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Carta para mi hijo - por Patricia López Garrido

Web: http://www.patricialopezgarrido.com

Aquella mañana era la primera en años que me despertaba intuyendo el sol del amanecer. Normalmente, lo hacía mucho antes por cualquier excusa: un viaje, una reunión, un informe que entregar a primera hora o mi reloj biológico, sin más. En el mismísimo momento en que abría los ojos, ya sentía la misma prisa que el conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas.

Me pasaba los días corriendo, últimamente, sin saber muy bien hacia dónde. Corrí mucho hasta que, en un instante, mi cuerpo se dignó a decir “basta” y terminé en la camilla de una sala de urgencias una tarde de finales de marzo. Entonces aún no sabía que mi vida había decidido, sin consultarme, que íbamos a tomar un rumbo diferente.

La primera noche mi cuerpo débil y asustado me abandonó, acomodándose en esa cama ajena de hospital. Pasé quieta muchas horas, tan sólo escuchando mis pensamientos aturullados y proponiéndoles un orden. De vez en cuando, miraba a mi madre, a tu abuela, sentada a los pies de mi cama, incondicional, sumida en un duermevela. En unas horas fui capaz de comprenderla como nunca antes lo pude hacer en 36 años.

Pensé en que, desde mi salida del pueblo con apenas 18 años, tuve poco tiempo para ella. Primero, los estudios. Después, trabajos infernales en los que invertí horas y más horas. Esos días en el hospital, inmovilizada en la cama, entendí que llevaba la mitad de mi vida rindiendo culto a prisa, a los días sin tiempo.

Hasta que, a la fuerza, tuve que parar. Sudor, vista borrosa, mareo. Al suelo. Me desperté unas horas más tarde en el hospital. La abuela ya estaba allí. El doctor tardó poco en aparecer. Quise incorporarme pero no pude. Recuerdo sus palabras exactas, tan claras y directas que quedaron grabadas a fuego en mi cabeza.

Me dijo que había sufrido una lipotimia. Que no revertía gravedad si no fuera porque estaba embarazada de seis semanas. Yo, claro está, no tenía ni idea. Me advirtió de que el futuro de mi hijo solamente estaba en mis manos. Me alertó de que el riesgo de aborto era muy alto y de que si no quería perder el bebé, debería hacer reposo absoluto durante un periodo de tiempo.

Salió de la habitación como un suspiro y la abuela tras él. Me quedé a solas con un hijo nonato, aterrada. No alcancé a decir una sola palabra. Mi decisión fue rápida e inconsciente. No quise siquiera hacer el intento de mover un dedo del pie, te lo aseguro. Sólo deseaba sentirte en mi vientre. Te rogué que no te fueras de mí. Te prometí que te daría el cobijo necesario durante nueve meses y, después, durante el resto de mi vida. Te pedí que te aferraras fuerte a mis entrañas. Y te aseguré que yo me encargaría del resto.

El sentido de mi vida resurgió en ese momento, estando postrada en la cama de un hospital, aislada de las prisas, sin un reloj marcándome el ritmo. Desde aquel día, he pasado casi siete meses muy quieta, lo más que he podido, intentando ser la mejor anfitriona y construyendo un hogar sólido para ti. Y ahora, estoy lista para recibirte. Bienvenido, hijo.

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3 comentarios

  1. 1. CARMEN dice:

    CREO QUE ENVIÉ LOS COMENTARIOS SOBRE LOS TEXTOS QUE ME ENVIARON .¿ ACASO LO HICE MAL ? POR FAVOR ¿ ME PUEDES CONTESTAR ? GRACIAS

    Escrito el 28 noviembre 2013 a las 20:52
  2. 2. Filias dice:

    Hola Patricia!
    Muy original el motivo por el que el personaje debe estar quieto, y la historia bien tratada. Me ha gustado cómo has tratado el tema y la redondez del relato.
    Enhorabuena.

    Escrito el 3 diciembre 2013 a las 08:35
  3. 3. marier dice:

    Patricia, que belleza de relato y que original! Trasmites emociones hermosas
    Me ha gustado mucho lo coherente del contenido y me parece que lo redondeaste estupendamente.
    Felicitaciones!!!!!

    Soy nueva en Literautas y no se si se estila hacer sugerencias. Avísame

    Escrito el 5 diciembre 2013 a las 19:22

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