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Su Familia - por SpinnerDark

Web: http://trazosyrasgos.wordpress.com/

Cada año y con la llegada del solsticio de verano, abrían el barrio de los libros en su ciudad. La gente abarrotaba cada una de las tiendecitas y puestos donde los libreros sacaban montañas de libros, de todo tipo de grosores y colores. Incluso en el pequeño parque de la esquina se realizaban lecturas para los más pequeños, donde una mujer leía apasionadamente, gesticulando y poniendo voces a cada uno de los personajes, dejando con la boca abierta a más de un adulto.

Anna deseaba con ansias que llegara aquella semana. Se paseaba entre los tenderetes entre saltitos, dejando que su larga melena oscura como el carbón volase libremente. Saludaba a cada uno de los dueños con una sonrisa de oreja a oreja moviendo la mano con ímpetu, y todos ellos no podían evitar impregnarse de aquella energía. Pero su verdadera felicidad se mostraba cuando por fin veía su sitio preferido.

Se detuvo unos segundos delante de la gigantesca carpa cubierta y cual niña emocionada apartó lentamente la cortina de la entrada con dulzura y se introdujo en su interior. Cerró los ojos tras los cristales de sus enormes gafas e inspiró profundamente. Aquel olor era su debilidad.

Cuando abrió los ojos su fascinación era absoluta. No paraba de mover la cabeza de un lado al otro, observándolo todo con atención. El viejo Tomás lo había logrado de nuevo.

El suelo de la carpa, hecho de palés de madera, estaba cubierto por hojas de libros. Se quitó los zapatos y calcetines y acarició con suavidad el papel. Su mirada se perdía entre los libros amontonados formando verdaderas montañas abriéndose ante ella, a un lado y al otro. Pilas llenas de aquellos maravillosos sueños. Se puso de puntillas y agarró con ternura uno de los viejos tomos de la cresta de una de aquellas construcciones, como si de un hijo se tratase.

Lo abrió poco a poco, escuchando el susurro de las páginas al separarse mientras dejando al descubierto su interior. Pasó las yemas de los dedos sobre la tinta, ya desgastada por el paso del tiempo. Un escalofrío le recorrió la espalda y volvió a percibir aquel singular y característico sentimiento.

– Nunca dejarás de sorprenderme.

Su voz la devolvió a la realidad. Sus mejillas pecosas se tornaron rojas del rubor. Escondió su cara tras las tapas de aquel ejemplar. El anciano Tomás había aparecido de repente tras una de aquellas pilas de libros, acarreando entre sus brazos varios tomos grandes. Era una persona menuda, por lo que casi le tapaban por completo. En el momento que los dejó en el suelo la joven se abalanzó sobre él.

– ¡Tomas! ¡Cuánto me alegro de verte! Me asusté mucho cuando los primeros días no estaba tu tienda – Lo apartó un segundo y de nuevo le abrazó fuertemente -. Os he echado mucho de menos a ti y a todos tus compañeros.

Anna colocó su libro sobre el pecho y empezó a caminar entre los libros. Desde que era pequeña había sentido cosas, pero no sabía que era. Fue entonces cuando conoció a Tomás en la feria librera, que le desveló un pequeño secreto. Cada libro, tiene un alma. No vida propia, sino un pedacito de la persona que lo escribió. En cada palabra, frase, pausa e incluso en las tapas del libro se perciben los sentimientos de aquel escritor.

Aunque con el tiempo, los sentimientos del libro maduran. Y así, fusionándose con el alma del autor, se crean los suyos propios. Tomás le enseño a escucharlos y entenderlos. Anna aprendió a disfrutar de la compañía de los libros y cada año notaba como todos aquellos libros la reconocían y se alegraban cuando estaba cerca.

El librero carraspeó, llamando la atención de la joven. Cuando lo miró arqueó una ceja extrañada. El anciano tenía la cabeza gacha y su semblante era sombrío.

– Anna, sabes que me estoy haciendo mayor… Por eso este año no he llegado a tiempo para el inicio de esta semana… Y el año que viene, tal vez… – Una lágrima asomó por uno de sus ojos -. Lo que quiero decir es que este año no volverán conmigo. Quiero que mi legado se quede contigo.

La joven se puso de cuclillas y le agarró las manos.

– Tomás, no te preocupes. Sabes que yo cuidaré de ellos.

Le dio un beso suave en la mejilla y se levantó con una sonrisa en los labios. Miró en derredor y observó aquellos libros. Sus amigos.

Y ahora, su familia.

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