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The Dark Tower - por Selyse

Un montón de libros, ajados y desgastados por el paso del tiempo, se apilaban en numerosas torres, colocadas en tan precario equilibrio que se tambaleaban, cada vez que pequeñas ráfagas de viento las golpeaban con fuerza. Sólo unos pocos volúmenes se libraban de la furia del aire, cobijados por amplias estanterías de roble que soportaban las embestidas más fuertes.

La biblioteca estaba siendo azotada por potentes corrientes de magia, uno de los hechiceros de la Torre Sombría, practicaba con su última creación. Karla no podía retirar la vista de su maestro, llevaba años esperando y entrenando para aquel momento, pon fin realizaría el último hechizo de Nivel Avanzado.

Karla estaba pasmada, Klaus, el tercer maestro que había tenido durante toda su enseñanza, movía sus manos con elegancia creando bucles y extrañas formas incorpóreas.

Vuev,vuev, vuev riedak,
esurge ed tre av cizeas en gresva e il dab,
esurge ed tre av cizeas en gresva e il dab,
Vuev,vuev, vuev riedak.

Klaus pronunciaba, una y otra vez, las mismas palabras, nadie que no estudiara en la Torre podría comprender lo que estaba diciendo, pues el idioma antiguo sólo se daba en las Torres de Alta Hechicería. Pocas personas eran aceptadas, tenían que demostrar tener un verdadero don, debían estar conectadas, en alma y cuerpo, con la naturaleza. Los ancianos solían decir que la Diosa Ahinor, elegía quién era digno de tal habilidad, los magos o hechiceros eran considerados seres supremos, pues no todo el mundo era capaz de canalizar o estar en consonancia con la madre tierra.

Tras recitar el último fragmento, Karla vio como la serpiente pitón, inerte en el escritorio de su maestro durante todo ese tiempo, regresaba de entre los muertos y empezaba a menearse.

Klaus, sin pensárselo un instante, cogió la fina daga plateada, situada en la parte derecha de su escritorio, y la clavo con virulencia en la cabeza de la serpiente, justo en el centro, entre los dos ojos, de color rubí, del reptil.

— Bien, tu turno.

Klaus sacó la daga plateada con determinación, la posó en el escritorio, y cedió el puesto a su discípula.

Las palmas de la mano comenzaban a sudarle, la frente se le perlaba de sudor, su sangre hervía de anticipación y su corazón se aceleraba. Karla sentía como le pulsaban las sienes, nunca había estado tan nerviosa. Decidida, extendió los brazos, abrió las palmas de la mano como si quisiera tocar la suave piel de la serpiente, y cerró los ojos. Necesitaba concentrarse.

No pasó ni un minuto cuando notó como la magia la inundaba, recorriéndola el cuerpo, electrizándola. De hecho la magia funcionaba como un circuito eléctrico, la naturaleza la creaba, su cuerpo la canalizaba y las palabras, permitían que brotara en forma de hechizos.

Justo cuando logró acumular la suficiente cantidad de magia en su interior, la puerta de la biblioteca se abrió con un gran estruendo. Karla perdió la concentración, al ver como cinco hombres, ataviados con túnicas doradas, entraban en tropel.

Los caminantes, pensó Karla.

Los hombres se colocaron en círculo, situándose en cada una de las cinco puntas de la estrella, extendieron sus manos como si intentaran tocar las de sus compañeros y empezaron a recitar en el idioma antiguo.

Abret ariet, abret ariet
jean kiajar e tro dom
ara chear ontra et ben
e taer al riak.

Una gran luminosidad apareció en el centro del círculo, iluminando la biblioteca, era tan intensa que deslumbrara a todo aquel que se atreviera a mirarla directamente.

Karla no se había movido de su sitio en todo ese rato, se había quedado absorta, viendo como cada uno de los hombres desaparecía en medio de esa gigantesca luz, era fascinante, y mientras observaba aquello, sólo podía pensar en su próximo objetivo.

Algún día formaré parte de los caminantes.

Ella quería luchar, quería formar parte de la hermandad para viajar a otros mundos, para luchar contra la sombra. Un ser tenebroso que amenazaba el universo.

—¿Cuándo podré viajar con ellos?

— El año que viene, tal vez.

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