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La página 666 - por walternik

Al entrar a la biblioteca, William percibió algo diferente. La semana anterior la misma había sido comprada por un hombre desconocido y misterioso que había llegado al pueblo recientemente.
Llevaba unos libros para devolución y al llegar al mostrador un hombre que nunca había visto se le acercó con parsimonia a recibirlos.
—Firme aquí por favor —dijo el hombre.
El escritor odiaba entre otras cosas a la gente parsimoniosa. Su fama de erudito sólo era precedida por su arrogancia y su desprecio por el resto de las personas.
—Vaya, ¡usted es William Grapes, el escritor! —exclamó al ver su firma en el registro.—Soy Lucius, el nuevo dueño de este lugar. He leído todos sus libros. Escuché que piensa retirarse, eso sería una pena…
—Lo sé, pero ya estoy viejo y cansado de que la gente me moleste. El año que viene, tal vez.
Y ahora si me disculpa…
—Espere, me encantaría que leyera el manuscrito del libro que estoy escribiendo
—Lo siento, estoy muy cansado y no tendré tiempo para leerlo.
—Por favor, sólo algunas páginas —dijo Lucius acercándole el manuscrito—. Además le mostraré mi biblioteca privada.
El escritor dudó por un momento, pero al ver que se desataba una tormenta en ese momento tomó el manuscrito de aquel hombre sin mirarlo y lo siguió hacia su biblioteca privada.
Bajaron por unas escaleras hasta el subsuelo. Lucius encendió la luz de aquella habitación y el escritor quedó perplejo ante aquella escena. Era una biblioteca ominosa y repleta de libros desde el piso hasta el techo, en varias lenguas y en sus primeras ediciones. Muchos libros antiguos que se creían perdidos para siempre ahora estaban frente a sus ojos, al alcance de sus manos.
—Sólo traigo aquí a las personas que considero especiales, y usted es una de ellas.
—Nunca vi nada igual en todo mi vida. ¡Usted tiene libros que se creían perdidos!. ¿Cómo los consiguió? —inquirió el escritor.
—Tengo mis contactos. Pero lo dejaré tranquilo para que lea lo que usted guste, tómese su tiempo. Lo veré luego —dijo el dueño retirándose con un ademán de cortesía.
William se arrimó a una pequeña mesa del centro de la biblioteca y se derrumbó en una de sus sillas abrumado por ver tantos libros majestuosos.
Luego de unos segundos de ensoñación, miró distraidamente el manuscrito que tenía en su mano: «Mi Obra, por Lucius Ferdinand». Leyó con desprecio y casi por compromiso el primer párrafo. Estaba escrito a pluma y con expresiones antiguas, y el papel era viejo y mohoso.
Quedó muy sorprendido con las primeras frases, le pareció que era un libro de terror. Sus palabras y su prosa provocaban una adicción que nunca había experimentado. No pudo detenerse y leyó durante horas.
Lo que leía estaba lleno de un terror que parecía surgir desde las profundidades del averno. Sus páginas reflejaban tal paroxismo del horror que William gimió y lloró como un niño varias veces, queriendo apartar su mirada de las páginas sin poder lograrlo, como si una oscura fuerza lo obligase a mantener la vista sobre las mismas. Perdió la noción del tiempo y sumergido entre sus páginas sintió que su cuerpo sucumbiría en cualquier momento.
Llegando al final del libro, su protagonista recibía a un viejo escritor famoso y detestable en su biblioteca privada, el escritor leía poseído las páginas de su libro repugnante y atroz, y luego la habitación quedaba completamente a oscuras.
Al leer esto William estremecido de terror, dio vuelta a la última página del manuscrito y la luz se esfumó con el sonido de un trueno.
Las peores sensaciones se apoderaron de su ser. En las tinieblas buscó desesperadamente sus cerillos en los bolsillos logrando encender uno luego de varios intentos. Con el cerillo encendido en su mano y escuchando solamente su entrecortada respiración, recorrió con su mirada las paredes de la ominosa biblioteca. Le pareció que la misma había adquirido una apariencia fantasmagórica con libros que latían con vida propia y lo rodeaban por todas partes.
Al mirar hacia el frente se sobresaltó de terror al ver a Lucius sentado en la otra silla. Estaba en silencio observándolo con una sonrisa cruel, mientras la pequeña llama tornaba su piel de un color rojizo como el fuego.
Miró hacia la página 666, y antes que el cerillo quemase sus dedos, logró ver que la misma contenía una sola frase. Una frase tan breve como fatal.

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