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Un último encuentro - por Mapi

Decidió visitar a la bruja aunque era arriesgado. Cruzo a todo correr las calles empedradas y después de comprobar que el callejón estaba vacío abrió la puerta con su propia llave.

– Ana, ¡ya vienen!

Jadeando subió las escaleras hasta el salón, pero aunque la luz estaba encendida no la encontró allí.

– ¡Ana!
– ¡Estoy en el sótano!

Le tranquilizó oír su voz y bajó las escaleras de dos en dos hasta el sótano. La encontró guardando cuidadosamente sus libros, sus hierbas y sus remedios.

– Ana, ¡ya vienen!, ¡tienes que irte!

Ana se volvió hacia Juan y vio el miedo en su rostro.

– Prométeme que harás llegar todas estas cosas a Juliana, la hija del maestro.
– Lo haré, pero ahora tienes que irte.
– Juan, no me iré. No iré a ninguna parte… – en el rostro de Ana se veía una mezcla de cansancio y determinación.
– ¡Vamos! ¡Te juzgaran! ¡Ya sabes como acabara esto!
– Si, lo sé. Pero este es mi hogar, ¿adonde iría?
– ¡No lo soportare! ¡Sabes que te amo!
– ¡No tanto como para casarte conmigo! – Ana endureció su tono de voz. Pero lo suavizo rápidamente. Esto no era por el. Suspiró. – A los hombres como yo se les llama científicos… Son respetados y llamados a las ciudades y a la corte. Se les pregunta su opinión y se tiene en cuenta. A las mujeres se nos acusa de brujería y herejía y nos persiguen.

Ana continuó guardando sus enseres. Fuera, comenzaban a oírse gritos, pero aún en la lejanía.

– Esto es por las mujeres a las que ya han matado, y por las que mataran… Y porque una será la última. Y después serán libres, igual de libres que los hombres y también se les respetará.

Ana acabo de guardar sus cosas y salió del sótano. Juan la siguió y cerro la puerta tras de sí.

– Dicen que el mundo se acabara si no morís todas…
– El mundo no se acabara, al menos todavía. Deberías leer más a Newton y a sus colegas… – Ana sabia que a Juan ni le gustaba leer ni le gustaba la ciencia.

Subieron hasta el salón y Ana sacó un pergamino de uno de los cajones.
– Este es mi testamento. Sácalo sólo después de que Juliana se haya llevado mis cosas.

Fuera los gritos comenzaban a acercarse. En el salón entraban más claros a través de la ventana abierta acompañados de la brisa nocturna.

– ¡A por la bruja! ¿Donde esta el alcalde? ¡Que venga el alcalde para que pueda detener a esa bruja y librarnos del mal!

Ana se acercó al mueble, buscó una pequeña caja y la abrió. Sacó una capsula plana, que colocó cuidadosamente en su boca. Era veneno recubierto de una capa de plástico. Aguantaría cerrada días, y si llegaba el momento en el que no aguantaba más sólo tendría que masticarla. Y todo se acabaría.

– Juan… – Ana lo miró y se enterneció – he tenido una buena y larga vida… no me arrepiento de nada de lo que he hecho, aunque me haya traído hasta aquí. Y sí, yo también te amo, desde mucho antes que aquel día… – Ana pareció perderse unos instantes en sus recuerdos. Ana y Juan se habían entregado el uno al otro por primera vez antes de cumplir la mayoría de edad. Pero Ana era huérfana y los padres de Juan se habían negado a su matrimonio. Juan no se enfrentó a sus padres y desde entonces Ana se había dedicado a la ciencia. Por sus curaciones se había ganado el apodo de bruja, apodo que en otros tiempos había sido cariñoso – Éramos tan jóvenes.

Los gritos se oían más fuertes a cada instante.

– Vete ahora Juan, o tú y tu familia caeréis en desgracia.

Juan se acercó a ella conteniendo apenas las lagrimas. La abrazó y la beso con inusual ternura. Después se separó de ella y se encaramó a las escaleras. Volvió la cabeza, una última vez para ver a Ana sentándose en su sillón, aparentando una pose tranquila. Después desapareció.

Ya en la calle rodeó varias casas para alcanzar al grupo de personas por detrás. En ese momento escuchó: ¿Donde está el alcalde? Llamadlo para que sea testigo de la caza de la bruja.

– Estoy aquí. – Juan cogió una antorcha de las manos de un aldeano y subió hasta la cabeza del grupo. Nadie notó el dolor instalado en sus ojos.

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1 comentario

  1. 1. Aurora dice:

    El giro final es sorprendente. Enhorabuena.

    Escrito el 31 octubre 2013 a las 16:09

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