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El libro de mi vida - por TEJUELO

El libro de mi vida

—Yo quiero este de “La dama y el Vagabundo”y este de la “Sirenita” y este de…

—¡Hija, para ya. No te los podemos comprar todos!

—¡Bueno! si los vas a leer conmigo, te compro alguno más,contestó yo.

Las casetas se ordenan en interminables hileras a un lado y otro del Parque del Retiro. Se mezclan el olor blanco a libro nuevo con el gusto amacerado y picante de colonias, sudor y polvo: Comparten espacio novedades con ediciones antiquísimas, revisadas. La multitud indecisa, se para, hojea, consulta y a veces compra, casi siempre menos de lo que el librero quisiera.

Mi infancia transcurrió en un pequeño pueblo manchego. Tenía para leer poco más que los libros escolares. Mi maestro era de los de toda la vida. A mi nunca me tocó, ninguna “seño”. Sin embargo el mío creía con fervor cuanto enseñaba. Sus palabra constituían órdenes sin lugar a replica.

—A ver,¡ Agueda lee! Bueno mejor leo yo primero y luego tú repites.¡ Atentos!

”Con diez cañones por banda,viento en popa a toda vela, no surca el mar sino vuela…”

Otras veces leíamos fragmentos de “El Quijote” o Las novelas ejemplares”, ejemplares, elegidas con el propósito más literal.

Y mientras uno leía, el compañero le guiscaba por debajo del pupitre.

—Martín estese quieto y no enrede.

—¡Pero si es él quien no me deja en paz!

Entre estas cosas y algún palmetazo que se escapaba cuando no te sabías las lecciones o las tablas, transcurría la jornada escolar.
En la tarde la merienda de pan con chocolate, pan restregado con aceite y azúcar o de foie-gras pero, siempre pan, pan porque en época de penuria el pan alimenta al pueblo llano.

Más tarde los estudios en la capital. Los caros libros de texto se compraban nuevos una vez, el resto los heredaban los hermanos, primos o vecinos. Las lecturas obligadas de la colección “Austral”. A escondidas otras.

—Tienes que leer “ Cada hombre en su noche”. Es de mi hermano, pero ¡no te chives!

Buscábamos entre líneas las cosas del sexo que nadie nos quería explicar.

Luego en la etapa universitaria, el teatro de Shespeskeare, la narrativa de Cervantes, la ardua poesía de Calderón, la efectista de Rubén Darío, los ensayos de Unamuno y Pio Baroja, los terroríficos cuentos de Allan Poe

Y tantos, hasta completar una formación humanística que fue el fondo de armario para mi futura profesión docente.

—¡Ya no puedo más, están salvajes, un día de estos me van a matar. No hay disciplina, ¡si le hubiésemos contestado así a Don Andrés!

Ladrillo a ladrillo se construía el edificio bajo revisión constante de las bases, pensabas que la argamasa utilizada podía no ser tan consistente como para aguantar los avatares de la vida.

Ahora me siento en mi rincón de lectura y a veces tengo a mi
nieta en las rodillas.

—Abuelo,¿ me lees el cuento de “Alicia en el país de las

maravillas”?

Y petición tras petición van cayendo las blancanieves, las
caperucitas, los gatos con botas. Y como lluvia fina van
calando en la joven alma y quién sabe qué frutos darán

—Papá, ¿qué estás escribiendo ahora?

—¿Qué va a ser hijo?¡ Memorias de un viejo chocho!

—¿Por qué no te decides a publicar?

—No sé tal vez el año que viene.

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