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Sin dolor - por Emmeline Punkhurst

– Decidió visitar a la bruja…
– Y, ¿qué pasó entonces, mamá?
– Pues pasó que esta parte del cuento la leeremos mañana, Ricardo.
– Pero mamá…
– Nada de “peros”, señorito. ¡A dormir se ha dicho!

Tras sendos besos en las mejillas, madre e hijo se dieron las buenas noches y se fueron a dormir. María, sin embargo, cumplía su personal ritual antes de cerrar los ojos. Analizaba escrupulosamente todos los actos, todo el comportamiento de Ricar a lo largo del día. Quería registrar en su mente cualquier palabra que éste hubiera cruzado con otra gente, cualquier persona con la que se hubiera relacionado.
María se molestaba mucho cuando el resto le decía que Ricar era un poquito “especial” y que ella lo protegía demasiado. Si supieran todo lo que había sufrido para sacarlo adelante… Lo único que ella deseaba es que tuviera una vida perfecta, libre de cualquier sufrimiento o dolor. Cada lágrima derramada por él le suponía una punzada en el pecho, una sensación indescriptible de desgarro visceral que le partía en dos. Recordó la última vez que Ricar había transformado su rostro en un amasijo contraído y feo. A punto de llorar, Ricar expresaba su disgusto pataleando primero el suelo y clavando las uñas en sus propias manos después en una imagen de lo más grotesca. Pronto María había acudido a su rescate comprándole un pastelillo de frambuesa y nata que distrajo su atención y consiguió el efecto esperado.
Pero el pasado, pasado está, y María tenía muchos planes para “su niño”. Uno de ellos era viajar: irían a París a hacerse fotos juntos al lado de la Torre Eiffel, a las bellas galerías de arte italianas… eso cuando Ricar superara ese miedo atroz a los aviones. Quizás pudieran utilizar el tren como medio de transporte, pero a Ricar le aturdía tanto el ensordecedor ruido de su traqueteo… El coche o el autobús eran otras dos opciones pero él se mareaba y llegaba a los lugares más aturdido que otra cosa.
Tenía que contar también con la escasa energía física de su hijo. El pobre había nacido débil como un pajarito y se agotaba cuando realizaba el más mínimo esfuerzo. Ya desde el colegio le habían advertido de que parecía haber nacido con “escasa sangre en el cuerpo”. María no sabía a ciencia cierta a lo que se referían por lo que lo llevó con premura al centro de salud más cercano, imaginándose una enfermedad atroz y venenosa que le arrancaría de sus entrañas a su endeble criaturita. Afortunadamente, todo quedó en un susto. Sin embargo, algo muy profundo le empezó a inquietar y es que en lo más hondo de su ser sabía que la desaparición de Ricar tampoco le supondría gran pesar. Había dedicado tanto tiempo de su vida a aquel ser enfermizo que había obviado una gran verdad: que ella también era una mujer de carne y hueso, que poseía deseos y necesidades, que anhelaba aquella época en la que las responsabilidades y preocupaciones no inundaban su rutina… ¡Quería que aquella cosa salida de su vientre simplemente no existiera nunca más! Fue entonces cuando lo supo: Ricar era una atadura, tan fuerte y comprimida que la ahogaba hasta el punto de no poder ni gritar de desesperación. Necesitaba acabar con él, fuera como fuera…

– ¡Mamá! ¡No puedo dormir! ¿Me puedes calentar un poco de leche?
– (Maldito seas hijo. ¿No puedes calentártela tú?) Sí, claro. Me levanto y te la preparo en un plis.
– ¡Mamá! Estoy pensando que mañana no quiero ir a trabajar. Acuérdate de llamar a mi jefe y decirle que me duele la tripita
– (No. Mañana no irás a trabajar. Mañana estarás a dos metros bajo tierra y no me asfixiarás nunca más) Claro que sí, mi amor. Tómate la leche despacito. Notarás un sabor extraño pero es porque te he metido un suplemento vitamínico de esos que te ayudan a estar como un roble. Métete en la cama y procura dormir. Mañana será otro día…

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1 comentario

  1. 1. Enrique dice:

    Muy bien escrito, y muy majo el giro final, enhorabuena.

    Escrito el 30 octubre 2013 a las 08:16

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