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Palabra de Honor - por Iris Herrera

En la oficina le informaron a Antonio que al día siguiente se reuniría con otros participantes en el proyecto de carretera que uniría a Cerezal con Mataverde. Discutirían el informe presentado por Antonio, en su condición de Ingeniero contratado para evaluar la factibilidad del proyecto propuesto por el Ministro de Obras Públicas.

Un taxi lo recogió en su casa y lo llevó al lugar de la cita. La recepcionista lo condujo a la sala de espera. Estuvo allí unos 10 minutos. Entraron dos hombres en traje formal y lo saludaron cortésmente. Se sentaron frente a Antonio.
El de más edad se disculpó por la demora en recibirlo, extrajo de un portafolios el informe elaborado por Antonio y le preguntó si alguien más había intervenido en la preparación del documento. Él aseguró que no, debido a la confidencialidad del mismo.

Ambos hombres se levantaron de las sillas y le pidieron a Antonio acompañarlos a la oficina del Gerente del Proyecto. El Gerente recibió el portafolios, hizo pasar a Antonio y le comentó:

–Su informe es muy profesional. Lo felicito. Sin embargo, no podemos seguir su recomendación técnica, porque necesitamos que el trazado pase al lado de los terrenos del Presidente. ¿Podría usted ajustar su Informe?

Antonio, asombrado, tragó grueso y explicó:
–No puedo hacerlo. El trazado que me solicita atravesaría terrenos sumamente inestables; además, allí hay unos ríos que correrían peligro de desaparecer. No sería correcto …y sería dinero perdido. Realmente me resulta imposible recomendar que la carretera cruce por esos lugares.

–Lo entiendo, dijo el Gerente, ¿Es su última palabra?

–Sí. Lamento mucho no poder hacerlo, respondió Antonio.

–Bien. Muchas gracias, se despidió el Gerente.
Seguidamente abrió la puerta y le indicó a los hombres ya conocidos que recogieran las laptops y después llevaran a Antonio.

Recorrieron varios pasillos y bajaron al sótano. Entraron a una sala de descanso. Estanterías de libros bien encuadernados cubrían las paredes.
Mientras Antonio leía los lomos de algunos ejemplares, los hombres abrieron una puertecilla que simulaba la Colección de Derecho Constitucional. De una neverita, sacaron tres botellas selladas de agua fría. Antonio sentía la boca seca y, al igual que sus acompañantes, bebió la suya ávidamente. Le pidieron a Antonio esperarlos pues buscarían las laptops.

Agotado, Antonio se sentó. Vió como muchas filas de falsos libros se separaban del borde de la pared hasta convertirse en una puerta que se abría. Un hombre calvo entró, le tendió la mano derecha y le dijo:
–Bienvenido. Aquí pasará unos días.

Antonio lo miró y se desplomó sobre la alfombra, bajo el efecto del narcótico disuelto en el agua.

Despertó. Se dió cuenta de que yacía en una cama, en una especie de calabozo.

Cuando se preguntaba mentalmente qué hacía allí, el calvo entró y le habló:
–Usted está preso. Su negativa a ajustar la recomendación disgustó al Señor Presidente y yo recibo órdenes directas de él. La única manera de que usted salga libre es si él lo decide. Si usted intenta alguna medida legal, será peor. Éso aquí no funciona. Ayer fue 10 de Octubre, hablamos con su esposa. Se le advirtió que tiene que ser muy discreta para evitar problemas. Tal vez pueda verla en unos meses.

Antonio quedó anonadado. Pensó en su familia. Sabía que Laura lograría sobreponerse y seguir adelante con Liliana, la hija de ambos. Se sentía destrozado, impotente. Se acostó de nuevo y estuvo despierto hasta la madrugada.

Durante varios días se negó a comer. Después se dió cuenta de que no lograría nada muriendo de hambre.
Pasaron seis meses. Un día le avisaron que su familia lo visitaría el 10 de Marzo. Fue breve y frente a un vigilante. Al despedirse, Liliana le preguntó cuándo saldría de allí y él respondió:
–El año que viene, tal vez

La escena, la pregunta y la respuesta se repetían cada 6 meses, con cada visita. En el mes 19, se cayó al piso y fue examinado por un médico. Le practicaron varios análisis y el diagnóstico fue Diabetes tipo 2. Le indicaron un tratamiento, que cumplía como podía.

Llevaba 3 años; pronto pasaría su cuarta Navidad preso. Su familia lo encontró muy deteriorado.
Cumplieron el rito semestral de preguntar cuándo saldría, y él de responder:
–El año que viene, tal vez

Después del Año Nuevo, tras 40 meses de presidio, la familia recibió la noticia de la muerte de Antonio. Había sufrido un coma diabético.
Ahora sí cumpliría su promesa de regresar a casa.

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