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Las brujas arden bien - por Rafael F. Lozano

―Decidí visitar a la bruja.
―¿Te lo permitieron?
―Le di algunas monedas al carcelero.
―Pero, ¿por qué fuiste? Es peligroso.
―¿Cómo que es peligroso?
―No sé, es una bruja. Se te podrían caer las manos por haberla tocado. Deberías buscar un sacerdote lo antes posible.
―Santiago, no es ninguna bruja. Es la misma Mel de siempre. Podrías haber venido conmigo, que la pobre no recibe ninguna visita.
―No me extraña, a la gente no le gusta que se le caigan las manos.
―¡Serás estúpido! ¿Cuántas veces tengo que explicártelo? Alguien le tendió una trampa…
―Da igual cuantas veces quieras explicármelo; Mel está acusada de brujería. Y la brujería se cura con el fuego. Voy a confesar mis pecados antes de la quema, para que no pueda salpicarme ni una gota de maldad en el alma.
―Mel está acusada injustamente. ―Una lágrima cayó por su mejilla―. No puede morir así.
―Cariño mío ―dijo Santiago mientras le pasaba un brazo por el hombro―, es Dios, en su magnífico conocimiento de la verdad, quién ha decidido su merecido destino. No llores más por su triste alma.
―¿Dios? ¡Si fuiste tú el que gritó «bruja»!
―Dios me mostró el camino y me dio valor para entregar a nuestra amiga. Para mí también fue difícil.
―¡Deja a Dios por un momento y escúchame! Mel no es una bruja. Esos libros con pociones y conjuros no eran suyos.
―Entonces, ¿cómo llegaron ella y los libros al cementerio? ¿Cómo explicas que la tumba de su hijo estuviera abierta? ¿Por qué dijo «mamá», cuando llevaba dos días muertos?
―¿No te hubiera encantado que volvieran a estar juntos? Mel quedó destrozada cuando murió.
―Sí, me habría encantado que no hubiera muerto, pero aquello ya no era su hijo. Era una criatura del infierno. Menos mal que andaba yo cerca y me aseguré de que muriera por segunda vez. Ella se había desmayado encima de los libros, junto a su hijo.
―¿Por qué estabas allí, Santiago? ¿Por qué los separaste otra vez?
―Bueno, tengo que confesarte que no he sido del todo sincero contigo. No estaba dando un paseo; te seguía a ti.
―¿Cómo que a mí? ¿Qué he hecho yo?
―Puede que sea un disparate, pero creía que tú eras la bruja.
―¿Qué yo era la bruja? ¿Por qué?
―Porque llevabas un tiempo muy rara. Murmurabas cosas sin sentido, que no podía entender, dibujabas cosas con los dedos en algunas paredes y pasaban cosas inexplicables a tu alrededor.
―Eso es imposible.
―Ya, ahora ya lo sé. Serían suposiciones mías. Pero al final llevaba razón, solo que no eras tú la bruja.
―Alguien tenía que ser bruja ¿no, miserable? ―Se puso de pie de repente―. Pues Mel te manda saludos desde su celda. Dice que su hijo te estará esperando en el infierno, para darte las gracias. Y, ¿quieres saber qué le he dicho yo?
―No te pongas así, María. Yo no tengo la culpa.
―Nada. No le he dicho nada. La he ayudado a escapar. ―Se alejó dos pasos de él.
―¿Qué? ¿De verdad? ¿Cómo has podido?
―Le he dado al carcelero lo mismo que has estado bebiendo tú ―dijo mientras le señalaba la taza con cerveza.
―¿Has dormido al carcelero?
―He matado al carcelero.
―¿Por qué me matas a mí? ―Su cara mostraba terror.
―Porque no me creías. Porque ya estoy cansada de decirte que Mel no es una bruja. Ella llegó justo antes que tú al cementerio. Vio a su hijo sentado y se desmayó.
―Me duele la barriga. Por favor, no me mates.
―Ya no se puede hacer nada. Lo que has bebido no tiene cura. Tampoco tu estupidez.
―Se lo diré a todo el mundo, bruja. ―Lo dijo en voz baja, casi sin poder hablar.
―Llevo tiempo advirtiéndotelo. Tu Dios no te deja ver el mundo como es de verdad. La magia existe; está en todos lados. Es energía poderosa, que desaparece al llegar a la mente cuadriculada de los creyentes.
―No puedo hablar ―dijo Santiago entre susurros―, María. Por favor, mátame ya.
―Ya estás muerto.
―Me… me arde todo el cuerpo. Casi no puedo respirar.
―Sí, sé cómo actúa. Te lo he dado yo.
―¿Puedes decirme una cosa?
―Por supuesto, Santiago. ¿Qué puedo hacer por ti?
―¿Por qué has llorado antes, si… si sabías que Mel iba a vivir?
―He llorado por ti. Era solo una lágrima, pero te había cogido cariño. ―Se acercó a un armario y sacó un libro―. Por eso, he decidido intentar de nuevo la resurrección.

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