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Bibliotech - por Irati

Web: http://elcuadernovuga.blogspot.com.es/

Marco apartó la rama caída de una patada y saltó sobre un tronco tan grueso como él. Isa lo esperaba unos metros más allá, acostumbrada a caminar entre maquinaria, trabajadores y árboles caídos. Un grupo de hombres y mujeres cargaban los troncos en una carreta tirada por mulas.

El muchacho se removió incómodo en su traje de neopreno. El sol golpeaba su espalda, pero el traje lo hubiera protegido incluso de una lluvia de lava.

-Isa –dijo cuando la alcanzó. El traje de neopreno de la mujer gimió cuando ella se volvió para mirarlo—¿todo esto son libros?

-Lo serán, dentro de un tiempo. El año que viene, tal vez.
Una máquina con un brazo en forma de garra se abalanzó sobre el árbol más cercano, que cayó sobre Marco e Isa. Marco sintió un cosquilleo cuando el árbol lo atravesó, pero nada más. Miró hacia abajo, divertido, para ver como su cuerpo estaba hundido en el árbol hasta la altura de las rodillas.

-¿Volvemos? –preguntó Isa. Marco apenas podía verla, pues una de las ramas del árbol le atravesaba la cabeza y la ocultaba tras las hojas húmedas.

-Vale –respondió él.

Golpeó el botón de su pecho contundentemente y observó como a su alrededor la escena desaparecía. Los gritos de los trabajadores se volvieron cada vez más lejanos y cielo se oscureció. Marco se encontró en un espacio gris e infinito. Ni siguiera el suelo que sus botas pisaban parecía estar realmente ahí: bajó él, el chico pudo ver el resto de libros de Bibliotech desfilando en lenta procesión. Isa apareció a su lado un instante después y, luego, la página que habían estado leyendo juntos, con la imagen de la selva amazónica siendo talada en medio, apareció ante ellos.

Ambos se sentaron en silencio sobre el suelo y continuaron leyendo. Pero Marco no podía quitarse una idea de la cabeza.

-¿Era realmente necesario? –preguntó.

-¿El qué? ¿Que eso existiera, o que te lo mostrara?

-Que eso existiera –respondió él, algo molesto, como si Isa se estuviera burlando de él. Claro que quería saber. Siempre había querido saber.

-Antes de Bibliotech, antes de los libros electrónicos, antes de aquellas burdas pantallas de los primeros lectores, los únicos libros que existían eran los de papel.

-Pero, ¿realmente necesitaban tantos?

-Si no hubiera habido tantos, muchos más de los que parecían realmente necesarios, lo que ves a tu alrededor no hubiera sido posible. Libros magistralmente escritos, pobres, entretenidos, novela, ensayo, poesía… Malos y buenos, todos fueron necesarios. Porque de ellos se nutrieron y a ellos pretendían nutrir las personas que inventaron Bibliotech.

Marco asintió y observó una vez más la imagen de los árboles.

-¿Crees que yo crearé algo alguna vez, Isa?

-Puede. Pero para eso primero tienes que jugar. La lección a terminado, puedes leer lo que quieras –dijo con una sonrisa.

-¡Gracias! –dijo Marco levantándose de un salto.

Isa sonrió una vez más y luego desapareció. “Programa de instrucción minimizado” informó una voz metálica. Marco dio una patada en el suelo y se sintió caer suavemente hasta el nivel inmediatamente inferior de su Bibliotech. Paseó entre los miles de libros que se deslizaban en dirección contraria, observando sus cubiertas y tocándo algunos aquí y allá para observar su contraportada. Finalmente se decidió por “El nombre del viento”. Era un clásico que ya había leído muchas veces, pero decidió volver a revivir la historia del chico maravillado por una biblioteca con tantos libros que nunca podría llegar a leerlos todos.

Tocó el libro, que se amplió ante él, echó una última ojeada a la portada, se sentó en el suelo y empezó a leer por el primer capítulo.

“Un silencio triple”.

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