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La curandera. - por rakel

La Curandera.

Está tumbada en la camilla de aluminio en lo que debería ser un hospital, pero que no es más que una enorme tienda de campaña, sucia y húmeda. No se mueve, piensa, está nerviosa, esperando a la bruja que le va a practicar el hechizo y le va a sanar del mal que padece y que ninguno de sus compañeros médicos ha sabido curar.

La visita a la curandera de la tribu había sido el último paso en su desesperación, llevaba varias semanas sintiéndose mal, sus compañeros le decían que todo estaba en su cabeza, pero ella sabía que no era así. Había pasado un año en ese campamento de refugiados y nunca había tenido esa sensación de vacío físico y mental, de una irrealidad que impregnaba todo su cuerpo. No había experimentado esa desazón angustiosa ni siquiera cuando, con el temor siempre presente de ser contagiada, se había enfrentado a las enfermedades de esos seres que luchaban por sobrevivir en ese entorno hostil que ya empezaba a comprender.
Preguntó a algunas de las mujeres que trataba a diario en los partos, anemias, abortos… cada vez que se enfrentaba a esos rostros resignados y cansados no entendía cómo ella estaba tan asustada. Ella, que llevaba medio año curando y ayudando a esos seres desdichados, no sabía cómo curar su propio mal. La angustia le bloqueaba, no le dejaba racionalizar unos síntomas que, con toda seguridad, no eran más que la consecuencia de días y meses de entrega en cuerpo y alma, sin tregua, a estas gentes con las que probablemente intentaba purgar o expiar sus propios pecados.
Con los otros médicos no había comentado nada sobre la curandera, era un secreto entre ella y las mujeres de la tribu, le hacía sentirse mejor saber que contaba con su comprensión y empatía, la misma que ella había ofrecido cuando le hablaban de sus problemas con los hijos, la falta de agua potable o la suciedad y las ratas contra las que luchaban diariamente antes de emprender ese monótono viaje al ambulatorio de campaña, donde todas las mujeres de la aldea se reunían para decidir cómo atajar la nueva plaga de piojos y pulgas en los niños, o la necesidad de una nueva remesa de pañales para niños y ancianos. Éstos últimos vagabundeaban por el poblado con la conciencia de sí mismos perdida tras años de guerra y lucha en la que habían sido, y seguían siendo, convidados de piedra, piedra que, poco a poco, había ido resquebrajándose y por cuyas grietas, según decían los ancianos que todavía conservaban algo de cordura, se habían colado los espíritus malignos que les hacían balbucear y mirar al vacío como muertos en vida.

Sigue sin poder moverse, hace un rato ya que una mujer joven que atendió ayer de un parto le ha dado un brebaje que le ha dejado paralizado encima de la camilla, no puede mover ningún músculo de su cuerpo.
De repente, tras lo que ella cree un minuto con los ojos cerrados, los abre y mira a su alrededor: un festival de ropajes multicolores, susurros de voces y telas rozándose le rodean, asfixiándola. Ve cómo le abren las piernas, pero ella no siente ni puede hacer nada. Una niña menuda, de no más de 7 años, con el pelo recogido en prietas trenzas terminadas en lazos multicolores, se acerca a ella y le coge la mano, apretándosela y sonriendo tristemente, de la misma manera que su madre le había hecho a ella el día que la curandera llegó y le hizo sentir ese dolor intenso y la sangre, caliente, bajándole entre las piernas. La médico intuye algo en esa mirada de la niña y quiere huir, gritar, pero el brebaje se lo impide. Al instante, es consciente de su error, no debería haber aceptado la propuesta de aquellas mujeres que no saben nada de ella, ¿con qué derecho decidían ellas lo que le convenía? ¿No entendían que la ablación no era nunca la respuesta?
Tras la oscuridad, un relámpago de dolor se cruza delante de sus ojos, de repente siente mucho calor, sigue postrada en la camilla, no puede moverse aún. Ve el rostro preocupado de la niña, que todavía le agarra la mano con fuerza, se miran con los ojos llenos de lágrimas y se comunican sin hablar, ambas quietas, muy quietas, sin moverse.

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2 comentarios

  1. 1. Cibeles dice:

    Éste me tocó comentarlo, me gustó mucho!

    Escrito el 1 diciembre 2013 a las 13:50
  2. 2. Aurora dice:

    triste, muy triste, pero es un texto precioso con el que denunciar una práctica tan deleznable. Enhorabuena por tu estilo y la elección del tema que, aunque duro, has sabido reflejar con ternura.

    Escrito el 3 diciembre 2013 a las 16:55

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