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Palabras chinas en espacios vacios - por Miguel

Decidí visitar a la bruja. Mis odios metafísicos fueron superados cuando en la carta me habló de Ramona. Ella no tenía por qué saber detalles de su muerte, detalles que sólo sabía yo cuando me despedí para siempre en ese hospital que ahora recuerdo gris, feo y húmedo pero que en su momento parecía un monumento a la esperanza.

Ahora voy dispuesto a verla. Bruja o no, hay algo raro en ella, algo que me genera miedo, pero ya estoy muy viejo para que esa sea una razón para quedarme en casa, además qué me quedo haciendo. Ya zurcí todas las medias con agujeros, reemplacé las baterías gastadas de los relojes y organicé cronológicamente los álbumes fotográficos.

El cascabeleo me adormece y me hace cabecear un par de veces. Junto a mí, un niño asiático juega en un teléfono celular y ocasionalmente le habla a sus padres sentados justo detrás de nosotros. El niño me mira, me dice algo que no entiendo y me ofrece el teléfono. Ni hago el intento de ser amable: cierro los ojos, cruzo los brazos y sigo pensando en esa maldita bruja.

Ramona murió el 24 de mayo. Intentaron explicarme qué había pasado, pero fue como si me hablaran en chino. No entendía nada, pero tampoco quería. Murió, no hay que adornar mucho las cosas.

Me gusta esta sensación de aceleración. No me impide moverme, pero es lo suficientemente firme como para sentirme apretado contra la silla. Parece un abrazo, un abrazo de algo que no veo: un abrazo invisible. Esa es la frase.

Cuando recibí la primera carta no me importó, ¿qué tipo de loca escribe cartas para anunciar mi muerte? La segunda me llamó la atención pero no me preocupé, de locos está lleno el mundo y las cartas iban con mi dirección pero sin dirigirse a alguien en particular. Además, llevaba la dirección remitente tan precisa, que era imposible que no fuera más que una broma pesada.

Ramona dejó de hablar ocho días antes de morir. Tampoco había sido muy elocuente, pero al día siguiente ya extrañaba sus regaños: que los cuellos de la camisa apuntaban hacia arriba, que las uñas no estaban perfectamente emparejadas… Todo eso desapareció. A veces odiaba sus minucias pero luego las añoré. Fue repentino como todo en ella, venía de hablar sobre un viaje pendiente y cuando intentó decir algo más, no pudo. En su desesperación se agarró la garganta tan fuerte que se enterró las uñas y tuvieron que dormirla antes de que se arrancara la tráquea. Fue la última vez que se movió porque siguió dormida hasta que finalmente se apagó todo en ella. Hasta que dejó de ser.

La carta que me tiene aquí fue breve. Supe que era de esa bruja y la abrí con pereza. En todo el centro de la hoja diez palabras: "Ramona te quería decir que no te casaras de nuevo".

Me derrumbé. Pensé en por qué Ramona hubiese querido decirme eso y no en lo extraño que alguien que yo no conocía supieras esas cosas. No tuve que pensarlo mucho, hice la maleta y salí para Santiago.

El tren sigue su marcha. El abrazo invisible llega cada cierto tiempo y me reconforta. A mi lado el niño no deja de jugar. Estoy a menos de 15 minutos de Santiago y empiezo a pensar qué haré cuando llegue a la dirección de donde salen las cartas. ¿Habrá alguien? ¿Me reconocerá? No puedo dejar de sentirme un poco estúpido por hacer todo a la ligera.

Ahora todo está al revés. Hace un segundo nos elevamos y caímos como si fuéramos un látigo. Ya no siento abrazos, ni curiosidad, ni la vida. El niño está tirado frente a mí con los ojos abiertos. Estiro el brazo y le toco la cabeza. ¿Es esto la muerte? ¿Sintió esto Ramona hace hoy dos meses? No hay sentido alguno en vivir si al final no queda nada más que un espacio donde antes había algo.

Intento incorporarme pero no puedo. Me siento cansado, somnoliento. Me arrastro y encuentro la silla en la que viajaba, pero decido sentarme en la del niño. Me cuesta ponerme en esa posición con el vagón volcado pero lo logro. Así pasa un minuto. Veo el sobre en el que venía la carta y la tomo: "Ramona te quería decir que no te casaras de nuevo". La guardo en el bolsillo de la chaqueta y la aprieto con fuerza como si la abrazara: no había necesidad de decírmelo.

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