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Un viaje inesperado. - por Leosinprisa

Decidí visitar a la bruja. Las noticias del canciller insinuando mi falta de compromiso, provocaron la intención de adelantar mis planes. El estímulo de la rueda de tortura, quien haría crujir mis huesos sin ninguna piedad, animaba a reaccionar y ponerme en marcha.

Echaría de menos la vida apacible en aquel pueblo. Acostumbrado a sus delicias siempre postergaba mi viaje, no me quedaba duda alguna tendría que ganarme el pan en aquella jornada. Así, sin otra causa reteniéndome, salí al camino.

-Mata a la bruja –dijo con un notable enfado el enviado del canciller. El mensaje reverberaba en mi cabeza, una y otra vez. La gente de aquel sitio había insinuado que nunca les había hecho daño, tan solo se defendió contra quienes quisieron agredirla. Eso me desmotivó, arrancándome la furia con la cual quitaría su vida. Por ello, no deseaba encaminarme en aquella senda. Sin saber que esperar, tenía todos mis sentidos atentos a cualquier indicio. Cualquier sospecha de malos hábitos o crueles intenciones y mi arma, usada con éxito en mil combates, haría su trabajo.

No tardé en llegar a donde supuestamente, la bruja vivía. Tal vez, en otros tiempos hubiera estado habitada, ahora tan solo una ruina, ocupaba el lugar de lo que debió ser una bonita casa en épocas lejanas.

El fuego de aquel hogar ya no calentaba, ni ninguna comida se dispuso en el. Solo desolación y pérdida, la presencia de piedras negras y maderos carbonizados, indicando un pertinaz incendio la devoró, dejándola en ese estado.

Mientras contemplaba los restos de la vivienda escuché un ruido, volviéndome con mi espada a la búsqueda de su origen. No tardé en ver una joven, que colgada de una rama en una inmensa higuera, balanceaba su cuerpo con desesperación. Se sostenía con dificultad y no tardaría en perder su fuerza, cayendo al suelo desde una considerable altura.

-Tranquila, voy a ayudarte –dije sin pensarlo. Guardé mi arma, acercándome con cuanta rapidez pude. Si fallaba su esfuerzo, la cogería en su descenso. Mis brazos eran fuertes y ya, en otras ocasiones, había estado en trances parecidos. Sabía exactamente cómo actuar.

La joven se soltó y gritando asustada cayó al vacío. Salté, cogiéndola en el aire, era liviana y lo agradecí sorprendido, girando para lograr su descenso disminuyese la fuerza de la caída, pero perdí el equilibrio y tropecé de mala manera. Aún así, evité golpease contra el suelo, aunque quedó de una forma un tanto indecorosa, encima de mí.

Estaba aturdido y no me había dado cuenta, la chica no era tan chica. Era una mujer, de una apariencia fastuosa y sobrecogedora, bella como el amanecer tras una larga noche de infortunios. Me miró con suma atención, con aquellos ojos grandes de iris plateados, clavados en mi cara, esbozando una sonrisa estremecedora que casi quiebra mi corazón.

-Me has salvado –tocó mi pecho y no pude evitar chillar de dolor- y te has roto las costillas, no debes moverte –se levantó, comprobando poseía unas largas piernas, como grandes columnas del mármol más exquisito, quienes se mostraron desnudas en su esplendor al rasgarse su fina falda, de una gasa que parecía flotar por si sola.

“Ahora se convertirá en algún horror y me devorará” pensé al ver aquella magnífica figura que se movía ligera a mi alrededor, recogiendo del suelo los higos esparcidos en su caída.

-Come, con ello sanaras –me ofreció uno de ellos. Su piel era dorada, como el cabello que en una masa salvaje, la cubría desde su cabeza hasta el final de su espalda. No tenía nada por perder, me encontraba indefenso con el dolor de las costillas quebradas recordando su insano estado. Mordí la fruta y me pareció deliciosa, todo mal desapareció. Vi su rostro con mayor claridad, aún más agraciada y perfecta.

-¿Cómo me ves? –preguntó curiosa, acercándose tanto que sentí el aliento de menta saliendo libre de su boca, vaharadas de un embriagador perfume azotaron mi olfato. Nada podía oler de forma tan maravillosa.

-Demasiado hermosa, para ser algo vivo –contesté con el corazón. Me puso sus manos sobre las mías, sintiendo el calor que de estas emanaba.

-Dices verdad, cariño mío. Pues has muerto y realmente me ves, como soy. Ya nunca te abandonaré, serás mi amante y ambos nos perteneceremos, para todos los tiempos.

Me besó. Supe nunca había sido una bruja en realidad. Era un ángel de guarda enviado por los dioses que dejamos olvidados. Me había elegido, pues la salve y ella, plena de piedad, salvó mi alma.

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