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Querido papá - por Emyl Bohin

Web: http://emylbohin.wordpress.com/

Decidí visitar a la bruja, había perdido dos años. Dos años retrasando la decisión. Pero ya no podía más, sus malas artes habían destrozado a mi familia y con la intención de salvar lo poco que de ella quedaba, decidí visitar a la bruja.

Unos inmensos ojos observan a Carmen, unos ojos arbequina, fríos y abiertos. Ojos que le devuelven la mirada desde el espejo de aumento. Carmen los abre aún más y lentamente los perfila. Sentada en la tapa del inodoro con la base del espejo apoyada sobre el lavabo, Carmen estira cuello y espalda para compensar su pequeña estatura, al llegar a la comisura del párpado dibuja una línea ascendente que le confiere una expresión entre burlona y sardónica.

La bruja se presentó en nuestras vidas sin avisar, sin darnos cuenta se había convertido en uno más de la familia. Primero fueron las celebraciones: que si una boda, que si un bautizo. Al principio no le dábamos importancia, ni siquiera nos aprendimos su nombre, cada uno le llamaba de forma distinta. Primos y hermanos nos divertíamos intercambiando los apodos. Pero… desde que papá enviudó, no le habíamos vuelto a ver tan alegre.

Carmen se incorpora y despacio va recogiendo uno a uno todos los componentes de su arsenal de belleza, se detiene ante el espejo, se atusa el pelo, compone el cuello de la camisa y estira el faldón de la misma, como queriendo quitar una inexistente arruga.

Pero su alegría fue poco a poco desapareciendo. Cada vez veíamos menos a papá, nuestras conversaciones se limitaron al teléfono y sólo si éramos nosotros los que le llamábamos; si alguna vez conseguíamos de él una cita para vernos, al poco rato nos telefoneaba para posponerla o anularla porque a la bruja ese día le venía mal, que si ya habían quedado con unos amigos o que tenía que acompañar a su madre. Por el tono de su voz podía adivinarse que le tenía miedo.

Carmen abre el maletero del coche y apretando las mandíbulas introduce en él un par de garrafas de treinta litros.

Yo me quedé huérfana y mi padre –aunque sea política– se agenció una madre, ironías de la vida. La bruja y su bruja madre. Pero todo iba terminar y, tenía que terminar de la manera que terminan las brujas, con el fuego purificador, era la única forma de recuperar a mi familia. Decidí visitar a la bruja con dos garrafas de gasolina.

La carretera va perdiendo asfalto a medida que se adentra en el páramo, los últimos rayos del sol colorean la pequeña casa aislada en el llano.

Sabía que mi padre no estaba allí, por asunto de negocios se había desplazado a la capital. Continué por aquel pedregal como si me dirigiera a los infiernos, esperando la complicidad del ocaso. Cuando hubo anochecido, con el motor poco revolucionado para evitar el ruido que me delatara y con las luces apagadas, guiándome por la tenue luz que procedía de las ventanas me acerqué a la casa.

Con gran cautela, Carmen, abre el portón del maletero y saca de él las dos garrafas. Con pasos cortos, la espalda doblada y mirando al suelo se encamina hacia su objetivo. Deja los recipientes en el suelo, les quita las tapas y uno tras otro derrama su contenido alrededor de la vivienda.

Nunca me gustó el olor a gasolina, recuerdo a mi abuelo recargando constantemente el mechero, le encantaba ver la llamarada que producía, ese tufo me molestaba más incluso que el del humo de sus cigarros. Pero ese día, el día que decidí visitar a la bruja y acabar con ella, el aroma era dulzón y traía recuerdos de mi infancia. Del interior salía la voz de la bruja madre, que le daba explicaciones sobre algo que no llegué a entender. Tomé distancia y encendí la llama con la intención de dejarlas a las dos en los infiernos.

El fuego rodea la casa, los pobres materiales con que está construida desaparecen entre las llamas. Envuelta entre ellas, se abalanza en busca de socorro una mujer que lleva algo en los brazos.

Desde que conoció a la bruja, la comunicación con nuestro padre casi había desaparecido. ¿Cómo iba yo a saber que esta le acompañaría en su viaje a la capital? Y ¿Por qué tenía que saber yo que ella tenía una hija?

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2 comentarios

  1. 1. Aurora dice:

    Es extraño, pero me gusta. REsulta teatral, sí es como una obra de teatro, y creo que has manejado muy bien lo de intercalar pasado y presente.

    Escrito el 30 octubre 2013 a las 16:23
  2. 2. Emyl Bohin dice:

    Gracias Aurora. Me alegra que te guste y tus palabras sobre intercalar presente y pasado. Aunque, según los comentarios que recibí, puede resultar un poco lioso ese doble narrador: El narrador protagonista que cuenta la historia en pasado y el narrador cámara que la cuenta en presente.

    Escrito el 3 noviembre 2013 a las 08:17

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