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Malas compañías - por JOSE

MALAS COMPAÑÍAS

Decidió visitar a la bruja. No le habían dejado otra salida. Se sentía engañada. Lo había dado todo por aquel hombre, todo cuanto alguien podía soñar. Entregó su cuerpo, su alma y ahora, traicionada. Él, ellos se lo habían arrebatado todo. Su dinero, su dignidad y su humanidad.
Cómo podría volver a mirar a la cara a sus vecinos.
Qué le diría ahora a sus hijos.
Se lo habían avisado decenas de veces.
Le advirtieron que cuando un hombre tan joven va con una mujer mayor sólo puede querer una cosa.
Lo que más le dolía no era la estafa, no. Era el tiempo perdido, ese tiempo que no podría volver a vivir y que había desperdiciado con él. Sí, había disfrutado pero como se disfruta de esa caja de galletas porque sabes que mañana, cuando se haya acabado, volverás al supermercado y traerás otra. Y otra. Y otra más.
Pero en este caso el supermercado había cerrado.
Cuando un placer no encuentra su camino al mañana. No tiene visos de continuidad y sólo queda en la memoria ya no es tan placentero porque ha perdido la capacidad de repetirse en el futuro.
Ella había ido a comprarle aquella moto. Era su regalo de aniversario.
– Señora, disculpe. En esta cuenta no hay fondos.
– Mañana, iré al banco y se van a enterar. Cómo no va a ver fondos en esa cuenta. Ahí está toda mi vida.
Volvió antes de tiempo.
Él aún estaba acostado. No estaba solo.
Cómo podrían convivir ahora en su memoria las largas tardes de cama y desnudez con sus últimas palabras.
– Eres una vieja y me das asco. He tenido que aguantarme siempre las ganas de vomitar. Ahora lo tengo todo. No te necesito. Al fin puedo decirte adiós.
Lo vio alejarse en el coche con ella.
No tenía fuerzas ni para insultarse a si misma. Se dejó durante días. Sin comer. Bebiendo todo el alcohol que quedaba en casa mezclado con pastillas. Se ve que la mezcla de ginebra con medicación para la diabetes no es un cóctel mortal. No debió confiar en él, No debió creerle cuando le dijo que sólo era una antigua amiga que había vuelto a la ciudad a pasar una temporada. Que se habían encontrado por casualidad, que después de más de diez años fuera no tenía a nadie, que no estaba bien no atenderla.
Todo mentira. Lo planearon juntos desde el principio.
Ahora, sólo necesitaba una cosa para seguir viviendo. Tenía que devolverles todo el mal que le habían hecho. Quería verlos sufrir.
Hace años que sabía de la existencia de una tía rara que vivía cerca del campamento gitano, a las afueras. Le llamaban la bruja. Nadie sabía exactamente cuándo se instaló allí, para algunos estaba desde siempre.
De piel oscura, aunque nunca salía de día. Era ese tipo de oscuridad que da estar más allá de todo. De la ciudad. De la vida. De la ley, humana y divina. Siempre vestida de azul con largas faldas que arrastraba por el suelo produciendo un extraño sonido como de quejido. El pelo recogido en un pañuelo multicolor atravesado por una aguja pequeña de punto. La misma que utilizaba para desangrar un gallo o pasar las páginas de su viejo libro de recetas, como le gustaba llamarlo alargando la ese y haciendo un movimiento raro con el cuello a la vez que acercaba su cara a la tuya. Solían visitarla jovencitas para que les preparara filtros de amor o les ayudara a perder el resultado de una noche sin control. Ella iría a encargarle otra clase de trabajito. Aún no sabía muy bien qué quería. Tendría que ser algo que les diera un sufrimiento eterno. Algo que les permitiera día tras día pensar en lo que le habían hecho a ella. Sentir el paso del tiempo. Lento. Lento. Y perdido. La vida debería ser para ellos larga. Insoportable.
No hubo luna esa noche. Se hizo daño cuando al caer en mitad del bosque. Sobresaltada por una especie de susurro volvió la cara y tropezó. Rodó por un pequeño montículo. Una rodilla le sangraba. Sentía ganas de llorar. De la rabia. De la impotencia.
– Pero, ¿Qué hago aquí?
Pensó en regresar, en abandonar. Pero al fondo vio el tintineo de una luz.
Cuando estuvo delante de la bruja no fue capaz de decir nada. No hizo falta. En sus ojos grises pudo verlo. Un coche volcado. Ellos boca abajo. Vivos. Pero con el cuello roto.

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4 comentarios

  1. 1. Aurora dice:

    me ha atrapado desde el principio, está genial.

    Escrito el 28 octubre 2013 a las 16:01
  2. 2. lunaclara dice:

    Muy interesante. Describes muy bien el sentimiento de la ira. Salvo algunas frases que supongo te habran dicho de conectarlas mejor, el resto (personajes, descripciones) esta muy bien. Enhorabuena.

    Escrito el 30 octubre 2013 a las 16:01
  3. 3. Servio Flores dice:

    bueno en general. solo trabajarlo un poquito mas. concatenar mejor algunas frases y ordenar los parrafos.
    saludos

    Escrito el 30 octubre 2013 a las 23:31
  4. 4. Montse León dice:

    Me parece muy buena historia, aunque creo que con el cuello roto no puedes vivir. Por lo demás, muy bien redactada a mi parecer.

    Escrito el 8 noviembre 2013 a las 10:41

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