Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Mi pequeño secreto compartido - por Mina Ohara

Decidió visitar a la bruja (¡por fin!). Llevaba meses diciéndole que era lo mejor para su salud. Le vi alejarse dirección al bosque con su paso lento y vacilante, apoyándose en ese bastón que hacía años que tenía que tirar, raído por el tiempo y los bichos.

Lo vi de espaldas, de repente su silueta se empezó a difuminar y me vi trasportado a mi niñez con él, yendo al río a pescar. Fue en aquella época cuando la conocimos. Era un día especialmente aburrido, parecía que los peces habían aprendido que no tenían que hacer caso a las cosas brillantes que les tirábamos. Decidimos ir un trecho más abajo para ver si cambiaba nuestra suerte. El resultado fue nefasto, pasamos dos horas más sin notar el más mínimo movimiento. Teníamos la confianza suficiente para no tener que hacernos caras amigables. Los dos estábamos cada vez más malhumorados, y nos lanzábamos miradas furiosas como si todo fuera culpa del otro. Ahora con los años veo cuán infantiles éramos, y que inocentes. Al final, acabamos peleándonos, ya no recuerdo porqué. Él fue entrando en el bosque, corriendo, mientras yo lo perseguía para descargar el mal humor. Acabó cayendo en el suelo y yo aproveché para abalanzarme sobre él. Peleas como esas eran habituales; los dos éramos unos niños fácilmente irritables, pero siempre acabábamos perdonándonos. Me encontraba yo en plena faena de pegarle la barriga cuando una mano me cogió por la muñeca.

Allí estaba ella, tan joven, con su pelo moreno cayéndole libre por la espalda, con su vestido ajustado; tan diferente… Quedé embelesado y me olvidé de John mirando cómo sus ojos oscuros me observaban con reproche. Nos ordenó que parásemos (¡que voz más fina tenía!). Nos cogió una mano a cada uno y nos hizo seguirla. Llegamos a una cabaña de madera en medio del bosque. Entramos, nos sentó en una mesa y nos preparó un vaso de chocolate caliente. Nos miramos mi amigo y yo, aprovechando que la bella mujer estaba de espaldas, y vimos que ninguno sabía qué hacer, ni si teníamos que estar asustados. Cuando se giró y nos dio una taza a cada uno, la miramos agradecidos, pero nos soltó:

—Si tenéis los suficientes problemas como para pelearos de esa manera, no vengáis aquí a solucionarlos, quedaos en vuestra zona.

Nos quedamos sorprendidos y yo, arrepentido, giré la cabeza hacia la izquierda evitando su intensa mirada. Descubrí al fondo de la sala una estantería llena de frascos, frasquitos y jarras, todos llenos con lo que parecían diferentes líquidos. Quería levantarme para acercarme más, pero tenía miedo de su reacción, así que opté por mirar hacia al suelo, como si estuviera muy arrepentido. Los dos pedimos perdón, y parece que con eso ella se relajó un poco.
Nos estuvo haciendo preguntas sobre el pueblo, y nosotros contestamos a todas. Se la veía interesada por lo que sucedía allí. Ahora veo que seguramente llevaba mucho tiempo sin recibir visitas. Cuando nos hubimos terminado nuestro chocolate, nos fuimos. Estábamos los dos intrigados por descubrir más cosas sobre esa bella mujer que vivía allí aislada, y yo sobretodo quería preguntarle por los frascos.

En los siguientes meses, fuimos varias veces. Al principio ella se había mostrado recelosa, como si no le gustara que invadiéramos su espacio, pero al final nos había aceptado, y ya nos esperaba en la puerta (parecía que siempre sabía cuándo iríamos). Hasta pasados unos meses, no me atreví a preguntarle por su estantería, sólo íbamos allí a jugar y a que nos contara historias (sabía tantas y las contaba tan bien… ¡con esa voz!). Cuando le pregunté por los frascos se paró un momento, dudando. Al final, nos dijo:

—Eso es una historia que algún día estaréis preparados para oír, pero no hoy, amigos míos, vuestras mentes son inocentes y frágiles aún.

Crecimos, y con el tiempo nuestras visitas se hicieron menos frecuentes. Los dos iríamos a buscar nuestras vidas fuera del pueblo. Cuando fuimos a comunicárselo, no pareció sorprendida. Nos sentó y nos contó su historia. Era una bruja que había llegado allí tiempo atrás, y vivía aislada para poder preparar nuevos conjuros. Nos dio a cada uno una botellita que nos había preparado, y nos dijo que si no la abríamos nos traería suerte.
En los siguientes años fuimos a verla alguna vez, ya por separado, y siempre estaba ella esperándonos en la puerta, sonriente.

— ¡Despierta! —llamó una voz.
Me incorporé de repente. Era John, que se acercaba saltando, ya sin bastón.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

Todavía no hay comentarios en este texto. Anímate y deja el tuyo!

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.