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Libros de muertos - por Pato Acevedo

–¡Hey, Luis! ¿Tienes algo pensado para esta noche?
–No, jefe, ¿por qué pregunta?
–Avisaron que viene un envío atrasado. El camión salió tarde y se encontró con el embotellamiento de año nuevo. Calculan llegar como a las 10 de la noche. ¿Puedes esperarlos?
No pudo negarse. Pocas veces el ser referencista del Archivo Nacional le exigía horas extra. Tampoco le importó mucho. Hace varios años ya que esa fiesta la pasaba solo, viendo celebraciones pregrabadas en TV, luego se acostaba, solo y con una leve depresión.
–Sí, jefe, no hay problema, yo me quedo ¿a las diez?
–Sí, más o menos a esa hora. Recibes, firmas, cierras, y a las doce estás en tu casa para la cena de año nuevo ¿Seguro que no te molesta? ¿No hay ninguna futura señora Sánchez que esté esperando? ¿o al menos alguna ex que espere que la llames?
–Ja, ja, en serio, jefe, no hay problema.
–Bueno, el año que viene, tal vez. Entonces, estás aquí esta noche.
Las nueve y media de la noche de año viejo, encontraron a Luis en un pasillo mal iluminado de las bodegas, absorto revisando la caligrafía de los escribanos de Santiago de Chile, de 1750. Cuando llamaron a la puerta, se levantó y caminó en medio de los anaqueles, disfrutando del particular silencio que se escurre entre libros y archivos. Abrió la puerta y se encontró con un repartidor vestido de sobretodo negro, que le entregó en silencio una caja sellada.
–Cincuenta libros –leyó Luis en la guía de despacho que venía encima–, No parece que se necesite un camión sólo para traer esto ¿no?
El sujeto sólo replicó con un bufido.
–Sep, tampoco me agrada estar aquí a esta a hora –dijo, mientras firmaba la recepción– Que tenga un feliz año.
Sin decir nada, el repartidor tomó el documento y se alejó. Afuera no se veía nadie y el eco de la puerta metálica resonó a lo largo de la calle.
Bajo la vieja lámpara de la bodega, Luis notó que la caja no tenía ninguna marca o sello. Intrigado, cortó la cinta y se encontró con dos hileras superiores de libros, encuadernados en cartoné, tapas de color azul claro y con una banda crema, y sobre ella en letras negras, un solo nombre, diferente en cada uno de los libros. Se veía que eran nuevos ¿Quién envía esa clase de libros a un archivo? Y esos nombres podían corresponder al autor o al título. Seguramente sería un problema catalogarlos.
Tomó uno al azar. “Laura Huentemilla Lazo” decía en la tapa. Buscó la página de derechos tras la portada, pero no la tenía. Tampoco el ISBN aparecía por ninguna parte. “Genial” pensó “Habrá que devolverlos, seguro que me culpan por haberlos recibido sin revisar”. Comenzó a ojear el libro y notó que el último tercio de las hojas estaba en blanco… numeradas y todo, pero en blanco. Nada parecía tener mucho sentido, así que se puso a leer, esperando toparse con alguna pista sobre esa edición tan extraña.
Era una especie de biografía de Laura Huentemilla, escrita en un tono bastante monótono, y peor porque a la protagonista no parecía ocurrirle nada mínimamente interesante. Hastiado de este pequeño misterio, fue hasta el final del texto y leyó acerca de la muerte de la señora Huentemilla, el 31 de diciembre de 2013, sola en algún asilo. Y luego, casi ochenta hojas en blanco.
Cuando fue a devolver el libro a la caja, se estremeció al leer el nombre escrito en otro de los tomos: Juan Luis Sánchez Guzmán. Lo tomó con una mano temblorosa y por un momento miró las letras, como esperando que cambiaran. Luego lo abrió y comenzó a leer.
Una sensación de vértigo y nauseas lo invadieron, a medida que su propia vida pasaba ante sus ojos ¡Estaba todo ahí! Los cuidados de su padre, el intento de suicidio de su madre, hasta un poema que le había escrito a una novia de juventud. Con el corazón a reventar fue al último capítulo del libro, que comenzaba con “El cuerpo de Luis fue encontrado al mediodía del dos de enero de 2014” y continuaba describiendo el juicio y condena de un conductor de camiones por su homicidio.
No podía seguir más. Levantó la vista en el silencio del pasillo, esperando que todo fuera una broma, cuando un reloj lejano dio las diez. Horrorizado, escuchó el rugir de un motor afuera, y el pesado silbido de sus frenos.

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1 comentario

  1. 1. Pato Acevedo dice:

    Sólo para responder a uno de mis anónimo revisores. La idea de que el cuerpo es descubierto el 2 de enero al mediodía, es que lo matan en nochevieja, nadie va a trabajar el uno de enero, y nadie va a la bodega hasta el mediodía del día 2.

    Muchas gracias a ambos comentaristas por sus observaciones.

    Escrito el 27 junio 2013 a las 17:00

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