendió que querían ocultar un gran entresijo, a la vez que le gritaban en silencio que siguiera buscando. Pero al igual que al llegar a un grueso muro, los familiares la guiaron hasta el límite que no estaban dispuestos a traspasar: se ocultaba un pesado secreto, incómodo de descubrir.” ((Queda bien claro que lo sabían, pero ¿quién se atreve a descubrir semejante pecado del cura local))

    ¿Hay una relación da familia-sacerdote por lo que él la acompaña o tiene alguna otra vinculación, dejando de lado que ella es su hija? Vos misma lo dijiste, una relación familia-sacerdote. Familia rica, donde una mujer y su madre, engañan a uno de sus miembros, con una falsa paternidad, que esconde un pecado vergonzoso.

    ¿Él lo sabe, por lo visto, y conoce el contenido de la carta dado que no quiere que ella abra el ataúd? Claro que lo sabe, de la carta y de la pulsera: “porque siempre supe y compartí el secreto de su madre y de su abuela. El nombre ahí escrito era el mío.”

    Saludos

    Escrito el 23 abril 2017 a las 20:13
  12. 12. Laura dice:

    Hola Silvia Peregrina.
    Gracias por confirmar lo que había imaginado que podía ser.

    Escrito el 23 abril 2017 a las 23:00
  13. 13. Leosinprisa dice:

    Hola Silvia Peregrina, interesante historia contada con mucha inteligencia y habilidad, ha sido muy entretenida y la verdad, a pesar de que este tipo de historias no sean mi género preferido, no me has cogido desprevenido con lo del cura, me lo esperaba, pero aún así tu relato ha valido la pena leerlo.

    Agradecerte tus comentarios en mi texto, un placer leerte y un saludo.

    Escrito el 25 abril 2017 a las 10:43

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