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A través de la ventana - por Guillermo Cédola

– Decidí visitar a la bruja-, la escuché decir ayer a Patricia en la oficina. Se lo contaba a Nancy, -no sabés, no le dije nada y me adivinó todo-. Estas cosas de las minas que…
-¿Qué se va a servir? –
Tiró el mozo sobre mi montaña de pensamientos con voz impersonal, la mirada dirigida a cualquier punto y sin interesarle ni medio qué me voy a servir. Ellos sólo quieren llevar la información obtenida al otro tipo que está detrás del mostrador y al que tampoco le interesa un pito qué me voy a servir.
-Ahh, hola, ¿qué tal?,.Si, este… tráigame, por favor, un cortado en jarrito y una medialuna de grasa – Dije, y me quedé mirando cómo se alejaba mientras me arrepentía de haberle pedido la medialuna.
Busqué en mi libro la página que marqué ayer con la servilleta. Saqué la servilleta y la puse entre la contratapa y la última página para utilizarla luego, presioné con el canto de la palma de mi mano la unión de las hojas y retrocedí una hoja para entender qué carajo estoy leyendo, pero los tres tipos que están sentados en diagonal y a mi izquierda no hablan, solo gritan y gritan.
Tengo el libro sujeto con las dos manos y dejo que el canto inferior se apoye en la mesa para tomar la posición de atril. Mientras tanto intento insertar el vértice superior derecho de la hoja derecha, entre la uña y la yema de mi dedo índice. Al mismo tiempo que por sobre mis anteojos veo cómo se van del bar los tres tipos molestos, dejando un silencio tras de sí, que me lleva otra vez a hundirme en mis… ¡Ahí viene!
Se sobresaltaron mis pensamientos, se aceleró mi pulso y se agitó mi respiración al verla acercarse a través del vidrio de la ventana.
¡Ahí viene!, podía verla en la primera ventana,(había cuatro mas, antes de la mía), circunscripta por el marco de madera. Es fina, elegante, pasaba de ventana en ventana, de marco en marco, como casi todos los días aproximadamente a esa misma hora. Pasaba con carpetas que abrazaba, con lentes de sol, con andar cadencioso, con un vestido traslucido que permitía ver el contorno de sus piernas y un rostro perfecto al que, al pasar frente a mi mesa, le ponía una tenue sonrisa y me la dedicaba.
Salgo, la encaro y le digo, ¿qué le digo? Hola, ¿te llevo las carpetas? Noooo !!! Qué boludo, así no, ¿puedo caminar con vos?, peor, espantoso, ¿Cómo carajo la encaro?
Tengo que pedirle la dirección de la bruja a Patricia y…
-Su café –
Gritó el mozo mientras derramaba parte de ese líquido beige en el platito con el que sostenía la taza, y hacia ruido con el plato de lata en el que traía la medialuna, mientras ella escapaba hasta mañana por el marco de madera que está detrás de mí, y con ella mi alboroto hormonal, mi sistema de seducción y mi ilusión.
Corrí el cortado hacia un costado de la mesa. No quiero tomarlo cuando derramaron café en el plato porque tengo temor a mancharme la ropa con el goteo que produce la taza empapada y empujé el plato de lata. Sin el líquido es imposible tragar esa puta medialuna, abrí nuevamente mi libro y retomé la lectura puteando al librero que me lo recomendó y, por unos instantes, me perdí entre sus letras sin meterme en la trama.
Ya eran muchas las ganas de ir al baño, pero tenía la campera colgada en el respaldo de la silla, la valija que siempre llevo, al pedo, pero la llevo y el libro. El baño lógicamente estaba en la otra punta. ¿Qué hago? ¿Agarro todo, cruzo el salón y me meto en el baño? En este baño roñoso no hay donde dejar nada y entonces ¿cómo me bajo el cierre? ¿Cómo me sacudo? ¿Cómo guardo? Y si me quedan unas gotas y me mojo el pantalón, ¡qué quilombo ché!…
Busco con la mirada al mozo para hacerle la seña de que me cobre, pero ni cinco de pelota. Este boludo que no mira, tengo que llegar temprano a la oficina así la veo a Patricia y …, mejor primero voy a mear, y le pregunto disimuladamente la dirección de la bruja, le digo que es para una amiga o ya se me va a ocurrir algo.
Me ve. Pago y saludo: hasta mañana.

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