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Estoy vivo - por Abendua Alas

Estás vivo

Tienes un frio atroz, las puntas de los dedos de las manos entumecidas, no sientes las piernas, ni los pies, está oscuro, sabes que tus ojos están abiertos pero te pasa algo muy extraño, no puedes pestañear, lo intentas enviado las ordenes desde tu cerebro, nada.
Una luz se filtra por las rendijas del estrecho cubículo en el que estás tumbado. Porque estás tumbado eso si lo sabes notas tu espalda pegada a una superficie fría y dura. Se oyen voces cerca, reconoces la voz de Ana tu mujer, te enfadas porque no puedes entender lo que dicen, te gustaría gritar, decir —estoy aquí, ayudadme— pero ningún sonido sale de tu boca.
De pronto la luz lo inunda todo, un ruido metálico de engranajes deslizándose, y un cambio acusado de temperatura, ya no sale vaho de tu boca, no puedes verte, no puedes moverte, pero oyes y ves el techo, un gran foco te está fundiendo la retina, —apagad la luz— dices para ti, ahora recuerdas, fue un accidente, un accidente de coche, derrapó y se salió de la cuneta, tranquilízate estás en un hospital.
Por fin una cabeza eclipsa la luz, un hombre de mediana edad con bata blanca, tenías razón es un hospital, ahora se asoma Ana, la ves con esos inmensos ojos negros, eh, pero que pasa, ¿Por qué lloras Ana?
—Sí, es él. —dice Ana mirando al médico forense.
—¿Está segura de que es su marido? —pregunta el facultativo.
—Sí, del todo.
—Muy bien, venga conmigo a rellenar los papeles.
Se van, otra vez la luz que te ciega, no entiendes nada, Ana llorando, ¿Por qué llora?, Le habrán dicho que te mueres. ¿Estás muerto? Ahora lo entiendes, creen que estás muerto, por eso le preguntaba el médico si eras tú, está reconociendo tu cadáver. Pero no estás muerto, tú sabes que no, tu mujer y el médico son bien reales. Vuelves a intentar un grito sin éxito.
Oyes pasos que se acercan, una enfermera rolliza se ve enorme desde tu posición, alargada como una sombra de media tarde y estira una sábana que te cubre la cara. Grita, dile que estás vivo, otra vez ese ruido de engranajes, oscuridad y frío, mucho frío.
En el despacho del doctor Ana pregunta si puede estar 5 minutos a solas contigo, quisiera despedirse.
El forense le dice que ya han guardado tu cadáver en la nevera pero que ahora dará orden de que te saquen y la dejará estar 5 minutos en la morgue.
Otra vez la luz que se filtra por las rendijas, el sonido metálico que ya conoces, calor y luz que entran en tu pupila a pesar de la sábana que te cubre la cara, se han dado cuenta, saben que estás vivo, —sacadme este trapo de la cara—, no puedes gritar.
Ana se aproxima rodeando la camilla, la sábana te cubre hasta los tobillos, una etiqueta con un código de barras cuelga de tu pie, te destapa con cuidado hasta la cintura y te coge la mano, la tienes muy fría, ni siquiera sientes sus dedos.
Te está mirando, por fin, te está mirando a la cara, dile que estás vivo, grita, házselo saber, dile que no te deje aquí encerrado, te ha cogido la mano, mueve los dedos, aprieta su mano, haz algo, muévete, grita, llora, llora…
Ana te mira a la cara, tienes los ojos abiertos, te acaricia la mejilla cuando de pronto…
Una lágrima se deslizó desde tu ojo hasta mojarle los dedos, ella se sorprende, mira tus ojos abiertos, más lágrimas pugnan por salir.
—¡Doctor, está vivo! —dijo Ana gritando.
—¿Cómo dijo el médico acercándose a toda prisa?
—Está llorando, está vivo.
—Es un estado catatónico. Enfermera, rápido, a cuidados intensivos.
Sí, Sí, te han visto, lo saben, lo saben, no estás muerto, ya lo saben, relájate ya lo saben.

Abendua Alas

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