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The Sitting Dead. - por karlosrr76

Si alguna vez hubiera tenido la valentía de mirarse al espejo, no habría podido evitar ver como sus pupilas, al igual que él mismo, se habían vuelto, lenta pero ineludiblemente, de un desabrido color gris nadie. Así, quizás ahora no se sorprendería tanto cuando, sentado en aquel banco de aquel parquecito de Londres, comprendía que no podía mover ni un maldito músculo de su cuerpo. Primero fue un suave hormigueo que le subió por las piernas hasta las caderas. Luego las manos dejaron de responderle. Finalmente quedó con la mirada fija en un punto cualquiera, tragando saliva con dificultad creciente y con la certeza plena de que acababa de sentir el último latido que su cansado corazón iba a regalarle.

Aquello, claro está, no sucedió de la noche a la mañana.Todo había empezado hacía muchos años, cuando aún disfrutaba de una tardía y monótona adolescencia. Tras haber protagonizado dos obras de teatro en su instituto se convirtió en una pequeña celebridad, a escala local, claro está. Al fin tenía lo que se le había negado sistemáticamente. Nunca fue un chico popular y aunque era un buen estudiante, ni siquiera sacaba unas notas que pudieran ser consideradas brillantes. Sin traba aparente para relacionarse con otros chicos y chicas de su edad, disfrutaba, sin embargo, de una vida social más propia de un anacoreta que de un quinceañero.

Se quedaba en casa con su familia, numerosa y bien avenida. Cenando todos juntos, sin prisas, sin mucho que hacer salvo ver la tele. En una de esas noches, preocupados, sus padres y hermanos le convencieron con disimulada severidad de que debía abandonar esas excentricidades artísticas sin antecedentes en la familia y estudiar una carrera “seria”.

Y así pasó que empezó a frenar su vida como un conductor asustado e inexperto.Y lo que es peor, le cogió un miedo atávico y creciente a vivir deprisa. Hacía más o menos veinte años.

Decidió seguir el consejo familiar y renunciar a cualquier sueño propio de adolescentes aún sin malear. Estudió algo que odiaba y sin grandes esfuerzos logró notas mediocres. Empezó a trabajar, aceptando,tal y como todos esperaban, contratos ejemplarmente precarios entre los que saltaba sin importarle exactamente qué tenía que hacer por ganar un puñado de monedas.

Y de ese modo fue mudando la piel, pareciéndose cada día más a quien nunca quiso ser. No destaques en nada. No llames la atención. Déjate de novelas, de “indiscutible talento”, de escribir poesía, de improvisar ..

Vive Dios que se había empeñado en ello. Incluso, cumpliendo con los mandamientos de la crisis que tan de moda estaban bien entrado el siglo XXI, había huído a un barrio del Oeste de Londres a buscar un nuevo futuro. Por supuesto no lo encontró. No hubo suerte. La diosa fortuna le esquivaba de toda forma y manera, daba igual en que lengua la invocara .

Así que allí estaba. Una sombra de sí mismo exiliada en East Acton, en aquel verano inopinablemente caluroso en toda Inglaterra. Tan inusual que la gente se desmayaba en el atestado metro capitalino por falta de aire y espacio.

Él no tenía ese problema. No tenía que coger el metro en hora punta, porque no tenía trabajo. Cuando lo hacía vagaba por la línea central, sin tener muy claro si bajarse en Bond Street o en St. Paul´s. Quizás volver a casa sin siquiera salir al exterior. Sintiéndose más cómodo en el subterráneo anonimato, entre sujetos tan vulgares como él. Nada que hacer ni a dónde ir en la ciudad más interesante de Europa.

Detener en seco el tren de sus ilusiones, dejar de soñar con ser alguien diferente, parar de buscar el Santo Grial de la felicidad, le había llevado a esa vida “estable” que le habían prometido. Tan perfectamente estable que alcanzó la inmovilidad total.

No dejaba de ser algo previsible. Se había rendido sin apenas luchar en el preciso instante en que dejó aquel grupo de teatro. Y como si algun anciano hubiera olvidado dar cuerda a su reloj, se había parado. Y ahora, simplemente, su cuerpo era incapaz de seguir adelante, extrañando ese alma que había vendido bien barata tanto tiempo atrás.

-Supongo que esto es el fin-, habría dicho si hubiera podido mover los labios.

Ahora haría lo que se le daba mejor. Lo único que se le daba bien, de hecho. Y se quedó quieto, muy quieto. Sin atreverse a molestar, confundiendose con el paisaje de aquel barrio de casitas adosadas donde miles de familias se preparaban para cenar.

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4 comentarios

  1. 1. Cibeles dice:

    Muy bueno!

    Escrito el 1 diciembre 2013 a las 13:48
  2. 2. Aurora dice:

    Maravilloso de principio a fin, creo que has cumplido como pocos con el objetivo del prota inmóvil, pero se trata de un humano y no necesita estar en coma para descargar una quietud desconcertante, en serio, mis más sinceras felicitaciones. Me ha gustado de verdad.

    Escrito el 3 diciembre 2013 a las 16:00
  3. 3. Marier dice:

    karlos, el contenido de tu relato lo encuentro original y conmovedor. Quedé como una sitting reader. jajaja.
    Me gusta mucho la manera en que lo narraste, sin lugarcomunes ni clichés.
    Felicitaciones

    Escrito el 7 diciembre 2013 a las 04:46
  4. 4. Servio Flores dice:

    Que desarrollo de personaje, realmente magistral. Muy buen relato. Saludos.

    Escrito el 8 diciembre 2013 a las 05:45

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