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Un giro inesperado - por Filias

Raúl se despertó con un sabor pastoso en la boca y la sensación de haber tenido un sueño profundo y pesado. Adormilado todavía, no conseguía saber dónde estaba ni poner en orden sus pensamientos aunque era totalmente consciente de que no podía mover un solo músculo. Ni tan siquiera era capaz de abrir los ojos, aunque inexplicablemente podía ver a través de sus párpados.¡Estaba en el bosque! La misma arboleda que según aseguraban estaba maldita y que cada tanto, hacía desaparecer a quien la visitara. Intentó abrir la boca para chillar pero a pesar de sus esfuerzos, el grito no acudía y se encontró sólo y dueño únicamente de la inmovilidad de su cuerpo. Sentía que le faltaba el aire. «Calma, calma» se repetía como una letanía hasta que consiguió acallar a su corazón desbocado. Fue entonces cuando escuchó un alboroto cercano. «¡Es Alba!», pensó al reconocer la voz de su hermana «¿Me estará buscando?» se preguntó inquieto.

Ella había acabado de ordenar la correspondencia cuando el cacareo asustado de las gallinas reclamó por completo su atención. «¡Ese maldito perro de nuevo!» advirtió enfadada. Ya había acabado con dos de sus ponedoras, y no estaba dispuesta a perder ni una más. Era necesario acabar con aquel animal antes de que éste liquidase a todo su gallinero.«¡Por mucho cariño que su hermano le profesara a Furi no podían prescindir de los preciados huevos de sus gallinas!» pensó al tiempo que salía rauda hacia el pequeño corral.

-¡Furi!¡Largo de aquí, maldita seas!— dijo agitando sus manos—. ¡Vamos, fuera!¿Porqué no te vas al bosque y te pierdes allí?—gritó al tanto que daba un fuerte pisotón a la tierra reseca—. ¡Raúl! ¿Dónde te has metido? ¡Mira lo que ha hecho tu mascota otra vez!—estalló mientras recogía con mimo una de sus maltrechas gallinas—.¡Va a matarlas a todas!.

Raúl oía el sonido de la voz de su hermana como en un murmullo lejano. Intentó moverse pero de nuevo se sintió frustrado. Era imposible. Se preguntó cómo podía haber llegado a esa situación y casi sin esfuerzo, lo recordó todo.

El día anterior por la tarde había estado jugando con Furi en el jardín, pero tras una pequeña merienda (había encontrado unas deliciosas galletas en la despensa) decidió salir a dar un paseo rodeando la arboleda. Debía de ser media tarde cuando comenzó a sentir un zumbido sordo en los oídos y mucho sueño. Realmente se encontraba mal, si no, nunca se hubiera acercado al bosque ni se hubiera sentado a los pies de aquel tronco centenario para recuperarse. Recordaba cómo una tibieza reconfortante había ido trepando por su cuerpo haciéndole recobrar un poco de bienestar. Advirtió como en una nebulosa un manto de verdín que el bosque iba extendiendo sobre sus piernas desvanecidas y que usurpaba su voluntad fundiendo sus miembros poco a poco con el árbol en el que se había apoyado. Aunque consciente de que algo extraño pasaba, Raúl estaba extenuado y demasiado débil como para no ceder y abandonarse a aquella siesta que prometía ser tan necesaria como reparadora.

Alba, alarmada por la ausencia de Raúl había resuelto finalmente salir a buscarlo a la arboleda. El arrojo que la envolvia sin embargo, la abandonó por completo al descubrir totalmente vacio el plato de las galletas que había preparado para acabar con Furi. En el mismo instante en que creyó adivinar qué había ocurrido un gemido estremecedor surgió de su garganta.
Salió de la casa corriendo, huyendo de su propia intuición, con el rostro arrasado en lágrimas. Alocada, llegó a la arboleda sin aliento y se detuvo junto a un gran árbol lleno de verdín. Cayó de rodillas mientras repetía entre hipidos frases incoherentes.

Raúl, apenado por ver a Alba en aquel estado, sólo acertó a entender algunas palabras sueltas; las suficientes para comprender que había sido él y no Furi el fortuito destinatario del veneno. Compadeció el sufrimiento de Alba e intentó hablar con ella. Queria decirle que se encontraba bien, que después del pánico inicial todo había cambiado. Que a pesar de su inmovilidad se sentía en paz, tranquilo al formar parte de la arboleda, pero fue del todo imposible. De su boca cubierta de un tupido musgo no salió ningún sonido.

Obstinado, quiso moverse, incorporarse para consolar a Alba, pero únicamente arrancó de su cuerpo un sonoro crujido de madera que malogró su propósito e hizo que su aterrorizada hermana escapase en una huída frenética hacia las profundidades de la arboleda.

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2 comentarios

  1. 1. Anna Lopez dice:

    La imagen de un bosque que fagocita a sus víctimas recubriéndolas de musgo ya me parecía sugerente por si misma. Pero el giro de las galletas envenenadas es genial, pues nos proporciona una explicación lógica para ese malestar que describe el protagonista.
    Yo creo, sin embargo, que ya se entiende perfectamente lo ocurrido cuando ella descubre “totalmente vacio el plato de las galletas que había preparado para acabar con Furi” y no era necesario hablar del veneno explícitamente.
    Una excelente historia Filias, original y muy bien narrada, dosificando la información para no desvelar nada antes de tiempo. Felicidades

    Escrito el 29 noviembre 2013 a las 00:15
  2. 2. Filias dice:

    Muchas gracias Anna por tus comentarios, que siempre me ayudan a mejorar. Creo que tienes razón, revisaré el texto y suprimiré el asuntillo del veneno.
    Un besote

    Escrito el 3 diciembre 2013 a las 08:37

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