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entre mil rostros - por juantxo

Todos los días de nuestra vida, hemos de ver miles rostros diferentes, rostros de angustia, de felicidad, de preocupación y de tristeza pero eso no significa gran cosa para nuestra realidad, son pocos los momentos en los cuales nos detenemos a pensar en las preocupaciones del que se sienta al lado de nosotros en el vagón del metro o aquel pobre chico que pedía algunas monedas en ese oxidado semáforo. Pero para Ramiro era diferente, él estaba atado a la acera de una congestionada avenida de la capital, en donde veía pasar diariamente tantas personas como estrellas en el cielo.
Atado de pies a esa sucia calle, Ramiro lleva consigo la condena de no poder moverse de allí hasta haber encontrado una verdadera muestra de solidaridad en esa sociedad vacía y banal, en la cual las sonrisas se han vuelto de plástico y los hermanos no se reconocen entre sí. Es entonces este el castigo que el destino le ha proporcionado por sus malas acciones y por llevar consigo el estigma del narcisismo representativo de esta región en específico.
A diario Ramiro es testigo de hurtos y discriminaciones así como de amores y desamores, pero sigue entonces sin encontrar una muestra clara de solidaridad. Algunos dan limosna por generar una buena imagen, otros ayudan a alguien por algún interés. Sujetos vestidos de traje y corbata piensan que su solidaridad está en generar empleos que ayuden a mantener una sociedad competitiva, mientras que personajes con cascos consideran que su labor a la sociedad es generar una revolución del proletariado en contra del patrono.
Sentado en esa avenida de la capital de un país que se encuentra en un continente marcado por el narcisismo. Ramiro vio pasar los días, que dieron paso a los meses y estos a su vez trajeron consigo a los años y Ramiro seguía allí inmóvil, atado a su prisión, esperando encontrar una muestra verdadera de solidaridad en una sociedad que le daba por perdida, aceptando entonces que su destino estaría en permanecer el resto de su vida atado a su prisión.
Un buen día un hombre alto, con una barba muy larga que se había empezado a tornar con un color grisáceo, decidió sentarse al lado de Ramiro, este le pregunto su situación y Ramiro entonces empezó a contarle su tan trágica historia, el hombre callado escucho cada palabra de Ramiro. Una vez terminada su exposición el hombre señalo con su dedo en dirección al semáforo en donde se encontraba el chico malabarista y exclamo.
Apuesto mi estimado amigo que Ud. desconoce a ese joven que se encuentra en aquel lugar, Ramiro respondió que había hablado con él en algunas ocasiones pero que desconocía su nombre. el hombre con una mirada profunda le dijo, aquel chico se llama Javier, su padre lo abandono cuando tenía 7 años y su madre trabaja 2 turnos en una empresa para mantener a sus 4 hermanos, mientras él hace malabares para llevar el pan todas las noches y que puedan irse a la cama con algo en el estómago, Ramiro callo y bajo la mirada, el hombre movió su dedo hacia la construcción y dijo te apuesto a que no sabías que el obrero es hermano del ejecutivo y que ambos llevan más de 15 años sin dirigirse la palabra. Ramiro afirmo este argumento con un temeroso sí.
El hombre entonces lo miro y le dijo: me has contado que llevas muchos años aquí esperando una muestra de solidaridad en una sociedad para poder liberarte de tu castigo, pero en todo este tiempo no has podido reflexionar que tú mismo no conoces a tu hermano, ni te preocupas por las caras que vez en las calles. ¿Cómo puedes esperar que una sociedad sea solidaria?, si tú que eres parte de ella no lo eres de. esta manera el hombre se levantó y siguió su camino, Ramiro entonces rompió en llanto, al ver que ese hombre le había expuesto el motivo de su castigo y que a pesar de todos estos años no había aprendido absolutamente nada.

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