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El lanzador de cuchillos - por vicent

Beppe ha terminado de ajustar las correas que me sujetan a la tabla. Muestra los cuchillos al público. Se gira y le cambia la cara, desde la sonrisa más teatral que puede poner, que es de por sí exagerada, a la de absoluto odio. Nadie nos puede ver desde ese ángulo. Lo sabe. Me susurra con una dulzura que me aterra:
—Puedes confiar en mí, cara mia. Será rápido.
Le ha vuelto a cambiar la cara delante de mí, otra vez a su máscara profesional. Nunca he sabido cuál de todas es su verdadera faz, puede intercambiarlas en cuestión de segundos.
Me duele todo mi cuerpo una barbaridad. La música retumba en mi cabeza, los flashes de los espectadores perforan mis ojos hasta hacerme llorar. Hago un esfuerzo para mantener la compostura. Repito para mis adentros que soy una profesional. No consuela.
Esta mañana me he maquillado con esmero, cubriendo las marcas de la paliza que Beppe me dio la noche anterior, cuando me descubrió con Big Earl, el gigantón del circo. No sé de dónde apareció, apenas tuve un segundo para ver cómo Beppe, con los ojos encendidos, venía hacia nosotros sosteniendo una silla. Con toda la tranquilidad del mundo golpeó la cabeza de Big Earl tantas veces como pudo hasta que ésta se astilló y Earl cayó a un lado. Lo apartó de un empujón, me agarró de la muñeca y me arrastró dos metros, hasta una esquina de la caravana. Después, clavó sus dedos en mi cuello y me levantó con una fuerza espantosa.
—¡¿Cómo…
Me abofeteó del derecho
—puedes…
Del revés.
—ser…
Del derecho.
—tan…
Del revés.
—PUTA?!
Entonces entraron todos los demás. Mimi, la pequeña equilibrista, seguida del señor O’Doherty, Ana Vulcana y los demás.

Lo veo andar hacia el centro de la pista. Empieza a contorsionarse al ritmo de la música, mostrando una y otra vez los cuchillos. Tiene diez, anchos, cuyas hojas son de unos veinte centímetros. Entonces, en un instante, se gira y me mira como desde el fondo del océano.
Se hace el silencio en la carpa. La voz del señor O’Doherty, con su marcado acento irlandés, surge de megafonía.
—Atención, damas y caballeros. El Gran Rachid, venido desde los oasis de Arabia, se dispone a empezar su número.
Beppe se gira, mirándome. Se muestra tranquilo. El redoble de tambores que sustituye al silencio me atrapa lentamente como un pozo de brea.
Dos horas antes O’Doherty estaba gritándole que lo iba a despedir, que si se había vuelto loco, que no iba a tolerar esas cosas en su circo.
—¡Troia, puttana!— gritó Beppe, intentando zafarse del acróbata y el domador, que lo sostenían con mucho esfuerzo.
—Mimi me juró— dije con un hilillo de voz mientras mi visión se condensaba en un agudo dolor que aspiraba a tomar posesión de mi consciencia—, me juró que…
—¿Qué has hecho —Preguntó el señor O’Doherty a la muchacha—, querida?

El estremecimiento de la madera tras el impacto del primer cuchillo a mi izquierda me ha dejado sorda. Muy cerca. Demasiado. Si me quiere matar, lo hará. Su precisión es absoluta, y siempre presume de tener los nervios de un roble aunque se tire una semana de farra sin dormir. El segundo proyectil, esta vez a la derecha, ha rozado mi cabello. Faltan ocho.
Al fondo puedo ver a Mimi. Está en uno de los vomitorios de la grada. Sus ojos me miran impertérritos como sogas de cadalso. Tiene una mano en la boca. Está paralizada. Estaba a mi lado, sollozando, cuando hace escasas horas recuperé la consciencia. La niña tenía sobre su hombro la mano del señor O’Doherty. Al otro lado Ana Vulcana sostenía cuidadosamente una compresa empapada.
—Aquí hay alguien que te debe una disculpa. ¿Mimi?
—Lo siento de veras —dijo, cayendo de rodillas. Apretó mi mano y lloró sobre ella—. No quería que pasara esto. Yo solo quería, sí, solo quería estar con Beppe, entonces te conté lo que te conté sobre Ana y él.
Me quedé callada. Miré a la Vulcana, que observaba a la niña con ternura. Escuché un leve goteo. Ana tenía el puño encrespado y el agua se escurría hasta su codo.

Y diez. El graderío estalla en aplausos y gritos. Respiro aliviada. Beppe camina hacia mí con su mirada muerta mostrándose como un triunfador. Enseña sus manos y su sonrisa teatral. El público enfervorizado aúlla ante el espectáculo. Mimi llora. Los tres sabemos que esto no ha acabado.

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3 comentarios

  1. 1. Forvetor dice:

    me ha gustado mucho la ambientación circense y la estructura de la historia con el flashback intercalado en el número del lanzador. formalmente es muy correcto. estupendo relato.

    Escrito el 4 diciembre 2013 a las 20:45
  2. 2. Marier dice:

    Genial! Que suspenso, logras mantenernos el borde de la silla!
    Felicitaciones!

    Escrito el 5 diciembre 2013 a las 20:11
  3. 3. Servio Flores dice:

    Me ha gustado. La forma de estructurar el relato es genial.
    Saludos.

    Escrito el 6 diciembre 2013 a las 05:39

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