Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Un paseo ciclista - por Tania

No tiene otra cosa que hacer solo pensar, siempre lo ha hecho, pero ahora el tiempo se alarga de manera indefinida cuando Maribel no está cerca para auxiliarle. ¡Quién le iba a decir que iría a terminar así!¡Él que ya de niño era un rabo de lagartija! Le vienen los recuerdos del pueblo perdido en la llanura manchega. Apenas quinientos habitantes envuelto en cereales, en olor a vid y en un clima extremado que no aliviaba ni las lumbres del humero ni las sillas al fresco en las noches de verano. ¡Cómo le dolía ver a su madre bajar al río! Una lavadora de motor fue el regalo que le compró con su primer sueldo. Al padre, con un reuma galopante por el clima y el trabajo duro, le bastó con saber que su hijo varón no iba a sufrir los rigores del campesino. Había tenido inteligencia y agallas para llegar a ingeniero y nada menos que la Hidroeléctrica le daba empleo. Sí también para él fue un orgullo brindarles ese triunfo ¡Menos mal que ahora ya están muertos! Por la que más lo siente es por Maribel. La recuerda aún de adolescente con el joven cuerpo flexible, tostado, delgado y vigoroso; la cara agraciada, de ojos negros y profundos, siempre sonriente. En los años de estudiante aguardó ansiosa su regreso y cuando se casaron fue sin protestar donde la compañía los llevo. Se encargó solicita de la casa, educó con esmero a los dos hijos. A Pablo le había llenado de orgullo la tenacidad de ella y que aún sacase tiempo para alcanzar la instrucción que sus padres no habían visto necesaria. Luego con las carreras de los hijos terminadas, una segunda vivienda en la playa y los ahorros a buen recaudo, se enrolaron en actividades culturales y acudieron a cuantas salidas y viajes se proponían. Tenían una buena salud y una jubilación inmejorable. Pero un día la vida decidió jugarle una mala pasada.

Nosotros dilatábamos la visita con la excusa de las sujeciones cotidianas. En el fondo teníamos miedo a aceptar que el dolor nos puede sobrevenir como a los demás en cualquier momento.

Quizá para dar la impresión de normalidad, no nos aguardaban en la habitación sino en el vestíbulo del hospital. La mujer visiblemente aminorada, él envejecido prematuramente. La emoción no nos dejaba hablar. El abrazo abarcó la espalda, los hombros insensibles. Los ojos se toparon con las piernas inmóviles en la silla de ruedas. Las palabras nos salían balbuceantes en tropel, disimulando la incomodidad primera.

ÉL lloraba mansamente sin poder mover ni siquiera las manos para limpiarse las lágrimas. Solo la cabeza era receptora de estímulos, solo el rostro podía percibir las caricias, solo le quedaban los labios para responder con sus besos agradecidos a los familiares y amigos.

Entre sollozos nos relató aquel día de fatídico:

“Era julio. Yo Había quedado con un amigo para un paseo ciclista. Quedamos en ir a un pueblo cercano. El camino era fácil, apenas eran cinco Km. Cuando estaba llegando tuve que parar en un stop. Espere tranquilamente hasta que se abrió el semáforo. Reinicié la marcha y solamente había dado algunas pedaleadas cuando de súbito noté que el terreno se hundía bajo la bicicleta.

La acequia estaba allí mismo al borde de la cuneta , tan tapada por la maleza que ni la percibí. Enseguida noté que no podía mover ni las piernas ni los brazos. Solo acerté a decir a Miguel que llamara a una ambulancia.¡Cuántas veces he deseado haber muerto en ese momento! Y ahora encadenado de por vida y la ruina que le he buscado a esta mujer !

Los bomberos hicieron un trabajo meticuloso, tuvieron que rescatarlo mediante helicóptero. Durante quince días estuvo tumbado en una camilla con la mente intacta, pero el cuerpo inmóvil totalmente, el único signo de vida los ojos saliendo atónitos de las órbitas. Luego meses de interminables pruebas y sufrimiento infinito hasta llegar a un diagnóstico irreversible: no volverá a andar.

Hoy nos recibe instalado ya en su casa. Las anchas puertas, el acomodo del baño, la cama especial, todo muestra el cambio radical que ha dado su vida. A lo largo de la visita varias veces Maribel le limpia la baba, le toma las manos inertes o lo besa con dulzura. En la enfermedad y en el dolor, ha cumplido su promesa.

Luchando por sobreponerse a cada contratiempo, llevan dos años intentando aprender a vivir de nuevo.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

Todavía no hay comentarios en este texto. Anímate y deja el tuyo!

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.