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La Bruja - por Elena

Web: http://nihilomnisveritasest.blogspot.com.es/

Decidí visitar a la Bruja a pesar de que en aquel momento hubiera sido más sensato seguir caminando hasta llegar a casa, besar a mi mujer y hablar tranquilamente con ella, sin tabúes.
Pero en lugar de eso, gire a la izquierda en la siguiente avenida y di un rodeo hasta el pequeño apartamento dónde ella vivía.
Golpeé la puerta un par de veces y esperé hasta que salió al recibidor con sus habituales gafas de sol moradas y su expresión serena en el rostro.
Caminamos entonces silenciosos hasta la cocina, mientras yo me maravillaba cómo cada vez con las paredes de su casa, repletas de cuadros y láminas pintados por ella misma, pinturas que –según me había confesado en alguna ocasión– representaban imágenes alegóricas de sus propios sueños, sus preferidos.
Una vez en la cocina, la Bruja me acercó una de las sillas que rodeaban la mesita de formica y se puso a preparar café sin siquiera preguntar si me apetecía.

—¿Qué te preocupa? —Preguntó melosa, dejando sobre la mesa dos tazas de café hirviendo.
—Ni si quiera has dejado que te pregunte cómo estás hoy —.Protesté
—A ti no te interesa cómo estoy yo hoy, Miguel. —Sonrió sentándose frente a mi y llevándose la taza a los labios, dándole un pequeño y cauto sorbo al líquido caliente—. Los días en los que venías a verme por placer quedaron ya muy lejos, ¿no crees? Últimamente sólo vienes a verme cuando tienes problemas.
Abrí la boca para rechistar pero ella levantó la mano, haciendo que mis labios volvieran a su posición lineal:
—Ojo, que no me estoy quejando. Sólo expongo los hechos como son.
Le di la razón. A ella no podía engañarla, ni se trataba de eso tampoco. La Bruja había llegado a conocerme tan bien cómo a mi me gustaría a conocerme a mi mismo.
—¿Recuerdas a Silvia?
—La escritora, aquella chica con la que andabas de cuando en cuando. —Murmuró sin disimular su desaprobación.
—La misma que murió hace unos días, en un accidente de tráfico.
Sorprendida, se quitó las gafas de sol, cómo si tener los ojos al descubierto le permitiera prestar más atención.
—Cuéntame. —Pidió.
—Me hizo prometer que cuando muriera, o si le llegase a pasar algo, yo me encargaría de publicar sus escritos. Poemas en su mayoría, algún relato… No sé, cuando me pidió esto, se me antojó una tontería. Una de esas cosas que se dicen cuando estás… Enamorado.

Ella alzó las cejas, quizá escéptica, puede que afligida. Yo suspiré y tragué saliva, me perdí durante unos segundos en la taza y su café antes de beber de nuevo y seguir con mi ataque de verborrea:
—Ya sabes, —pude sentir cómo sus grandes ojos verdes me atravesaban en aquel momento—, cómo cuando se eligen los nombres de unos hijos que no existen o el lugar de una boda que seguramente nunca tenga lugar. Pura fantasía. ¿Entiendes?
Ella asintió sin emitir juicio alguno.
—Así que me comprometí a hacerlo, se lo prometí. Y…
—Y ahora te arrepientes. —Sentenció.
—No es que me arrepienta, pero…
—Sí, te arrepientes. Por muchas razones, pero sobre todo porque tu mujer, que te espera en casa, no sabe de la existencia de Silvia ni del contenido de su poesía.

La verdad, lejos de hacerme daño, me llenó de tristeza.
Por alguna razón, durante aquel tiempo, me había dado más miedo confesarle mi infidelidad a la Bruja que a mi propia mujer, y aun ahora que me había liberado de ese peso, pensar que toda mi vida y sus esquemas de comodidad podían irse al traste por una promesa estúpida y febril, me aterrorizaba.

—Pero ahora tienes que hacer lo que dijiste que harías. Lo sabes, ¿verdad?
La miré y casi le supliqué clavando mis pupilas en las suyas que no me obligara a hacerlo.
—Se lo prometiste. Ella está muerta, Miguel. No hace falta que entremos en detalles, pero tú adquiriste esa responsabilidad, y vaya si vas a hacerte cargo —.Soltó entonces la taza y extendió su mano hasta coger la mía.— Dime que vas a hacer lo correcto.
Bajé la mirada hasta nuestras manos y apreté la suya con fuerza.
—¿Me ayudarás?
—Siempre lo he hecho.
—Cuando me quede solo, ¿serás tú quien venga a verme?
Sonrió, tranquila y serena, y con la yema de los dedos, comenzó a acariciar la palma mi mano.
—No vas a quedarte solo.
—¿Cómo lo sabes?
—Yo estaré aquí. Y siempre podrás volver a visitarme, por placer. —Me animó la Bruja.

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1 comentario

  1. 1. Montse León dice:

    Emotivo.
    Que se lo prometiera porque creía estar enamorado pero no es capaz de hacerlo una vez muerta su amada. Cruel en ese sentido. Pero me gusta.

    Escrito el 10 diciembre 2013 a las 19:51

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