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Buscando a la bruja - por Ela

Decidí visitar a la Bruja.
Yo sabía de gente a las que les gustaba visitar a brujas y médiums. No era mi caso, pero algo me decía que la solución estaría en aquella visita.
No creía en lo paranormal, aunque a la vista de los acontecimientos que habían acaecido, tendría que creer.
El edificio era inmenso. Llevaba varios días en sus entrañas y aún no había conseguido recorrerlo por completo. La sensación de miedo se apoderó de mi y, sacando todas la fuerzas que habían en mi interior y armándome de valor, creí que era el momento oportuno para ir en busca de la Bruja. El pasillo, oscuro y lúgubre, parecía no tener fin, con puertas cerradas a uno y otro lado.
En estos últimos días había llamado a muchas de ellas y ninguna quiso abrirse.
Se qué había gente dentro de aquellos apartamentos. Las oía hablar. Las oía llorar. Las oía reír, con risas tristes, pero risas al fin y al cabo.
Llamé a la primera puerta. No me abría nadie. Escuché susurrar.
— ¿Por qué no querrá volver? — escuché decir a la voz número uno.
— No te preocupes. Ya verás como vuelve. Su sitio está aquí. — decía la voz número dos.
Las voces, aunque me eran familiares, no lograba identificarlas. Esa era la causa por la que había decidido enumerarlas.
Determiné parar a descansar. Me sentía exhausta.
Después de mi merecido descanso y habiendo perdido la noción del tiempo, proseguí con mi búsqueda.
Llamé a la segunda puerta. No sé si me escucharon. Pegué el oído a la madera. Había gente llorando. Hablaban con palabras entrecortadas por los sollozos.
— ¿Por qué a ella? — dijo una de las voces. Yo creí conocerla, pero no me era posible recordar quién podría ser. — No se merece esto. Es la mejor persona que conozco…
Y esta voz rompió a llorar. Lloraba desconsoladamente.
— ¡No llores, por favor…! Necesito tus fuerzas y si lloras… — Y esta voz también rompió a llorar.
¿Qué había podido suceder? Aquella gente lloraba sin consuelo.
Seguí mi camino. Y seguí llamando a puertas. Todas cerradas. Herméticas.
Mi angustia crecía por momentos y no lograba encontrar a la persona que había venido a buscar.
Acerqué mi oído a otra puerta. Dentro de este apartamento escuché risas. Eran risas tristes.
Recordaban con añoranza anécdotas y vivencias de otra persona.
— ¿Te acuerdas cuando jugó a ser peluquera?
— ¡Calla! ¡No me lo recuerdes! Ni el peluquero fue capaz de arreglar aquel estropicio… — Y aquellas voces comenzaron a reír. Pero eran risas tristes. Y entre las risas se mezclaba algún que otro sollozo.
Continué de nuevo. Empecé a andar sin rumbo. Pasé por delante de varias puertas sin llamar.
Levanté la mirada y a lo lejos vi otra puerta. Era mi última oportunidad. Llamaría a ésa y si no me abrían, tiraría la toalla. Me daría por vencida.
Llamé. Puse atención. En el interior sólo se oía el silencio. Nadie me abría. Giré el pomo y la puerta se abrió. Mi garganta quiso gritar por la sorpresa y sólo un hilo de voz salió de mi.
— ¡¿Tú?! ¡¿Tú eres la Bruja?!
— ¡Emma! ¡Por fin! ¡Ya despertaste! — gritó Teresa eufórica — ¡Voy a llamar a tus padres!. Los pobres están muy angustiados… No querían salir de esta habitación pero tenían que comer algo y los he obligado…
Me fijé bien y vi a mi amiga con los ojos rojos e hinchados de haber llorado mucho.
— ¿Dónde estoy? ¿Qué me ha pasado? — logré decir, no sin esfuerzo.
— No te acuerdas de nada, ¿verdad? Llevas cuatro días inconsciente… Desde la noche de Halloween. — Teresa seguía con su perorata — Íbamos disfrazadas de brujas… Dos locos arremetieron contra nuestro coche…

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