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Doble Vida - por Marta Anducas

Decidí visitar a la bruja una lluviosa tarde de otoño. Cansado de la doble vida que comportaba ser hombre y lobo, finalmente decidí ver a la misteriosa mujer que habitaba el bosque encantado.

La tarde era oscura y lluviosa. Las nubes se escondían tras las ramas de los árboles, y una fina cortina de agua me empapaba hasta los huesos. Ante mí, abriendo camino a brincos, un pequeño duende se resguardaba bajo el ala de su sombrero. Ni una gota había mojado su suntuoso traje verde.

Llevábamos dos horas caminando sin descanso. Estaba cansado, me dolían las piernas y estaba harto de sortear piedras y charcos. Miré el duende con arrogancia, estaba fresco como la brisa matinal. De pronto, disminuyó el paso y, con un salto, desapareció tras un arbusto. Como él, crucé la mata sin pensarlo. Miles de espinas arañaron mi piel, dejando un rastro rojizo tras ellas. Maldije a las brujas, las espinas y los duendes; sus madres y las madres de sus madres.

Tras el arbusto, un claro en medio del bosque me sorprendió. Como en un cuento infantil, una casa de madera con chimenea humeante ocupaba el espacio abierto entre los árboles. Un pozo y un puente de piedras completaban el dibujo.

El arrogante hombrecillo verde brincó hasta la puerta, la golpeó y desapareció tras ella. Inspiré profundamente y me acerqué a la vivienda. Llamé, toc-toc. Nada. Lo intenté otra vez, toc-toc-toc. Silencio absoluto tras la madera. Una vez más, toc-toc-toc-toc. Un ruido, clic. Por fin, la puerta se abrió.

—Te estaba esperando. —La voz, aguda, provenía de la chimenea, donde humeaba una olla enorme—. Adelante, entra, siéntate.

Entré. Poco a poco, mis ojos se fueron adaptando a la penumbra de la sala. Avancé. Aunque el suelo era de piedra, la casa chirriaba con cada paso que daba. Me acerqué a la hoguera; allí estaba, tras la olla. No lo podía creer, ¡era una bruja auténtica! Una bruja de las de vestido negro, sombrero de punta y nariz larga, ¿con verruga?, no lo pude distinguir. Sorprendido miré el entorno: estantes de madera iluminados por velas blancas; frascos con sapos, lenguas y hojas; libros polvorientos, ¡hasta una escoba de mimbre!

—¿Qué tenemos aquí? —La frase, la voz, la risa: todo parecía de cuento—. Un indomable hombre-lobo. Bonito ejemplar… —Se acercó a mi y me observó de cerca—. Dime, ¿qué te ha llevado a perturbar la calma de esta vieja bruja?

La mujer daba vueltas a mi alrededor, analizándome de arriba a bajo. Lo corroboré, no había ninguna verruga en su nariz. Volvió a hablar:

—Imagino que no solo la curiosidad te ha llevado hasta aquí. —Podía sentir su aliento, apestaba a menta—. ¡Ah!, lo veo en tus ojos, buscas una poción que acalle la bestia que hay en ti, ¿me equivoco?

—Sí, señora, busco esa pócima, estoy cansado de ser una bestia…

—Lo sabía, —me interrumpió—, estás de suerte, amigo. Solo necesito un pelo craneal —arrancó, con rapidez, un pelo de mi cabeza y lo echó a la olla—, polvillo de luna llena, raspadura de musgo, retina de búho, y un conjuro…

La bruja empezó a cantar mientras removía, con una enorme cuchara de madera, el contenido de la olla. Hubo explosiones verdes, amarillas y rosáceas, y mucho humo. La bruja bailaba alrededor del fuego, se transformaba, gritaba y saltaba. Fue un gran espectáculo. Finalmente, llenó un frasco del líquido humeante y me lo dio:

—Aquí tienes, solo tienes que tomarte una gota la noche antes que sea luna llena. Se terminaron las transformaciones, amigo. Ya no más lobos…

—Gracias, señora… Pero esta no es la poción que busco. —Su cara se oscureció, había roto el cuento—. El lobo, no es la bestia que habita en mi… —Me expliqué—. Verá, como lobo convivo con la naturaleza, me mojo cuando llueve y duermo cuando estoy cansado. No me preocupa si las acciones de la bolsa bajan, si han subido el precio del alquiler o si soy el empleado del mes. No vivo en un piso de concreto, en una ciudad de concreto, con árboles de hojas polvorientas. No me alimento con comida de plástico, ni intoxico mis pulmones con dióxido de carbono y nicotina. No me pierdo en trago barato y sexo fácil para llenar mi soledad. El lobo que habita en mi es uno con el todo. Sin embargo, el hombre que usted ve, es uno contra el todo. Estoy cansado de tanta farsa, lucha y soledad, ¿tiene usted una poción para dejar de ser hombre?

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