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La Bala Salvadora - por F.A.B.C.

El sabía que no podía moverse ahora, y la sensación no era precisamente agradable. Se había movido temprano, casi al alba en busca de su presa. La sabana africana se extendía frente a su vista como una verde mujer que lo esperaba con los brazos y piernas abiertas, y le despertaba iguales sensaciones y deseos que esta.
Inmóvil como estatua, acariciaba celosamente el gatillo de su carabina, pero intuía que esta vez su arma no le daría la solución, por lo menos la que él quería. La tensa e inerte posición en la que se mantenía, —estaba obligado a hacerlo—, le hacía dudar de su prestigiosa reputación como cazador de grandes animales. Nadie salía de la aldea con una enorme carabina negociada a los contrabandistas de marfil, con una sola bala en la recámara, y volvía con un cuerno de rinoceronte en su morral, arrastrando un par de colmillos de elefante o envuelto en una piel de león o de hiena. Nadie excepto Cristiano.
En su piel cobriza y los finos rasgos del rostro, se notaba que había sido producto de una fornicación entre dos mundos bien diferentes. Los safaris de gente adinerada del mundo occidental, no solo dejaban el tendal de animales salvajes muertos por puro placer, sino que en muchas mujeres de los pueblos africanos quedaba una marca genética que afloraba a los nueve meses. La madre de Cristiano la tenía.
«Matar o morir», era su ley, una ley de tan solo dos artículos y tal vez hoy se aplicara alguno de ellos. El creaba sus propias leyes, mezcla de su herencia blanca y de la supervivencia animal. Aquella cálida mañana, siguiendo los rastros de un gran rinoceronte blanco entre los pastizales llegó a la exánime posición en la que se encontraba. Cual cobarde que se arrepiente de su huida, el robusto animal había girado sobre sus pasos y esperaba a Cristiano con el hocico rosando el suelo y su pata izquierda rasgando la rojiza tierra polvorienta. Al cazador le sorprendió aquella actitud de valor del animal y se frenó con premura, levantando el pesado fusil para enfocar la mira telescópica justo entre ceja y ceja de aquel, aunque no llegó a tirar del gatillo.
El dedo índice de su mano derecha no alcanzó a moverse. Una risa feroz y animal le hizo girar la cabeza hacia su derecha. Una gran hiena macho le miraba mostrándole toda su hambrienta dentadura. Cristiano sabía que no estaba sola, su manada estaría esperando la señal detrás de la maleza.
Todavía con el rifle levantado en dirección del rinoceronte, un temblor de la tierra le obligó ahora a mirar a la izquierda. Un elefante de autoritario porte, sacudía sus orejas y balanceaba su trompa de arriba abajo. Al instante Cristiano intuyó que tenía algo con él.
El sudor comenzó a cubrirle el rostro cuando un rugido muy conocido por él, sonó a sus espaldas. Haciendo un gran esfuerzo para girar su cuello lo máximo posible cual lechuza, su vista se choco con la de una leona que paseaba su lengua de un lado al otro mostrándole unos hermosos dientes afilados.
Rinoceronte al frente, hiena a la derecha, elefante a la izquierda y leona detrás. Cristiano al centro. En otro momento hubiera sido un gran día de caza para él, pero así planteadas las cosas, solo era el eje de una macabra figura geométrica. Un inmóvil y pasivo punto de ella.
Posó su ojo derecho en el cristal de la mira, y su vida pasó en un instante por allí. Tal vez alguien estaba pasándole una factura. Si que era incómoda su posición. Cuatro animales, cinco en verdad contando al cazador, una sola bala. Alguno de los artículos de« su ley» se cumpliría hoy.
Con un delicado y sutil movimiento, fue bajando su mano derecha aferrada al mango del fusil hasta estirar del todo el brazo. A su vez arrollaba contra su pecho el cañón del arma con el otro brazo. Tuvo que hacer un esfuerzo estirando su cuello y mirando por última vez su cielo salvaje para que la boca del caño calzara justo debajo de su mentón… El dedo índice esperaba la orden.

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1 comentario

  1. 1. Aurora dice:

    Me ha encantado, sobre todo cómo escribes el final. De la idea, me atrae la justicia kármica. Y la forma de relatarlo es maravillosa. De verdad sigue así, mi más sincera enhorabuena.

    Escrito el 4 diciembre 2013 a las 15:45

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