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ATREVIDA - por Brillo De Luna

ATREVIDA

Decidí visitar a la bruja; quería comprobar si era cierto todo lo que Angélica me había contado y además averiguar en dónde estaba ella. No la volví a ver desde que Julián la sacó a tirones de la biblioteca; ¡y todo por esa maldita poción!

Angélica era una chica chapada a la antigua de tez blanca y cabello negro que lo llevaba en bucles, nunca se le vio en minifalda ni mostrando algún escote; aunque no era fea se ocultaba detrás de sus grandes anteojos y tenía dificultad en socializar con los del sexo opuesto. Pero amaba profunda y secretamente a Julián un tipo alto y fornido que provocaba más de un suspiro cada vez que sonreía, presumía una fabulosa motocicleta acompañado de las chicas más bonitas de la universidad. Los tres asistíamos a la facultad de Bellas Artes.
Un día Angélica me mostró un frasco en forma de diamante, llevaba en su interior una ramita de romero sumergida en un líquido rojizo; se lo había dado Lucinda, la bruja del barrio. Según ella, se trataba de una poción de amor que surtía efecto sobre la persona deseada, dijo que debía colocarse en su mano tres gotas y luego saludar al ser amado dándole tres palmaditas en la espalda; después de repetir el procedimiento por tres días seguidos vería los resultados.
A pesar de su timidez Angélica estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por Julián, así que esa mañana antes de entrar a clases, ruborizada se acercó y lo saludó como debía hacerlo; él un tanto confundido, sonrió y devolvió el saludo atentamente. Al día siguiente se volvió a repetir la escena.
Al tercer día del ritual Julián la invitó a salir, todos sus amigos estaban escandalizados al verlo en su motocicleta acompañado de Angélica la “nerd” de la clase; pero él no tenía ojos para nadie más que no fuera ella.
Mi amiga andaba en las nubes, se sentía dichosa e importante; pero yo estaba absorta, no podía creer lo que veía. Entonces a Angélica le entró la codicia y siguió utilizando la poción cada vez que lo veía. Al principio, Julián le llevaba flores todos los días y cada noche parado bajo su ventana le entonaba románticas serenatas; iba con ella a todas partes y la consentía hasta con los caprichos más ridículos que se le pudieran ocurrir. Angélica disfrutaba de todas esas atenciones, pero después de un tiempo se fueron tornando cansonas; se daba el lujo de despreciarlo o dejarlo plantado y se ufanaba diciendo que “lo tenía en la palma de su mano”.
Al cabo de unas cuantas semanas fastidiada de tanta melosidad un día decidió terminar con su relación. Julián estaba desecho; embriagado, le lloró varias noches bajo su ventana pero ella simplemente lo ignoró. Pasaron siete días y el desconsolado muchacho consiguió una pistola, amenazó con suicidarse si ella no le daba otra oportunidad. Angélica no quería cargar con esa culpa, así que decidió regresar con él. Pero esta vez las reglas del juego cambiaron. Julián se volvió posesivo y no permitía que nadie se le acercara, ni siquiera yo; se había convertido en un celoso obsesivo.
Angélica comenzaba a temerle, hasta ese día en el que me pidió acompañarla a la biblioteca; quería permanecer allí el mayor tiempo posible lejos de él. En mala hora se nos acercó un compañero a preguntar acerca de la tarea que debíamos entregar cuando, inesperadamente entró Julián y con la furia de un animal se acercó y golpeó brutalmente al muchacho, luego la tomó del brazo y se la llevó.
Pasaron dos días y no se sabía nada de ella ni de Julián, no estaba en su casa, no contestaba su teléfono y sus padres dieron aviso a la policía.

Entonces entré al misterioso lugar, era tal y como lo había descrito Angélica: “un cuartucho a media luz con olor a humedad e incienso y con los objetos más extraños y aberrantes nunca vistos”; tanta truculencia me espeluznaba. De pronto salió una pequeña mujer robusta y con sonrisa forzada y voz empalagosa me dijo:
—¿Qué puedo hacer por ti, querida?
—Quiero saber que contiene el frasco que le dio a Angélica—le dije.
—Amor —contestó—, el más puro y peligroso amor.
De una estantería Lucinda bajó un frasco en forma de diamante, la etiqueta decía “Atrévete a morir de amor”. Le pregunté por mi amiga, quería saber en dónde estaba y qué le había pasado; entonces la bruja sarcásticamente me contestó:
—Ella, simplemente se “atrevió”.

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2 comentarios

  1. 1. Giriel dice:

    Las brujas siempre con sus juegos de palabras… Sencillo tu relato y muy agradable, aunq me quedé algo corta con el final sin saber de ambos chicos, bueh… murieron de amor pues jaja.

    Escrito el 11 diciembre 2013 a las 21:18
  2. 2. Brillo De Luna dice:

    ¡Así es la magia, y mientras más negra, peor!

    Escrito el 29 mayo 2014 a las 15:15

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