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Malditas hierbas, benditas hierbas. - por Moriana

Malditas hierbas, benditas hierbas.
Decidí visitar a la bruja de mi suegra para pedirle que nos dejara vivir con ella. La crisis también había llegado a nuestra casa y tuvimos que dejarla para mudarnos.
Fueron muchas las discusiones que tuve con mi mujer sobre este tema, pero era la única familia directa que nos quedaba.
Los primeros días de convivencia fueron normales, incluso correctos, pero después de varias semanas, el entendimiento entre ambos fue en declive.
Teníamos personalidades totalmente diferentes, y cada vez sus hábitos me irritaban sobremanera. Frecuentemente era el centro de sus críticas, y las discusiones y peleas aumentaban de tal forma que no pasaba un día en que no tuviésemos diferencias de opiniones.
Mi matrimonio sufría las consecuencias de tal desdicha, y el aura de mi suegra era la culpable de todo lo que estaba sucediendo.
Decidí visitar a un amigo para que me aconsejara, puesto que él también había pasado por lo mismo. En una tarde de cervezas y tras hablar largo y tendido sobre el tema llegué a la conclusión que debía tomar cartas en el asunto. Me aconsejó usar unas hierbas que lentamente irían mermando las facultades físicas de mi suegra, pero debía hacerlo con precaución. No más de una cucharada cada tres días, ya que si no podría levantar sospechas. También debía cambiar mi forma de tratar con ella, tenía que ser más amigable, no volver a discutir e intentar ayudar en los problemas que pudiesen surgir entre nosotros. Todo para que llegado el momento de su muerte nadie pudiera tener la más mínima sospecha.
Pero valía la pena aguantar unos pocos meses intentando ser amable con quien me estaba causando tanto dolor. Mi mujer y la vida a su lado merecían tal sacrificio.
Cada tres días, una cucharada de esas hierbas se mezclaban en la comida de mi suegra. En un principio le asustó mi cambio de comportamiento, le asombró que estuviese dispuesto a servirle la comida e incluso en un par de ocasiones comentó si el cambio de parecer no sería por algo raro que estuviese tramando. Pero logré convencerla de mi amabilidad y pasión por mi nueva familia, de mi abnegada determinación por llevarme bien con ella.
Un par de incisos en mi forma de comportarme, y nuestra relación cambió por completo.
Pasaron tres meses y ya no aborrecía a mi suegra, no habíamos tenido una sola discusión y nuestro trato ya parecía como el de un hijo y una madre.
Llegó el día en que me asusté y dejé de suministrarle esas hierbas que con tanta vehemencia le servía. Mi temor había ido en aumento y ahora me lamentaba el día en que había empezado el fatídico envenenamiento. No podía seguir con eso y decidí visitar al amigo que me aconsejó tal descabellado y cruel método de venganza.
Nada más verle me abracé a él y le pedí por favor que me dijese si existía una cura o un antídoto para el veneno que llevaba dándole a mi suegra desde hacía tres meses. Le expliqué que ella se había transformado en una mujer agradable y que formaba parte de mi familia. Que por nada del mundo quería privarla de esa vida que con tanta alegría disfrutaba a nuestro lado.
La reacción de mi amigo me pilló desprevenido, tenía una sonrisa dibujada en el rostro y trataba de hacerme callar para explicarse.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando me contó que el que había cambiado había sido yo, que las hierbas que me comentó que le diese no eran venenosas, sino que eran unas simples vitaminas naturales. Que el veneno estaba en mi mente, en mi actitud, pero que fue expulsado y sustituido por amor y comprensión.
La alegría que me invadió sustituyó al horror que en un principio tenía al pensar que había sido un necio.
Una calma inundó mis pensamientos y no pude más que echarme a llorar, estuve a punto de cometer un gravísimo error del cual no hubiese podido dar marcha atrás. Pero por fortuna todo se había solucionado y tenía toda una vida por delante para vivirla con mis dos seres más queridos.
Tras muchos años de convivencia y de una feliz experiencia, y ahora que ella ya no está, pienso mucho en nosotros, en lo que pudo haber sido. Por eso cuando rememoro los tiempos pasados, unas palabras me vienen a la mente: “malditas hierbas, benditas hierbas”.

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