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ROSAS ROJAS - por Rufo

Abro los ojos. Las sombras borrosas que hace un momento flotaban ante mí adquieren nitidez y convierten figuras extrañas en objetos conocidos. Un par de lágrimas vacilantes componen una fugaz membrana en mis ojos, diluyendo la realidad y otorgando a mi visión ese matiz nebuloso que hace indistinguible sueño y vigilia.

Ignoro el tiempo que llevo aquí tumbado. Sólo sé que soy incapaz de moverme. Una pesada sábana almidonada cubre mi cuerpo. Ignoro el tiempo que llevo aquí tumbado, me resulta imposible calcularlo porque la imaginación, me ayuda a trascender el recinto que me acoge y el tiempo que me contiene, para sobrevolar, como en un agradable sueño autodirigido, los lugares y momentos más felices de mi vida y esquivar el sombrío entorno que me rodea.

Un parpadeo. Con solo un parpadeo algo más prolongado de lo habitual, consigo que todo mi ser regrese, por un momento, al pueblo en el que me crié. La vieja casa, el pequeño prado que recuerdo igual de hermoso en primavera, cuando cientos de flores lo iluminan, que en invierno, cuando una leve capa de nieve o de brillante escarcha difumina los familiares contornos del horizonte.

Una punzada. Siento una pequeña punzada, una leve molestia en mi antebrazo derecho. No puedo mover la cabeza, pero soy capaz de orientar los ojos hacia esa parte de mi anatomía. Un par de lágrimas ruedan finalmente por mis mejillas mientras observo con más claridad una vía intravenosa que alguien, en algún momento, quién sabe si aprovechando mi inconsciencia o mi abstracción, alojó en mi cuerpo sin aviso previo. Quizás una leve contracción muscular generada por la emoción de volver a recordar un pedazo de mi infancia perdida, haya sido la reveladora de su presencia.

Parpadeo. Vuelvo a parpadear largamente y regreso a ese prado en el que varios pequeños corren sin rumbo entre gritos pueriles. Tropiezan y se levantan sin quejarse, se esconden de manera torpe, ríen nerviosamente al verse alcanzados… Desde la ventana de la marchita casa, una mujer interrumpe sus quehaceres para contemplar, con una sonrisa las evoluciones de los niños. Mantiene entre sus manos un plato enjabonado, inmóvil, como si quisiera examinar cada detalle de aquella escena.

Pitidos. Una serie de pitidos breves y agudos marcan el monótono ritmo de un corazón y me traen de regreso a la triste estancia. Pegada a mi costado izquierdo puedo ver con dificultad la punta del dedo medio de mi mano izquierda, atrapado en una pinza plástica gris de la que sale un cable amarillo. Es mi corazón el que repica. Es mi dedo el que marca el ritmo, es mi sudor el que vicia el ambiente. La habitación rezuma mi propia esencia.

Parpadeo de nuevo; parpadeo casi de forma interminable y vuelvo a ser libre para regresar a mis recuerdos: el brillo del hacha a la luz del sol, la sonrisa helada de mi madre, los vanos chillidos desde la ventana, el plato rompiéndose en mil pedazos, los gritos de los niños, la sangre en la hierba, mis manos manchadas, la sangre en la hierba… Nunca olvidaré la sangre en la hierba.

Las férreas ligaduras que cruzan longitudinalmente mi tórax, mis cuatro extremidades y mi cráneo, acomodan de tal manera mi cuerpo a la mullida superficie en la que me encuentro tumbado, que me impiden realizar cualquier movimiento. Como respuesta a una señal que no he conseguido ver, el forense se acerca despacio, se toma varios segundos para inyectar la toxina en la vía de mi brazo derecho y se retira con gesto grave. Ahora sí que es tarde para todos. El letargo inunda mi cuerpo. Los pitidos breves y agudos que marcan el ritmo de mi corazón se retardan. No necesito moverme. No quiero moverme. Escucho sollozos en la habitación de al lado. No hay esperanza. Cierro los ojos y me duermo: nadie cultivará rosas rojas en el pueblo donde me crié.

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2 comentarios

  1. 1. Marier dice:

    RUFO, ME HA GUSTADO COMO LO NARRASTE Y LA MANERA COMO INTRODUCES DE MANERA SUTIL LO DEL ASESINATO.
    FELICITCIONES!

    Escrito el 15 diciembre 2013 a las 21:01
  2. 2. Rufo dice:

    Muchas gracias Marier. Me alegro que te haya gustado.

    Escrito el 16 diciembre 2013 a las 12:12

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