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Todos los Hombres - por Ricardo Felipe Nieto Pavía

Ser todos los hombres es algo complicado. Por ejemplo soportar la quietud absoluta en la que estoy inmerso. Algunos pensarían que hay beneficios, como la eternidad; ¡falso! es un martirio, incesante, diurético-continente. Otros argüirán sobre la cualidad inherente de la perfección, cosa de la que carece todo aquel reminiscente. Por muchos siglos, incluso milenios, fue un consuelo. El problema es que los eones son segundos y los milenios pasan a ser un instante. Al principio, si es que se puede decir principio, todo era más pasible, como más una infusión de limonaria o toronjil, ¡ese aroma que se percibía! hasta que llegaron esos demonios griegos. Primero fue Tales, Luego Jenófanes; Pero ¡el maldito Parménides! fue el que generó en mí la consciencia de la inmovilidad. Siempre he sido inmóvil, pero éste me mostró que existen individuos que creen que se mueven, caminan ¡y sobrepasan a una tortuga! Yo, la contemplo perpetuamente en una posición absoluta en la cual estoy infinitamente. Lo que a su vez me aleja de ella a millones de universos. ¿Y ella? se ríe, y se ríe, no lo expresa en el rostro; pero lo sé, son muchos siglos que lleva burlándose de mí, esa es su eterna satisfacción.

Con Descartes ¡otro desgraciado! se complicó más la cosa. Además de ser consciente de mi inmovilidad, soy consciente de mi existencia. En este sentido, me convertí en consciencia pura, deseo de muchos, para mí un martirio inconmensurable. Es decir, no es posible lograr que esa consciencia «pura» en sí misma pueda ser más que la inmovilidad del pensamiento, por lo menos así, no tendría extensión. Pero esta inmovilidad me hace un ser que es puro pensamiento, ¡la suma de todos los pensamientos! filosóficos, perversos, asesinos, morbosos, lentamente tortuosos y súbitamente nihilistas. ¡Ay! ése es otro, Nietzsche y sus secuaces, que además me dicen que básicamente soy ¡nada! Quise adentrarme en esta meditación, pero en la nada no hay pensamiento, lo que se convirtió en una paradoja que me costó un par de siglos poder superar.

En mi inmovilidad no siento nada, ni frío, ni calor, ni dolor. El único padecimiento inició en algún momento del siglo XX, creo que en 1939, comenzó a darme comezón en la parte baja de la espalda. Hasta ahora no ha cesado, o no sé, porque creo que después de un milenio tengo la incesante sensación que no me puedo rascar. Es una locura, pero no tengo la licencia de padecerla, que es peor, es ¡la racionalidad absoluta! Considero que si pudiera desligarme de la realidad todo sería más llevadero, olvidar la incesante voz de todos los hombres, la idea absoluta del sexo, de la vida, de la muerte, de la vagina, del pene. Y esa maldita tortuga me mira, y se burla, ella también está inmóvil y su expresión es como la de una fotografía de desconocidos familiares lejanos. Lo sé, porque ese es su consuelo sempiterno. «Todo es apariencia» ¡falso, falso! ese pensamiento no aplica en mí, que soy «todo real».

Qué otro ardid absurdo podría considerar que regocije el albor de un camino perenne, un camino absoluto, más que la inexistencia. La literatura es un consuelo divino, el arte una asomo de locura fugaz. Pero son mundos que no funcionan en este inmóvil plano de morbosa certeza, de ¡verdad de la verdad! Entonces ¿Qué pretendo? Ser una cucaracha, un insecto que odia las manzanas. Inacabable lucha por el río de Heráclito, el bello río que cambia, que nunca es el mismo, en el que me quiero bañar. El anhelo es para mí una palabra vacía que carece de sentido. No existe anhelo alguno, incluso en la infortunada espera de la muerte de cada uno de esos individuos que hacen parte de la premisa «todos los hombres son mortales» ¡Sócrates, es un hombre! Todos son un hombre. Ese es el único anhelo «desesperanzado» ¡que muera el último hombre de todos los hombres! Así lograré liberarme de esta maldición, abandonarme a la idea de la inexistencia. Ni con la última rosa, la idea de rosa deje de ser rosa, que construye a su vez la rosa. Con la destrucción de la raza humana entera, en su misma incomprensión del universo, en su decadencia, que ocurrirá dentro de unos segundos, lo único que corroboraré es la premisa de que el anhelo es una palabra que carece de sentido. Y lo único cierto es que seguiré aquí, infinitamente inmóvil y absurdamente cercano a esa estúpida tortuga a la que le sirvo de bufón cósmico.

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1 comentario

  1. 1. Carlos Crego Fernñandez dice:

    Me parece más un tratado filosófico que un relato. Muy elevado y profundo. Gran imaginación y oratoria

    Escrito el 3 diciembre 2013 a las 11:33

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