Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

LOS OVILLOS - por Marta

LOS OVILLOS

Decidió visitar a la bruja porque era muy curioso y necesitaba averiguar en qué consistía su secreto.
La idea fue tomando forma desde aquel día de verano en que llegó al pequeño pueblo, perdido entre las montañas y el mar. Según sus propias palabras andaba en busca de aventuras y peligros.
En la taberna, único espacio de reunión, pasó sus primeras noches contando historias, no todas muy creíbles, pero sí divertidas.
Como respuesta a su simpatía y confianza, en poco tiempo los lugareños le trasmitieron las costumbres del lugar y su gente. La historia de tres mujeres que allí vivían le causó gran impresión y en cada oportunidad sacaba el tema para saber más de ellas.
La menor, una joven encantadora y de modales delicados, pasaba sus horas hilando en una rueca. Le seguía en años, una matrona, de caderas generosas y mejillas arreboladas; su tarea habituales se reducía a ovillar la lana hilada por la más joven. La última era una anciana cuyas innumerables arrugas daban a su rostro el aspecto de un antiguo pergamino. Raramente se la veía sonreír y aún más, parecía siempre de mal humor. Por esta razón los del pueblo la apodaban “la bruja”. Ella era quien decidía cuan grande sería cada ovillo y con sus amenazantes tijeras, daba el corte definitivo a la fina hebra.
Entre sus vecinos circulaba un sinnúmero de historias, ninguna comprobada, que hablaban de sus posibles orígenes y actividades.
Ellas no parecían tener relación alguna de consanguinidad. Sin embargo, había en sus actitudes un orden y una jerarquía dada por los años.
Nadie sabía el verdadero motivo o fin de sus labores ya que jamás habían vendido prenda alguna que justificara el esfuerzo puesto en la tarea de hilar.
Tampoco nadie sabía qué pasaba con esa lana, de dónde la obtenían y cuál era su destino.
No eran muy sociables, no se relacionaban demasiado con el resto de los habitantes pero nunca faltaban a los nacimientos y entierros de la zona. De más está decir que estos eran los acontecimientos de mayor importancia en una sociedad tan pequeña y simple.
La única manera de acceder a su vivienda, ya que nunca recibían a nadie en ella, sería valerse de la llegada de un nuevo niño a la aldea o bien la partida definitiva de alguno de los más viejos, según lo estipulado por las clásicas reglas de la naturaleza. Como todos lo habían presenciado, en esas circunstancias las tres mujeres aparecían antes que cualquier conciudadano. Ellas se enteraban siempre primero.
Pasaron algunos días y se dio la oportunidad justa para los planes del joven. Una mañana nació el primer niño en el seño de la familia más joven y querida del entorno. Todo el pueblo deseaba visitarlos y darles sus buenos deseos. Al llegar los vecinos más tempraneros, las famosas mujeres ya estaban en la entrada de la casa esperando ser recibidas.
A todo esto, el aventurero aprovechó para correr hacia la casa, ahora vacía, de las reservadas damas. Una vez adentro, recorrió los pocos cuartos y observó todo lo que allí había. Algo desilusionado, sólo encontró los objetos propios de un hogar sencillo y humilde. En un rincón de la cocina, junto al hogar aún encendido, descubrió dos grandes canastos con ovillos de diversos tamaños, una rueca y una gran tijera de buen filo. Se acercó para hacer una mejor inspección. En el primer canasto la mayoría era de buenas dimensiones, en el segundo todo lo contrario. Vio nombres en cada ovillo. Algunos de éstos le parecieron familiares, ya que coincidían con los de algunas personas que solía frecuentar el bar.
Quedó intrigado. Sobre la mesa un cuaderno rústico y de hojas gastadas, estaba abierto. Cuando se aproximo pudo leer en ellas los nombres de cada aldeano, con la fecha de nacimiento y para su temor, también la de su muerte, aunque ésta aún no hubiese ocurrido. Al comparar nombres y ovillos, quedando aterrado. El más grande coincidía con el del niño nacido esa madrugada y el más pequeño, de apenas pocas vueltas llevaba su propio nombre.

(Versión libre del mito de Las Moiras, Parcas o Hilanderas del destino)

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

1 comentario

  1. 1. Montse León dice:

    Genial!

    Escrito el 30 noviembre 2013 a las 15:46

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.