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El salto - por V. Gaol

“El año que viene, tal vez. Pero estamos aquí y ahora. Adelante.”
Teníamos la oportunidad más grande de la Historia y tomé la decisión acertada. Di la orden y saltamos en el tiempo, y aquí estamos ahora, en el equivalente romano de las seis de la mañana a menos de dos kilómetros de nuestro destino. El olor es puro, el cielo y las aguas cristalinos.
Los científicos me han explicado que podíamos retrasar la operación todo un año sin problemas, pero yo no tengo todo un año. Si lo que dicen las pruebas es verdad me queda menos de 3 meses de vida, el cáncer no espera. Así que ordené saltar y me incluí en el equipo, soy el principal soporte económico. Lo único que me sobra es dinero.
Caminamos a buen ritmo, los caminos romanos son muy buenos y esta tierra ha gozado de paz mucho tiempo. Pasamos por las puertas de la ciudad a la vez que multitud de carretas cargadas de verduras frescas. Todo huele más, los hombres, los animales, la ciudad. Llegamos a las puertas del complejo que buscábamos, es enorme. Muchos hombres entran y salen, hay guardias en la entrada, según me han dicho por culpa de los cristianos.
Lo miro todo asombrado, estos antiguos saben cómo llevar los negocios, todo está ordenado hacia el estudio y las consultas. Los miembros del equipo que hablan griego clásico se hacen entender con los lugareños, se supone que venimos de Carteya, hemos sido contratados como copistas para un grupo de sabios de la lejana Hispania y que el griego no es nuestra lengua materna. Ni materna ni hostias, yo sólo hablo español y malamente. No necesito más, para eso tengo ayudantes. Parecen estar acostumbrados a los extraños. Nos indican adonde dirigirnos en busca de la persona que necesitamos. Hacemos una generosa donación pecuniaria en honor de los antiguos dioses. Los ceños fruncidos se relajan, poderoso caballero…
Después de deambular por grandes salas llegamos a destino. Tras una puerta de maciza madera tachonada de placas de bronce nos espera una sorpresa. Es una mujer, no había visto muchas en este edificio. Esta está vestida de blanco, le cubre la cabeza un velo amarillo que resalta su piel oscura, parece árabe. De unos sesenta años, se mantiene erguida pero le cuelga la piel del cuello. No me gusta el brillo de sus ojos, es inteligente.
La gente de mi equipo ya la conocía, han saltado varias veces en los últimos meses preparando el camino y concretando las fechas. Es un auténtico jaleo las discrepancias de los calendarios, pero para eso están los historiadores y los científicos. Dinero bien gastado si conseguimos nuestro objetivo. Según me han dicho ella quiere salvar la biblioteca. Odia a todos aquellos que se aferran a creencias. Ella sirve a las matemáticas, a la filosofía, a los antiguos pensadores. Desprecia a los cristianos que sólo saben hablar de su Libro dictado por Dios.
Nos encamina a un gran almacén donde hay cientos de estanterías llenas de rollos, nos indica cuales son nuestros pupitres y se marcha. Pasan las horas y al anochecer quedamos pocos: nuestro grupo y aquellos convencidos por nuestra protectora para ayudarnos en nuestra labor.
Tenemos con nosotros un pequeño artefacto que nos permite abrir un hueco en el espacio-tiempo por el que podemos enviar cualquier objeto a nuestro laboratorio en El Escorial. Cuando ya es noche cerrada despejamos un espacio de unos cuatro metros cuadrados en el centro de ese gran almacén y conectamos el artefacto. Cuando las luces dejan de parpadear empezamos a acercar rollos a la zona de envío.
Nuestros ayudantes se quedan de piedra cuando ven desaparecer uno a uno los rollos que vamos lanzando al espacio vacío. Ahora se que fue una idea estúpida. Esos estudiosos ven desvanecerse en la nada los frutos de su trabajo. Su reacción debía estar clara para nosotros, estúpidos del siglo XXI. Uno de los jóvenes zelotes se abalanzó sobre el que llevaba los rollos en ese momento y forcejearon. Cayeron sobre el pequeño panel de control, los sensibles controles quedaron destrozados. Otro de ellos se lanzó sobre mi compañero con un grito de odio, lo empujó hacia una antorcha protegida con una especie de tulipa de papel aceitado. El fuego prendió en los dos. Al intentar zafarse las chispas saltaron a los estantes.
Se propagó con terrible rapidez por toda la Biblioteca de Alejandría…..
Ahora espero la muerte mirando el mar, no vendrá ningún equipo de rescate.

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