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Me quedé en el intento. - por Fernando aguilar

Distrajo la atención de mi lectura cuando lo descubrí a través del cristal. Un pequeño andrajoso de apenas ocho años, vendía dulces y cigarros en la plaza. Nunca lo había visto, sus ropas trasparentaban hambre de días y yo estaba ahí, tomando mi café como cada viernes por la tarde.
Causó en mí sentimientos difíciles de expresar. Vino a mi mente mi padre relatando su difícil infancia. Segundos después me pregunté cuál sería la historia de este pequeño, si tendría padres o hermanos o por lo menos un perrito callejero que lo acompañara por las noches.
En seguida recordé el deseo que tuvimos Yolanda y yo de ser padres. Un sueño que luego de quince años no habíamos logrado. Y aunque desechamos la posibilidad de adoptar, este pequeño que vi luchando por su vida me inspiró.
A esta altura de nuestras vidas y disfrutando de una relativa estabilidad económica, tuve una loca idea. Pensé en levantarme a platicar con él y si fuera posible llevarlo conmigo para sorprender a Yolanda con un hijo ya mayorcito. Sé que no fue así como lo planeamos alguna vez, pero sería un hijo al cual amar, cuidar y guiar. Un pequeño al que le mejoraríamos la vida, dándole maravillosas oportunidades.
Pero fue extraño que en el momento en el que quise moverme, mis piernas parecieran estar ancladas al piso. Nunca me había pasado algo semejante, y pensé que los empleados de la cafetería le habían puesto algo extraño a mi café, idea que descarte inmediatamente pues no le encontré sentido alguno.
Lo cierto es que el entumecimiento subió por mi torso. Traté de mantener la calma, pues había escuchado en el radio un médico recomendar en situaciones como esta <<Respire lenta y profundamente>>. Pero lo cierto es que hasta respirar comenzó a ser difícil.
A la par que mis brazos se paralizaban, miré como un hombre elegantemente trajeado zangoloteaba al niño, arrebatándole su canasta de dulces.
Un terrible coraje me invadió y olvidando la parálisis que me invadía intenté nuevamente levantarme de la silla, solo para recordar mi inexplicable condición.
El niño gritaba y chillaba pidiendo ayuda, mientras el “distinguido” hombre lo humillaba, rodeado solo de simples espectadores. El que más, se limitó a grabar la escena con su teléfono celular.
Me encontraba inerme, la parálisis alcanzó mi cuello, y cuando por fin decidí gritar suplicando ayuda para el chiquillo y para mí, me fue imposible.
El niño se quedó llorando en la plaza y yo, muerto en la mesa de una cafetería.

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1 comentario

  1. 1. Anna Lopez dice:

    Inquietante paralelismo entre la paralisis que le impide actuar en favor del chico y la paralisis física. ¿Podría ser una consecuencia de la otra?
    Tanto y tanto piensa en lo que podría hacer por aquel chaval, que al final no hace nada, se queda paralizado, muerto. Porque muerto está el que no mueve un dedo por ayudar a un niño.
    Estupendo relato. Felicidades.

    Escrito el 29 noviembre 2013 a las 00:32

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