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El sueño de Marcelo - por Rubén K

Web: http://ruben-ac.wix.com/ruben-aido-cherbuy

Los niños no entienden de literatura. ¿Quién había dicho semejante tontería? Giani no podía contar con los dedos de las manos los libros que había leído en lo que iba de año, y no precisamente cuentos infantiles. ¿Acaso el abuelo había leído algo más allá del manual de instrucciones de su nuevo televisor? Giani no podía darle la razón, de ninguna manera, por más que insistiera en que un chico de 12 años debería estar correteando por la calle persiguiendo gatos. ¿Eso no era para los canallas?

Su madre le miraba pidiendo, con aquel brillo inconfundible en sus ojos, un momento de descanso entre súplica y súplica. -¿No puedes esperar a que termine de limpiarle la casa a tu abuelo?-le decía sin soltar la fregona empapada en aroma de pino.

Giani la observaba atentamente. Su madre sí que compartía su pasión por la lectura ¿Cómo entonces le había dado la razón al abuelo minutos antes? Se la veía agotada, quizás por eso no tuviera ánimos para enfrentarse al abuelo, que tenía la cabeza dura como un adoquín.

Giani miraba ansioso el reloj deseando salir de aquella oscura casucha. Cerró los ojos por un instante y se dejó llevar. Allí, desde el sofá de terciopelo verde, (o imitación de aquello, el abuelo no era ningún marqués) voló sobre sí mismo, salió por la puerta y bajó a una velocidad imposible los dos pisos. La calle estaba vacía, como cabía esperar de un día de verano a la hora de la sobremesa. Cruzó la plazoleta y dobló la esquina pasando frente la cantina “La Constanza”. Allí, solo debía seguir recto unos cincuenta metros para encontrarse en el pequeño barrio comercial, en el que se encontraba su ansiado destino, la librería de Marcelo. Marcelo vivía allí, para ser exactos, justo arriba, y por ello se pasaba todo el día en su local, leyendo y leyendo un arsenal de variado material de lectura. Marcelo era un adulto, y bastante, mayor que la madre de Giani, pero sin duda lo consideraba su amigo. Se había pasado medio verano en compañía de aquel silencioso tipo, al que, con el tiempo, había aprendido a sacarle una sonrisa, y hacerle hablar horas y horas de libros e historias sobre su vieja librería.

Giani continuó su etéreo viaje, y al traspasar su puerta de madera vieja recién barnizada, el olor a imprenta, mezclado con cierto matiz a “antigüedad” llenó sus pulmones. Era como estar allí. Podía ver a Marcelo, con su antigua máquina de escribir, seguramente en su proyecto secretísimo, al cual solo Giani le había echado un ojo, sin haber comprendido del todo de qué trataba su historia, pero aún así maravillado por su dominio de las palabras, unas palabras jamás oídas por él… palabras que ni su abuelo conocería, tan hermosas al oído, tan llenas de sentido incluso cuando él solo podía llegar a imaginarlo.

Marcelo, rodeado completamente de montañas de libros mal organizados pero estratégicamente alineados, era, sin lugar a dudas, la única persona a la que Giani envidiaba, de una forma hermosa, mezcla de admiración y un cariño casi paternal. Aquel era su paraíso, el de Marcelo y el suyo propio.

Giani cerró con fuerza los ojos para no perder aquella ensoñación, su madre interfería en él golpeando sus pies con la fregona al pasar bajo el sofá, en el que no quería recordar encontrarse. Quiso acercarse a Marcelo, y se sorprendió al poder hacerlo, tan fuerte era su vínculo con aquel lugar que en su mente podía llegar a recrear cualquier situación con todo lujo de detalles. Marcelo levantó la vista de su escritura y clavó sus ojos en los de Giani, que realmente no tenía los pies en el suelo, vagaba por la librería a su antojo. Giani quiso hablarle, pensó las palabras y aparecieron allí, listas para que Marcelo las oyera. -¿Este año no ibas a montar un puesto en la feria?- Aquel era el único sueño incumplido que conocía de Marcelo, algo que anhelaba, pero que la lejanía y el costoso proceso terminaban por posponer. Marcelo le sonreía a pesar de negar con la cabeza. Giani podía comprender su respuesta sin escucharla, pues ya había oído aquellas palabras de su boca. Marcelo le había contado ya muchas veces, que siempre se animaba repitiéndose aquello.- El año que viene, tal vez-

Aún con los ojos cerrados, sobre aquel sofá de falso terciopelo verde, Giani sonrió por primera vez en todo el día. Podía estar en su sitio favorito cuando quisiera.

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