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Silbidos - por Gastón

Suena un primer silbido agudo y breve.

Se levanta y camina tranquilamente hacia la puerta, no lo puede detener el mirar estupefacto de aquellos que vinieron a verlo.

Sale, y afuera le esperan pastos verdes de un jardín lleno de colores destellantes, tan vívidos que inundan sus ojos de realidad. Con pasos calmos y cortos recorre ese olvidado paraje de un mundo de ensoñación infantil que albergó innumerables aventuras, que lo cobijó en sus primeras fugas.

Siguiendo su sombra llega al pie de un árbol solitario, se recuesta, y al mirar al cielo descubre la noche estrellada. Permite a sus pequeños ojos llenarse de la inmensidad de astros lejanos más destellantes que el sol, permite a su ego y a su ser extenderse por todo el infinito.

Deja caer la cabeza a un costado, y una inevitable sonrisa se apodera de su rostro, ya que ahí está ella, mirándolo fijamente. Siente unas suaves manos atrapadas en las suyas, sospecha que una bondad e ilusión inocente se encadenan a sus esperanzas. Recostado, permite que el instante perdure.

Siente un temblor, siente el increíble peso de su cuerpo sobre el césped, siente que sus brazos atraviesan la tierra, sus piernas, su cabeza, se deslizan en lo profundo, hasta que cae en el sucio concreto de la ciudad indiferente.

El sol, el calor y los traviesos pasos de un niño que salta a su alrededor, hacen que finalmente se siente en medio de esa calle vacía; al levantar la mirada un rostro un tanto familiar, curioso y juguetón le mira sorprendido.

De la mano de ese pequeño muchacho recorre las calles desoladas, las mismas que tantas veces a travesó deambulando, desatento y descuidado de sus formas únicas; el silencio transita junto a ellos, llenando de calma y tranquilidad esos últimos instantes.

Esa manito que sujeta con fuerza, de repente se torna caliente, ardiente, voltea la mirada y ve como se ha tornado en fulgurante rojo. La suelta, y en un grito callado encierra todo el terror de contemplar a ese niño inmerso en rojo sangre. El silencio ha desaparecido, ahora voces y gritos desgarran sus sentidos. El vació ha terminado, lo rodean cientos, miles de ojos acusadores. La realidad gira a su alrededor hasta tornarse en una ilusión.

Abre los ojos.

Siente la oscuridad que le impone esa pesada capucha, escucha su respiración agitada, las lágrimas ahora caen en sus labios.

Suenan dos silbidos agudos y cortos.

Atado de pies y manos a esa silla con gruesas correas, espera su final.

Tres silbidos.

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