Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

El secreto del éxito - por Expósito

Mi abuelo es el mejor escritor que jamás he conocido. No existe persona en el mundo que no conozca alguna de sus obras. Cuando descubrió que deseaba seguir sus pasos, me regaló una llave y me hizo prometer que me esforzaría al máximo para lograr mi objetivo. La llave pertenecía a una enorme biblioteca, donde había creado todas aquellas historias que enamoraron a tantos. Miles de libros sin interés para mí, formaban una colección que ahora me pertenecía. También heredé la vieja máquina de escribir que dio a luz todos sus grandes éxitos.
Tenía una fantástica idea para una novela, así que me propuse darle forma desde el primer minuto. No tardé en acabar el primer boceto, pero me dije a mí mismo que aún podía mejorarlo. Pasó un año entero. Desde sus estanterías, enormes montañas de libros observaban como teñía cada página con todo mi esfuerzo.
Cuando fui capaz de leer mi propio texto con orgullo, llamé a mi abuelo y le hice entrega del pesado bloque de hojas para que lo revisara. En mi cabeza, su juicio era la verdad absoluta.

—Seguro que es lo mejor que has leído nunca. – dije con una sonrisa que iluminaba mi rostro.

Dio un repaso a los primeros párrafos. Torció el gesto y fue saltando por toda la historia, como si buscase una frase en concreto.

—No es suficiente. – dijo con un tono débil que intentaba suavizar el impacto de sus palabras.

En un primer momento me hundí, pero no tardé en volver a ponerme manos a la obra. Comprendí que mi abuelo tenía razón y fui localizando diferentes ejemplos de mediocridad que había pasado por alto en mi escrito. Fui corrigiéndolos con la precisión de un cirujano y mi texto se transformó en algo mucho más profesional.
De nuevo pasó un año. Mientras el arsenal de libros cogía polvo, me fui volviendo cada vez más prisionero de mi propio sueño.

—¿Y ahora? – dije, tras entregarle el nuevo manuscrito a mi abuelo.

Volvió a hacer una lectura rápida.

—No.

Pensé que había llegado el momento de abandonar, pero mi pasión por las letras me obligó a encerrarme de nuevo en aquella enorme sala y volver a machacar las teclas. La tarea se complicaba cada vez más, pero aún era capaz de mejorar mi prosa. Tras otro año fugaz, volví a pedir la aprobación de mi abuelo y volví a toparme con otra negativa.
En los doce meses siguientes, lloré más que escribí. Aún así, no me rendí y seguí dando forma a la narración. Tardaba horas en terminar una oración y segundos en mandarla a la basura.
Entonces, recibí una nueva visita de mi abuelo.

—¿Quieres que revise tu borrador?

Asentí con desgana, pues en el fondo ya conocía su veredicto. Él cogió la nueva versión de mi relato y ojeó sus páginas con el mismo procedimiento de veces pasadas. En el silencio, una duda llegó a mi cabeza.

—¿Cuál es el secreto del éxito?

Emitió una educada risilla, colocó los papeles sobre la mesa y apoyó su mano en mi hombro. Permaneció así durante un tiempo incierto, hasta que con la otra mano, apuntó hacia su gigantesca y distinguida colección de literatura.

—El éxito está en todos esos libros. Léelos sin excepción y escribe algo diferente a lo que encuentres.

La seguridad con que respondió me hizo pensar en qué había hecho mal, como si hubiese construido el tejado de una mansión y esperase a que se sostuviera en el aire. Veía en mi abuelo un gesto de orgullo hacia mí, que no había percibido en nuestros anteriores encuentros. Y toda la fe ciega que yo había volcado sobre él, empezaba a cobrar sentido.

—¿Aún quieres que le eche un vistazo? – dijo, dando golpecitos a la primera página del manuscrito.

Tras un breve instante de reflexión, negué con la cabeza.

—El año que viene, tal vez.

Volvió a emitir aquella peculiar risa y retrocedió hacia la puerta, dándome la intimidad que precisaba. La soledad hizo que me concentrase en todos aquellos mundos, ideados por hombres como yo, y que habían sido ignorados durante demasiado tiempo. Cogí el primero de ellos y comencé su lectura, estudiando cada recoveco de su estilo. Sentí que iniciaba un largo y gratificante viaje, que me haría madurar como autor y como hombre. Sin embargo, estaba convencido de poder superar aquel reto que se presentaba imposible. Y mientras pasaba las páginas, iba comprendiendo la más importante lección:

“Los escritores crean libros. Los libros crean grandes escritores”.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

Todavía no hay comentarios en este texto. Anímate y deja el tuyo!

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.