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El nacimiento - por Candela

Web: http://palpitandoletras.com/

Nacen más lejos que el sol, más cerca que el aire que respiras, entre las finas hebras que hilan la realidad. En el perfume de una flor y en el olor a orina de un callejón oscuro. Nacen esperando, por instinto, una llamada, y por instinto también, caminan hacia un círculo.

Su ser exiguo, sin definición, variaba de insospechables formas distintas, lo mismo era el rostro de una anciana canosa y pálida o de un hombre negro y curtido, o ambos a la vez. Ocultaba su informidad bajo una capa gris idéntica a los millones, miles de millones, que se dirigían con él hacía el final del trayecto.

Llevaba tanto tiempo en él que no sabría decir si había pasado un segundo o un año, y estaba cansado de no hacer nada, tan solo andar por el desierto de todos los colores, que era a momentos azul, rojo, verde o naranja.

La llamada llegó revelándole su nombre, supo que era él sin dudarlo ni un momento: “Lucio”. Poco después llegó una punzada de dolor, sintió exprimirse su corazón, la garganta se le estrechó luchando por lograr impedir las lágrimas que amenazaban con saltar de sus ojos, al fin castaños. Sin saber cómo destensar ese nudo y dejar que su llanto corriera libre, descubrió la tristeza más absoluta. Le aterró.

Su miedo frenó su caminar y se arrodilló en la arena que no era ocre ni granulosa, intentando controlar este nuevo sentimiento. Temiendo ser Lucio y sentirse así para siempre, temiendo saltar dentro del círculo.

La voz que aun le resultaba extraña volvió a llamarlo desde el centro del abismo. Con ella volvió el apretón en el estómago, solo que esta vez le hacía cosquillas, le daban ganas de reír, de tocar y abrazar, de cantar y revolcarse. Lucio conoció la alegría del amor, y aunque no olvidaba la angustia, le proporcionó un nuevo impulso.

En un instante llegó al círculo, la velocidad solo dependía de la potencia de la llamada y de su voluntad, que entregada ya, hizo que solo con desearlo estuviese allí, al borde.

Ante sus ojos se extendía un negro abismo hasta perderse de vista sobre el que las capas grises se confundían con palomas de ciudad, dejadas atrás por los que habían saltado antes que él.

Recuerdos aún por ocurrir se agolparon en su mente, algunos marchaban hacia atrás, borrándose, otros se solapaban como distintas posibilidades. Intuyó que cuando se dejara caer los borrones dejarían de existir, no recordaría las capas grises ni el desierto de todos los colores. Ni tampoco el círculo.

Había creído que sabía quién era, pero entonces, mientras su pie izquierdo tocaba el vacío, comprendió que Lucio no era un nombre para él, sino que él era el alma para un nombre.

Extendió sus brazos hacia el cielo y dejó que la inercia se llevase la capa convirtiéndola en una paloma más. Bajo ella no salió a relucir la arcilla bruta que fue su cuerpo, salió un niño con una mochila azul, de pelo rubio y grandes ojos castaños.

Cae y su alrededor se transforma en estudios llenos de libros en los que alguien se da cabezazos contra un papel, a veces en blanco y otras a medio escribir. Escritores que en sus camas, en el campo, bajo la lluvia y bajo el sol, escriben y escriben, muchos en papeles o soportes electrónicos, otros, solo con su pensamiento, inventando. Ve bibliotecas, escritorios con libros amontonados, parques, todos los lugares dónde alguien sueña una historia.

Lucio se marea ante las imágenes intermitentes y el sonido de todos los escritores que llaman, aun inconscientes, al alma que dote de vida a sus frases.

Poco a poco las imágenes cambiantes van frenando su parpadeo. Se detienen en un hombre que se frota los ojos y observa las paredes y las estanterías con ávido interés, esperando encontrar la palabra adecuada, la frase que de entrada a Lucio. Entonces se detiene en una mota de polvo entre el lomo de “El Quijote” y “Harry Potter”, allí sus ojos se cruzan con los del niño, ambos se observan un instante y luego…

“Era un niño cobarde. Siempre lo había sido. Caminaba hacia atrás en el trampolín mientras recordaba las palabras de su madre: — No te preocupes, el año que viene, tal vez lo consigas.”

Pero esa historia le corresponde a él contarla, aunque probablemente, y solo al final, consiga saltar del trampolín como saltó a la vida, de mano de un escritor en el seno de la fantasía.

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1 comentario

  1. 1. Carlos Dauro dice:

    Leí, no hace mucho,en un libro la siguiente dedicatoria: “La verdadera aventura comienza, cuando al leer un libro te descubres en él”.

    Para que Lucio aparezca, hacen falta musas que lo traigan a la imaginación del escritor. Enhorabuena por tu relato.

    Escrito el 30 junio 2013 a las 09:49

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