LUNA Y LÁGRIMAS - por Nuria

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LUNA Y LÁGRIMAS

Decidió visitar a la bruja. Era una tarde otoñal en la Ciudad Perdida. Los rayos de sol asomaban entre las hojas de los árboles y Luna, bañada en lágrimas, apresuró su paso envuelta en un abrigo de lana granate y un gorro blanco de terciopelo rumbo a su inquietante destino.
Le hablaron de aquella extraña mujer que vivía en una casa apartada de la ciudad, hecha de barro. Rodeada de gatos y serpientes, que comía raíces de los árboles y bebía extrañas pociones con las que conseguía convertirse en animal o insecto para camuflarse entre los humanos.
Decían que era capaz de volverse invisible y entrar en las casas de noche. Luna sentía que resolvería su vida y hasta aprendería el oficio de bruja.
Recorrió el Parque de las Hadas. El burbujeante sonido de las fuentes refrescó por un momento su ánimo. Tenía 12 años y ya conocía el dolor. Con 6 años perdió a Nica, su tortuga, que quedó malherida cuando la arrolló la bicicleta de su hermano pequeño y se rompió el caparazón, duró dos días. Fue una tragedia que la mantuvo muda casi un año.
Lo siguiente ocurrió hacia poco más de dos meses, cuando falleció su abuelita materna. Se durmió en sus brazos y no despertó. Luna lloró todas las mañanas y todas las noches de todos los días y todas las semanas. Lloraba cuando reía y hasta lloraba dormida. Los médicos no sabían qué hacer ni a dónde llevarla. La visitaron científicos, curanderos y sabios de recónditos lugares del globo.
Se adentró al Bosque de los Sueños. Las flores desprendían un dulce aroma. Se sintió tiernamente acompañada. Sacó otro pañuelo tratando de secar, inútilmente, sus lágrimas.
Atravesó el Puente de los Valientes, cruzó el río. Los primeros destellos del atardecer cubrían el cielo. Se apreciaba una tímida estrella y bajo ella la luz de una casa.
“La bruja” pensó Luna. Las lágrimas dejaban un rastro húmedo en la hierba y cada huella se convertía en un pequeño jardín.
Llegó a una verja de madera cubierta de enredaderas. Estaba abierta. Dudó un instante. Contempló un pequeño jardín iluminado. La suave brisa provocó el tintineo de un atrapa sueños en la entrada de la casa. De repente la puerta se abrió:

– Bienvenida-.
Del interior de la casa apareció una joven de figura elegante, de larga cabellera y vestido negros. Era bellísima. Sus ojos brillaban y sus labios esbozaron una amable sonrisa.
– Hará frio.- dijo mirando al cielo. – El Viento Plateado es gélido. Entra-.
Luna se acercó al porche de la casa, aquella mujer parecía un ángel. La invitó a sentarse en un amplio y cómodo sofá color verde manzana. Un pequeño gato blanco se acurrucó junto a Luna.

-Le caíste bien- dijo la bruja sonriendo – ¿un té?-.

-Sí, gracias-.

La mujer desapareció. Luna observó la sala. Olía a lavanda y era un espacio limpio, con muebles de madera claros y paredes y cortinas blancas.
– ¿Te gusta mi casa?- dijo la mujer sobresaltando a Luna.
– Mucho-.
Le acercó la humeante taza de té, un bocadillo y unos pañuelos. Se sentó frente a ella. El gato blanco saltó a sus faldas maullando.
– Se llama Neblina ¿y tú?-.
– Luna – contestó tímidamente.
– Precioso nombre. Yo soy Tara. Deseas dejar de llorar ¿cierto?-.
Luna sintió alivio.
– Así es…- contestó la niña.
-¿Qué sabes de mí?-.
Luna sorbió un poco de té.
– Eres bruja – dijo sin respirar.
– ¿Bruja? – rio divertida.
– Eso dicen- contestó apenada.
– Escucha, parece una palabra fea pero no lo es. Soy una bruja blanca-.
– ¿Blanca?- preguntó Luna observando su cabello y vestido negros.
– Mi magia es blanca, es… buena.- explicó Tara.
Luna sonrió.
– Será muy sencillo ayudarte.- prosiguió.
– Nadie supo curarme- dijo Luna.
– Bueno eso es porque nadie mejor que tú sabe lo que te pasa- le dijo apartándole un mechón de la cara.
– ¿En serio?- preguntó Luna incrédula.
– ¿Cuándo empezaste a llorar?-.
El rostro de Luna palideció.
– Desde que murió mi abuelita.-
Tara se arrodilló delante de ella y le tomó las manos. Las lágrimas de Luna brotaron con más fuerza. Neblina saltó de nuevo al lado de Luna, lamió su cara. La niña estalló en un manantial incesante de lágrimas. Tara la abrazó. Sus ojos se secaron de repente.
– ¿Qué pasa? ¡no lloro!-.
– Nadie se preocupó de preguntarte qué sentías acerca de las cosas que te entristecían. Te escuché y estás en paz-.

Se abrazaron.

– Atravesaste la ciudad para llegar a mí y te encontraste a ti, valiente-.

Luna regresó a casa como bruja blanca llevando su propia magia.