Matar o morir - por Jose Antonio Garcia

Inmóviles y silenciosos esperan a su Señor. Nadie sabe cuándo vendrá, quizás tarde días, meses o años en volver antes de enfrentarse nuevamente a sus miedos. Ni la historia ni nadie, podrá decir jamás que existe en ellos traición, infidelidad o ambición. Cuando llegue la hora, si es que llega, harán su trabajo con entrega, aunque no comprendan porqué deben hacerlo.
Atrapados en su inmovilidad, dispuestos a morir, sin pedir nada a cambio, sin reproches, asumirán su destino durante los breves instantes de terror cuando llegue su turno, pero será su Señor el que sufra el dolor y la pérdida, el que deba dominar sus miedos y dudas, el que cargue con la angustia y el desasosiego. Son incapaces de dar un paso, tan inútiles como una piedra en el fondo del río, pues es él quién toma las decisiones, pero las leyes, las reglas son sólo de ellos, no de su Señor. En su hermandad, nadie es mas que nadie, todos son iguales en su inmovilidad pero diferentes en sus capacidades. Todos morirán de golpe si cae el único de ellos con alma, pero ninguno hará nada por ayudarle, porque no pueden, porque son tan inmóviles como estatuas.
Serán conducidos para matar o morir, como una ola que se abalanza y golpea violentamente contra las rocas, sin importarle desaparecer al instante y terminar tan limpiamente como surgió. Cómo y cuándo suceda, son decisiones muy lejanas a ellos, que habitan más allá de su existencia, tan distantes como los extremos del universo.
La hermandad es el principio y el final, sin ellos nada sería como es. Cuando todo vaya mal y la situación esté casi perdida, cuando la supervivencia de todos, dependa de uno sólo, del último vivo, aun entonces, no habrá muecas ni reproches. La muerte del elegido será como la metamorfosis de la oruga que desemboca en la crisálida, llena de color, rápida y plena de vida. Su sacrificio es un arte, ese es su destino, ser la obra artística de las infinitas conexiones que su Señor pueda crear.

Por fin llegó la hora. No se estremecen, ni se turban al contacto frío y ligeramente sudoroso con su Señor. Perciben de sus manos un ligero temblor, seguramente por los nervios del primer momento. Es normal nunca se habían tocado antes. Uno a uno, son alineados meticulosamente en perfecto orden. Inmóviles, manteniendo sus equidistancias con la belleza inexplicable de las cosas inertes. El elegido está en el centro, es un buen presagio, será de los primeros en ser lanzado a la batalla, ha llegado el momento… matar o morir: peón cuatro Rey.