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Miedos Primarios - por Mario DG

La tormenta caía en tromba sobre un suelo henchido de agua. En la noche cerrada, en medio de la nada, se erguía estoicamente una humilde morada. Paredes de adobe, tejado de paja y una chimenea humeante daban brillo a la negrura que lo envolvía todo.

En el interior una hoguera crepitaba en el silencio, exhalando su cálido aliento, mientras observaba al hombre que yacía sobre el camastro.
Josef, en incorruptible quietud, mantenía sus grandes ojos abiertos pero inmóviles, asemejando ser un muñeco de trapo. Sufría un nuevo episodio de aquella extraña enfermedad que más tarde llamarían catalepsia. Veía y oía, nada más. Su cuerpo se revelaba ingobernable, apenas respiraba y el latir de su corazón era poco menos que testimonial.
Nunca había contado aquellos perturbadores episodios ante el temor, por desconocimiento de su afección, de ser sometido a un exorcismo. Pero ahora, incluso él mismo empezaba a creer que aquello era obra del diablo.

La puerta dejó entrar la tormenta por unos segundos y las llamas se ondularon al esquivar el aire. Josef ya no estaba sólo.
Intentaba pedir auxilio pero su grito se ahogaba en sus entrañas y sus labios permanecían inertes. Su nuevo acompañante iba y venía haciendo Dios sabe qué, llenando el ambiente de olores; hierbas aromáticas y un fuerte olor a alcohol paseaban por su nariz. Tras unos minutos, al fin, se acercó.

Lo observaba desde lo alto, una máscara amarillenta, picuda, con tétricos ojos rojos. Su cuerpo parecía cubierto por un abrigo de gruesa tela negra rematado por un sombrero de ala y manejaba una vara de madera para examinarlo, evitando acercarse más de lo necesario. Josef reconoció aquella inconfundible indumentaria.

Eran tiempos de la peste, un castigo divino que extendía su manto de muerte por toda Europa. Aquél apotecario llevaba el uniforme para atender a los infecciosos, pero Josef sabía que su mal era otro.

El galeno se quitaba la máscara al tiempo que otra persona ingresaba en la casa.

– No es la peste – Dijo el médico, dirigiéndose a su nuevo acompañante.
-¿Entonces? – Contestó una voz que Josef reconoció al instante. Era su madre, María. Sólo entonces se permitió aliviar el desasosiego que le afligía, aunque por poco tiempo…
-¿De qué ha muerto, dígame? – El tono de súplica de la mujer se emborronó al bañar su rostro en lágrimas.
-Parece que su corazón simplemente se ha parado – Las enguantadas manos del doctor acompañaron sus palabras con un sencillo gesto sobre el rostro de Josef.

Muerto. Eso había dicho. No sabían que bajo esa capa de piel petrificada todavía vivía. Fue entonces cuando el doctor cerró sus párpados y todo fue oscuridad. Josef, aterrado, se esforzaba por dar señales de vida, volver a abrir los ojos, lo que fuera, pero era incapaz. No estoy muerto, estoy vivo, estoy vivo…se repetía una y otra vez como un mantra, convenciéndose de que así era, hasta que el pánico le hizo perder consciencia.

El tiempo pasó, no sabía cuánto, pero al fin su mente regresó. Seguía inmóvil y completamente a oscuras, pero podía oír llantos apagados y el incesante repiqueteo de la lluvia cerca, muy cerca de su rostro. Al fin, un hormigueo empezó a recorrer su cuerpo.

Un golpe le hizo abrir los ojos de repente, pero seguía devorado por las sombras. Otro golpe. Y otro y otro. Los sonidos, antes nítidos, se amortiguaban tras cada nuevo impacto y su respiración se hacía cada vez más audible ante el sombrío silencio que se abría paso. Sentía su cuerpo pesado, aún le costaba moverse, pero cuando a duras penas penas pudo separar sus manos entrelazadas fue sólo para confirmar sus miedos, lo habían enterrado vivo.

Una ola de calor lo invadió, su estómago y su corazón peleaban por escapar a través de su garganta. Comenzó a patalear y arañar la madera durante horas, sin descanso, hasta que el abatimiento comenzó a hacer mella. Le faltaba el aire, el ataúd parecía asfixiarlo con invisibles manos de madera y no pudo mas que pararse y llorar. Salados sus labios comenzó a canturrear entre dientes una vieja canción de cuna con la que su madre solía tranquilizarlo en sus noches de pesadillas. Tarareó y tarareó, cada vez más y más fuerte, hasta que terminó profiriendo un grito desgarrador.

En el exterior, la lluvia martilleaba lápidas coronadas por funestas figuras que parecían reírse de aquel desdichado hombre cuyo lamento resonaba bajo la lluvia de tan aciago día. Nadie lo oía, y nadie lo oiría jamás.

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6 comentarios

  1. 1. Eunice dice:

    Me ha encantado. Introducir el relato desde la noche fuera de la casa ya prepara al lector y le da la ambientación necesaria. Uno está en vilo todo el relato aunque intuya cual es el final. La aparición de la madre y su respuesta dan una acción al relato buenísima a pesar de ser todo pausado. Me ha gustado mucho ¡Felicidades!

    Escrito el 29 noviembre 2013 a las 12:31
  2. 2. Mario dice:

    Muchas gracias por tu comentario Eunice. Se que quizá la historia esté muy manida y se sepa casi desde el principio su desenlace, pero aun con eso quería intentar algo así para ver si era capaz de transmitir algo de la angustia que se debe sentir. Aunque he de decir que 750 palabras se me han quedado cortas, pero espero haberlo conseguido, jeje.

    Un saludo y gracias por el comentario, espero más 🙂

    Escrito el 30 noviembre 2013 a las 17:03
  3. 3. Anna dice:

    Al principio me ha parecido que el vocabulario era un poco arcaico y rebuscado, pero después he comprendido que se trataba de una escena ambientada en el medievo y que el lenguaje formaba parte de la ambientación. Muy buen trabajo Mario, aunque el desenlace sea un pelín previsible a mí me has atrapado hasta el final.
    Felicidades!

    Escrito el 1 diciembre 2013 a las 21:08
  4. 4. Aurora dice:

    Mi enhorabuena por el texto, empezando por la forma de describir la primera escena, que atrapa, y por la elección del vocabulario. Pero, ante todo, por el final, consigues traspasar la angustia al lector, sin exceso de dramatismo. De verdad, ma ha encantado.

    Escrito el 2 diciembre 2013 a las 16:24
  5. 5. Mario dice:

    Muchas gracias por todos los comentarios, de verdad. Ésto me anima a seguir adelante. Además aprecio tanto las cosas positivas que se me dicen, como las “negativas”, todo ayuda a mejorar.

    Un saludo y muchas gracias de verdad

    Escrito el 4 diciembre 2013 a las 13:18
  6. 6. Marier dice:

    Mario, te cuento que de chica vi una película llamada “El Entierro Prematuro” y desde entonces la imposibilidad de moverme y no poder ver donde estoy se convirtieron en mis miedos primarios. Y ellos me han llevado a escribir un par de relatos cortos relacionados con entierros y catalepsias. Bueno, mi manera de hacer catarsis, jajajaja.
    Me gustó el vocabulario que utilizaste y pienso que creas un buen clima de suspenso sin florituras innecesarias.
    Con referencia a tu comentario: “la historia esté muy manida” opino que en las artes, cualquiera que sea, ya todo está inventado, lo importante es hacer buen uso de los recursos y to lo haces estupendamente.
    Te felicito, Mario, sigue adelante!!!!

    Escrito el 6 diciembre 2013 a las 21:56

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